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Roxana Arauco, cashuense…

Mi opinión

“Nadie se salva de dormir en medio de la selva y de la inmensidad de la noche”, lo comenta Roxana Arauco, directora adjunta y coordinadora de investigación de la Estación Biológica Cocha Cashu. He llegado al paraíso después de dos días de navegación por los ríos Madre de Dios y Manu y ella ha sido la encargada de darnos la bienvenida. Mientras acomodo mi bolsa de dormir y reviso los tirantes del que será mi domicilio por unos días, una no muy espaciosa carpa, Roxana va dando las primeras recomendaciones para que nuestra estadía en Cashu sea la más adecuada y no distraiga el trabajo de los investigadores residentes.


Los investigadores que han pasado alguna vez por Cocha Cashu, todos, incluso John W.  Terborgh, director de la célebre estación científica durante más de treinta años, se han visto obligados a dormir en sus propias carpas, arrullados por los sonidos que brotan del bosque y soportando las incomodidades que supone el pernocte en una selva prístina, alejada del confort citadino y poblada, por cierto, por criaturas de todos los tamaños.

No hay nadie que haya podido evitar este singular rito de iniciación; todos, mujeres y hombres, peruanos y extranjeros, han pasado invariablemente por el trámite de tener que descansar mirando las estrellas.

Dicen que la costumbre se remonta al verano amazónico de 1973 cuando el profesor Terborgh y sus acompañantes llegaron por primera vez a la laguna meándrica más famosa del Parque Nacional Manu y tuvieron que hacer lo mismo: dormir en un claro del bosque, a la intemperie, debido a la consistencia de un sólido candado que les impidió tomar posesión del “edificio” que los fundadores de la estación habían construido para guarecerse de la lluvia que suele ser intensa en estos trópicos.

“Nadie se salva de dormir en medio de la selva y de la inmensidad de la noche”, lo comenta Roxana Arauco, directora adjunta y coordinadora de investigación de la Estación Biológica Cocha Cashu. He llegado al paraíso después de dos días de navegación por los ríos Madre de Dios y Manu y ella ha sido la encargada de darnos la bienvenida. Mientras acomodo mi bolsa de dormir y reviso los tirantes del que será mi domicilio por unos días, una no muy espaciosa carpa, Roxana va dando las primeras recomendaciones para que nuestra estadía en Cashu sea la más adecuada y no distraiga el trabajo de los investigadores residentes.

Cocha Cashu, la estación científica fundada en 1969 por un grupo de profesores y alumnos de la Universidad Nacional Agraria de La Molina (UNALM) para iniciar los estudios dentro de lo que sería el parque nacional más extenso de la Amazonía peruana, acaba de cumplir 50 años de ininterrumpida labor y un grupo numeroso de investigadores de las más prestigiosas universidades estadounidense se han dado cita en sus instalaciones para pasar revista al trabajo realizado en este primer medio siglo y planear los desafíos por venir.

O como lo sintentizó el Dr. Varun Swamy, otro enamorado de la estación biológica, se han reunido para “identificar las oportunidades de investigación más prometedoras, innovadoras y emocionantes que podemos promover en Cashu durante los próximos 30 años”.

Roxana Arauco, bióloga por la Universidad Federico Villarreal y doctora en ecología y evolución por la Universidad de Utah, es cashuense, así se reconocen los que han pasado alguna vez por la estación biológica, desde el año 2004 cuando llegó como asistente de un estudiante de doctorado que investigaba las relaciones químicas entre plantas y hormigas. El bosque de Cashu y su laguna en forma de herradura la flecharon de inmediato. Desde entonces ha vuelto una y mil veces a este insólito escenario alejado de la caza comercial que se ha entronizado en toda la Amazoná y protegido con tesón por el Estado peruano desde la creación, también en 1973, del Parque Nacional Manu.

“Me encanta el Manu, disfruto Cocha Cashu como nadie, soy cashuense desde siempre y una enamorada de las selvas de Madre de Dios, tal vez mi lugar favorito en el mundo”, me comenta para enseguida preguntarme cómo he visto el departamento que vengo recorriendo con fruición desde hace varios años. Le doy mis impresiones, ella continúa en lo suyo:

Mi primer encuentro con John no fue el más auspicioso. Él salía de Cashu y yo recién llegaba. Nos cruzamos en Atalaya, creo y punto, no recuerdo mucho más”. Terborgh, me lo han referido todos los que han tenido la suerte de frecuentarlo, irradia simpatía y elocuencia desde el primer momento. Con él la estación alcanzó la nombradía que ahora disfruta, su trabajo en el Manu como profesor visitante de Princeton, primero y luego como responsable de campo Duke University, ha sido memorable.

Terco profesor de idealismo antes que otra cosa, John Terborgh es uno de los especialistas en ecología tropical más extraordinarios de todos los tiempos. Bajo su magisterio y magnetismo personal Cocha Cashu se convirtió en una de las estaciones biológicas más importantes del planeta.

“John es especial, alarga su relato Roxana, cuando caminas con él por el bosque puedes sentir su pasión y su absoluto desprendimiento académico: cada vez que le he pedido que acompañe a los estudiantes del curso de Técnicas de Campo y Ecología Tropical que dirijo no ha dudado en aceptar el encargo y dejar lo que estaba haciendo para convertirse en el mejor guía que se puede tener. Qué quieres que haga, me suele decir, soy el abuelito de Cocha Cashu”.

El Dr. Terborgh después de 38 años de estar a cargo de la batuta de la estación científica le cedió tamaña responsabilidad, en el año 2011, a los directivos de San Diego Zoo Global, la institución que desde entonces administra al alimón con el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SERNANP) el gabinete de ciencias más conocido del Perú.

“San Diego, prosigue la bióloga, firmó un memorando de entendimiento con el Estado peruano en el que se comprometía, entre otras cosas, a invertir en infraestructura, logística, educación y capacidad científica para que la estación alcance su pleno potencial y pueda seguir contribuyendo al conocimiento y al manejo de los ecosistemas tropicales”. El Zoológico de San Diego, felizmente, encontró en el camino los recursos necesarios gracias al apoyo de la Fundación Gordon y Betty Moore.

Roxana se ocupa también de la organización y dirección de uno de las actividades más renombradas de la estación: el mencionado curso anual de Técnicas de Campo y Ecología Tropical, semillero de investigadores tropicales y por supuesto de futuros miembros del staff cashuense. El curso-taller nació gracias a una iniciativa de San Diego y fue concebido para fortalecer el pensamiento crítico y las competencias para investigar en estudiantes peruanos de pre-grado o egresados de distintas universidades del país”, precisa la investigadora.

Roxana eligió entre los mejores Wallace del año pasado, así llaman en Cashu a los participantes del curso anual, a Yannet Quispe, una bióloga recién egresada de la Universidad San Luis Gonzaga de Ica, para integrarla a la investigación “Diversidad de hormigas en la hojarasca de Cocha Cashu” que dirige personalmente.  Los insectos y artrópodos son indicadores de la salud de este ecosistema, me lo fueron refiriendo las dos estudiosas, su papel en la dispersión de semillas es  tan importante como el que cumplen los grandes mamíferos, hasta el momento los preferidos por los investigadores que llegan a Cashu.

Ambas se dedican a estudiar las comunidades de hormigas del bosque cashuense.

Impresionante

Desde 1969 Cocha Cashu se ha dado el lujo de recibir a más de 200 investigadores de todo el mundo -17 nacionalidades suele mencionar John Terborgh-  y más de medio centenar de estudiantes han llegado para entrenarse en ecología tropical. Cuatro  generaciones de académicos y conservacionistas peruanos –o más-  se han forjado a lo largo de sus trochas y bosques, compartiendo una experiencia de vida única con destacados investigadores de todo el planeta.

“Desde el primer día que llegué a estas selvas  -en mi peregrinaje académico a Tambopata, Los Amigos, Bahuaja-Sonene y el resto del Parque Nacional Manu- me di cuenta que había ingresado a un mundo muy particular, a un espacio donde podía terminar de conocerme a mí misma. En Cashu, especialmente, me impresionó el paisaje intocado y la vida silvestre que se mantenía en buen estado gracias a su lejanía y buen estado de conservación”.

Le preguntó en un momento sobre las dificultades de vivir con tan poco en la espesura de una selva infinita. Roxana me mira como quien mira a un intruso que ha llegado al Edén y quiere poner en aprietos a sus moradores. “Aquí todos somos como una familia, el trabajo de cada uno hace posible el funcionamiento de la estación. El trabajo colaborativo es la base del éxito de Cocha Cashu”. 

Lo pude apreciar desde un primer momento y lo apunté en mis libretas de notas. Las chicas de Cashu, también los muchachos del grupo de trabajadores e investigadores que conocí, se movían por el bosque y la cocha, aun cuando habían pasado la noche, todos, en unas carpas sobre tarimas de madera, con absoluta convicción. Son una comunidad, lo comenté con mis compañeros de ruta, altruista y desembozada. Saben que están cuidando el último refugio de lo que alguna vez fue el infinito bosque tropical amazónico. Y tienen fe, o el convencimiento científico, en ponerlo a buen recaudo de la destrucción para convertirlo en fuente de futuro.

Roxana Arauco, cashuense y estudiosa de las hormigas de la hojarasca del Manu, enamorada de Madre de Dios, peruana hasta el tuétano, es una de estas privilegiadas. En el Cashunal vibra el mundo del mañana…

Qué suerte.

Cashuenses versión 2109. Fotos Gabriel Herrera/ Viajeros.
Roxana en campo. La felicidad.
Roxana y los esposos Terborgh. Cocha Cashu, Parque Nacional Manu, Perú.

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