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Un ratito en la expo de Polanco

Mi opinión

Acabo de volver de la exposición que este brujo que anduvo varios años por China acaba de montar en el ICPNA de la avenida Arequipa, curada por el mismo con lo mejor de su producción última, la de estas dos décadas infames. Y como dice el título que con tino le puso a su convocatoria, se trata de una muestra cargada de color y memoria, mucha memoria.


Por Guillermo Reaño

Las putas de Polanco tienen las piernas fibrosas como las de los futbolistas del Atlético Deportivo Olímpico, el ADO del Callao, sus locos calatos andan por las calles de una ciudad en permanente implosión con el mismo desparpajo con el que caminaba el loco Achote por las pistas de la aldea progre del Cinematógrafo y las musas enlozadas de su parque central. Su pintura, los trazos firmes del mejor Sérvulo y lo mucho que aportó a su ergo creativo el genial Humareda, su compinche en La Parada y otros recutecos.

Acabo de volver de la exposición que este brujo que anduvo varios años por China acaba de montar en el ICPNA de la avenida Arequipa, curada por el mismo con lo mejor de su producción última, la de estas dos décadas infames. Y como dice el título que con tino le puso a su convocatoria, se trata de una muestra cargada de color y memoria, mucha memoria.

Y harta furia, Polanco, pues.

Rara avis en esta ciudad sin cacumen, debo mencionar que memoria es lo que más le sobra a este alarife del expresionismo hardcore: un artista egresado de Bellas Arte que alguna vez se definió como un simple practicante de la estética del abandono. Que, en Lima, no digo nada nuevo, nunca nos abandona. Escribí lo siguiente mientras dribleaba autos color bermellón después del shock post-Polanco entre Larco y Pérez Roca:

Polanco es el albacea intelectual de una generación coche bomba, la mía y la de una buena parte de los que sobrevivimos a la estampida SL que casi nadie quiere evocar: los colores que brotan de su pincel achorado parecen salidos del carnaval de La Candelaria, en la tierra de Humareda y los nosecuantos muertos de Dina asesina. O de los cielos cargados de escupitajos tóxicos de La Pampa, en Madre de Dios de la desvergüenza. O de los atardeceres que presagian tempestades -y un cúmulo más de injusticias para la gente- en el Marañón de los awajún y de los wampis.

Qué claridad la de este retratista tan preciso: sus orates exhiben sin pudor sus flacideces en las calles de una villa virreinal (poblada de misios) que sigue excretando figurines y gallinazos de vientres bien saciados; sus cines, de luces mortecinas, parecieran estar colmados por mutantes en busca de la oscuridad propicia donde saciar sus apetitos más bajos: el Ritz de su adolescencia podría ser el Gardel de la mía. Los circos pobres que se levantan en los extramuros de las tantas veces coronada Lima, las mototaxis que llevan y traen a migrantes, barrasbravas, desempleados como cancha y hasta sus maniquíes y kinkones destilan realismo. Su paleta los envuelve con el cromatismo de un realismo social que hubiera sido la envidia de los jerarcas del estalinismo más brutal.

Su ciudad, nuestra ciudad, toda, toditita es tan real en los oleos o serigrafías que Polanco ha seleccionado para esta expo como son reales las fotos en blanco y negro de Herman Schwarz, otro de nuestros artistas atrapado por la genialidad del pintor que amo intensamente a Marilyn en su cuartucho de La Victoria. O las de Pavel Martiarena, un reportero gráfico maternitano que en los días de la operación Mercurio contra la minería aurífera ilegal, también en Madre de Dios, captó las iridiscencias del rojo estallido social que correctamente ha captado el pintor que alguna vez militó en las fauces del movimiento Kloaca.

Sí, Polanco es quien mejor capta la furia de esta ciudad alcantarilla. Es el pintor de Lima.

No se pueden perder su expo. Me he prometido volver.

Buen viaje…

+9


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