Mi opinión
“La guerra de Abimael Guzmán no habría ocurrido de no ser por la pasión que Augusta y Elena sentían por la revolución”, comentan los autores de este libro escrito al alimón que no deja mayores huellas de las suturas propias de un trabajo de este tipo. Tal vez tengan razón, la historia pese a lo que se ha dicho suele enhebrarse, a veces, desde perspectivas personales, a contracorriente del accionar de las masas. Recomiendo «Ríos se sangre. Auge y caída de Sendero Luminoso», el libro que acaba de publicar el Instituto de Estudios Peruanos.
Cuarenta años y un poco más después de iniciada la guerra popular declarada por el PCP-SL al Estado peruano, Orin Starn y Miguel La Serna, profesores de las universidades de Duke y Carolina del Norte, Estados Unidos, presentan a través del sello del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) la versión en español de The Shining Path. Love, Madness and Revolution in the Andes, su elaborado trabajo de investigación sobre los años cumbre del atroz levantamiento armado que se inició el 17 mayo de 1980 en Chuschi, un villorrio de la sierra ayacuchana, para desvanecerse, setenta mil muertos después, con la captura del tristemente célebre Abimael Guzmán Reinoso.
El libro se organiza a través de la historia de dos mujeres ligadas íntimamente al líder senderista: Augusta La Torre, camarada Norah y Elena Iparraguirre, camarada Miriam, números dos y tres en la organización terrorista, respectivamente. De la primera sabíamos que había conocido al autodenominado presidente Gonzalo en la ciudad de Ayacucho cuando el fundador de Sendero Luminoso captaba a sus primeros “cuadros” en el claustro de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga y que una vez fundado el partido pasó a convertirse en la defensora más decidida del inicio de la lucha armada para derrotar al estado burgués y su recién estrenada democracia.
Starn y La Serna, como antes lo hicieran Gustavo Gorriti (1990), Simon Strong (1992), Santiago Rospigliosi (2007) y Gonzalo Portocarrero (2012), insisten en resaltar la belleza y carácter de la muchacha que se enamora del profesor once años mayor a quien solían llamar Champú por su capacidad innata para lavar cerebros, añadiendo un dato nuevo y crucial para el desarrollo de su investigación: la independencia de carácter de una hija de un comunista ayacuchano que podía competir en resolución, dogmatismo y dominio de escena con el propio Guzmán.
La Norah que nos presenta “Ríos de sangre” es una miliciana quechuahablante cuya capacidad para empujar al gran timonel de la revolución en el Perú a tomar decisiones no conocíamos. La Augusta La Torre de los académicos estadounidenses se luce también como estratega militar y responsable en campo de la primera campaña exitosa del partido que ensangrentó al país: la que significó la sumisión por la fuerza de las poblaciones del río Pampas, la zona de guerra donde se produce el primer ajusticiamiento público, una región de la durísima geografía de Ayacucho que la compañera de Abimael podía descifrar a la perfección en su condición de pobladora rural.
De Elena Iparraguirre, la mujer que estuvo al lado de Guzmán cuando éste fue capturado en Surquillo por un comando de élite de la desaparecida Policía de Investigaciones del Perú (PIP), se conocían los hechos de su encumbramiento como líder del movimiento luego de la misteriosa muerte de Norah en 1988 y no los pasos que fue dando desde su temprana vinculación con el partido fundado en Ayacucho. Los autores de este relato revelan pistas no conocidas de la amistad entre una y otra y destacan la fascinación que le causó a Elena Iparraguirre la “personalidad magnética” de la primera esposa del ahora longevo cabecilla de la organización subversiva. La camarada Miriam, lo sabíamos por las declaraciones que le diera a Antonio Zapata (2018) desde su prisión en Ancón, no solo abandona a su familia seducida por el ideario del partido, sino que logra encaramarse en poquísimo tiempo en la dirección del mismo para formar parte del triunvirato que puso en jaque al país con el saldo conocido de destrucción y muerte.
Esa trilogía del terror extremo, la Santísima Trinidad para los descontentos con la cúpula a cargo del PCP-SL, uno de ellos Oscar Ramírez Durand, camarada Feliciano, fue la que en todo momento dirigió el movimiento político engendrado al interior del comunismo más extremo. Para los autores de este libro Sendero Luminoso, el partido que en su apogeo llegó a contar con cinco mil integrantes, no fue, como se dijo en algún momento, un movimiento milenarista enclavado en lo más profundo del malestar social peruano. Fue un sismo que remeció las estructuras más anquilosadas del país que estuvo dirigido durante gran parte de su accionar por tres peruanos de ascendencia burguesa, blancos en una comunidad nacional mayoritariamente mestiza, cuyo radicalismo estuvo más cerca del paroxismo que produjo a escala planetaria el estallido del comunismo en boga, el soviético y el chino, de lo que se supone.
El libro intenta mostrarnos el recorrido por el terror de algunos de los protagonistas más señeros de una etapa de la historia del Perú que no deberíamos olvidar: Gustavo Gorriti, el entonces joven periodista de la revista Caretas; María Elena Moyano, la activista negra de Villa El Salvador; los policías Benedicto Jiménez y Marco Miyashiro, jefes del GEIN, el grupo de inteligencia creado en las postrimerías del gobierno de Alan García para dar caza a la dirección nacional senderista, además de los valiosos testimonios de quienes los acompañaron, para bien o para mal, en esos años de pavor como Narciso Sulca, de Huaychao, uno de los 600 mil pobladores andinos desplazados de sus lugares de origen durante el horrible enfrentamiento o el fotógrafo Oscar Medrano, compañero de Gorriti en sus andanzas por la sierra del Perú.
Con ellos, como si estuviésemos viendo a través de un caleidoscopio, los autores nos muestran una versión más depurada de esos años funestos. Han contado para este fin con la distancia que nos da el inexorable paso del tiempo y la aparición de nuevos testimonios y estudios sobre el fenómeno senderista. Como lo ha dicho Jon Lee Anderson, al hurgar en la vida de los tres capitostes del Comité Permanente del PCP-SL (Guzmán-La Torre-Iparraguirre), Starn y La Serna “han producido una obra cautivante”: un repaso por la historia sangrienta de esos días –Uchuraccay, Lucanamarca, Cayara, El Frontón, Lurigancho- que nos introduce de nuevo en una época siniestra de nuestra historia que nos sigue enviando haces de su macabra luz desde lo más profundo de un país zarandeado por la violencia consuetudinaria.
“La guerra de Abimael Guzmán no habría ocurrido de no ser por la pasión que Augusta y Elena sentían por la revolución”, comentan los autores de este libro escrito al alimón que no deja mayores huellas de las suturas propias de un trabajo de este tipo. Tal vez tengan razón, la historia pese a lo que se ha dicho suele enhebrarse, a veces, desde perspectivas personales, a contracorriente del accionar de las masas. Es bueno saberlo, los radicalismos y la furia que suelen engendrar las ideologías extremas podrían apaciguarse un tanto si recorremos con parsimonia y espíritu más crítico, como lo hacen Starn y La Serna, las páginas de nuestra historia. Recomiendo este trabajo pulcro y bien narrado que complementa de manera muy adecuada as investigaciones que se han venido haciendo en el Perú y en el exterior sobre el llamado conflicto armado interno.
Ríos de sangre. Auge y caída de Sendero Luminoso
Instituto de Estudios Peruanos, 2021
487 páginas