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Rember Yahuarcani en el Día Internacional de los Pueblos Indígenas: «Nada que celebrar»

Mi opinión

Ayer se conmemoró en el mundo el Día de los Pueblos Indígenas, otra efemérides vacua, inoportuna en estos tiempos de Covid-19 y olvidos sempiternos. Otro saludo a la bandera. Rember Yahuarcani, huitoto y pintor amazónico, lo dice con la misma claridad con las que nos advirtió semanas atrás la tragedia que se cernía sobre los pueblos amazónicos asediados por la pandemia: no hay nada que celebrar, los indígenas solo quieren respeto a su cultura y a sus ancestros. Y, claro, sobrevivir al abandono, la discriminación, la pobreza, la indiferencia y tantos olvidos más. Nuestra deuda es inmensa.


La maloca ubicada en la margen derecha del río se levanta entre los árboles. El techo de hojas y las paredes de madera están sostenidas por cuatro columnas y cuatro vigas. Su forma circular representa el universo en la tierra, el cosmos entre nosotros. Envestido de poder, en la maloca se toman decisiones importantes sobre temas religiosos, políticos, económicos y se discute el pasado, el presente y el futuro del pueblo.

Aquel día, el sol hacía uso de su fuerza. El viento acariciaba los árboles que se mecían al compás de los silbidos de las aves. El verano había dejado al descubierto piedras, troncos y raíces en el río. Al interior de la maloca, el curaca inspeccionaba que todo estuviera en su lugar. Los preparativos para el baile tomaron más de un año, todo tenía que estar en orden. Recordaba con aire nostálgico cuando hicieron la chacra: cortaron las hierbas con el machete, tumbaron los árboles con las afiladas hachas e hicieron la quema para sembrar la yuca venenosa, el maní, el tabaco, la coca y las piñas. Todas esas plantas crecieron y dieron sus frutos: el tabaco se transformó en ambil, la coca en mambe, la yuca venenosa en pan de casabe y cahuana, bebida que se consigue al extraer el almidón y agregarle frutos exóticos. No podía faltar el famoso “juyño”, elaborado de yuca dulce, extracto mágico para endulzar los corazones

Con la llegada del primer curaca se da inicio a una celebración que se prolongará hasta la madrugada. En ella se realizan intercambios de alimentos y bebidas, pero también de conocimiento. Al interior de la maloca, en un lugar reservado para los curacas, acompañados del ambil y el mambe, la plática gira en torno a los primeros abuelos, a la fundación del mundo, a los orígenes de las cosas y, últimamente al cambio climático y la política peruana. Es más frecuente que los abuelos y abuelas de una comunidad se pregunten por la situación del país, el abandono de las autoridades, la justicia social, la desigualdad, la pobreza extrema, el precario sistema de salud o cómo sus nietos podrían acceder a una educación de calidad.

¿Qué podemos celebrar por el día internacional de los pueblos indígenas? ¿Qué puede celebrar una sociedad marginada y excluida? ¿Qué pueden celebrar las abuelas de la nación Yagua de la comunidad nativa de Pirí, que han perdido su maloca en un incendio? ¿Qué pueden celebrar don César Capino y su esposa Amelia Valles, líderes de la nación Bora, o Guillermo Mogoma, abuelo Ocaina y personalidad meritoria de la cultura, que hace años no reciben apoyo del Ministerio de Cultura para reconstruir su maloca?

¿Puede el indígena pensar por el Perú? Miles de indígenas esperamos la intervención oportuna y efectiva del Estado. Que participemos activamente de las políticas nacionales. No seguir siendo accesorios de algún ministerio. Queremos lo que nos pertenece. Queremos respeto por nuestros ancestros y sobrevivir a la pandemia del abandono, la discriminación, la pobreza, la indiferencia, etc. Los indígenas no solo podemos pensar por el Perú, podemos hacer por el Perú aunque este se haya mostrado esquivo, sordo e ingrato con nosotros. Cuando eso suceda, podremos sentarnos juntos y celebrar.

 

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