Un asesinato múltiple en un centro comercial del distrito de Los Olivos, en Lima, ocurrido en el año 2017, precipita los recuerdos escolares de un periodista angustiado por los cierres de edición y los apuros propios de quien debe entregar “buenas historias”, pero bien contadas, ocurridas en un país a un tris del bicentenario de su iniciación republicana. El crimen del “Salchipapero Loco”, el asesino en serie que segó la vida de cinco personas y dejó heridos a otras diez un verano de triste recordación, enfrentan al cronista con el magnicidio de Tomás Gutiérrez, fugaz presidente del Perú en julio de 1872 y la muerte de dos de sus hermanos, los coroneles Silvestre y Marceliano Gutiérrez.
Los tres, los cuatro si es que tomamos en cuenta a Marcelino, el menor de todos, sobreviviente a duras penas de la siniestra reacción del populacho a la asonada golpista contra el presidente José Balta, representantes del más duro y obcecado militarismo.
La muerte de los Gutiérrez a manos de una turba descontrolada en la Lima del boom guanero, el contrato Dreyfus y la fundación del partido Civil, apenas una fotografía en tono sepia y una breve mención en el libro de cualquier colegial limeño, convencen al joven periodista a ir por los datos que se necesitan para armar una nueva crónica. O acaso una investigación periodística que pudiera echar nuevas luces sobre uno de los pasajes más cruentos de la vida nacional. “Quienes trabajamos escribiendo solemos guardarnos historias para no quemarlas en un texto breve y olvidable”, dirá con justa razón Dante Trujillo (1973), el autor de este singular juguete histórico y literario (y también periodístico) que vuelve a poner en el candelero una máxima que historiador Benedetto Croce dejó para la posteridad “toda historia es historia contemporánea”.
Es que, aunque no lo haya querido explicitar el autor de este relato truculento y real, los hechos que se cuentan, basados por cierto en una muy prolija y lograda investigación, tienen la virtud de trasladarnos de sopetón a estos días nuestros tan llenos de revueltas, muertes y paroxismos. La convulsión social que envolvió a los limeños y a los chalacos durante los cinco días que duró el golpe de estado de los Gutiérrez, que por cierto se fue incubando durante los comicios electorales que pusieron a un paso de la presidencia a Manuel Pardo, candidato de los consignatarios del guano, dejó el saldo de 158 personas muertas, según los partes oficiales, y la destrucción de numerosas propiedades particulares y dependencias públicas. Los autores que se han ocupado de la rebelión que se describe en el libro y la información que ha recogido el propio Trujillo en bibliotecas y archivos dan cuenta de una situación límite, de una ciudad cuyos vecinos se entregaron a la barbarie acicateados, quien sabe, por el accionar de una clase empresarial acostumbrada a negociar ilícitamente con el Estado y unos políticos, como Fernando Casós, el polémico secretario general del gobierno usurpador retratado con precisión por el autor del libro, cuyo único interés era medrar con el dinero y las expectativas de los contribuyentes.
De eso trata el libro de Trujillo. Y también de la dicotomía que dividió al Perú de entonces entre civilistas y militares, dos grupos con intereses opuestos y beligerantes que se enfrentaron de manera abyecta, acabada la bonanza del fertilizante y los empréstitos tramitados para sembrar de ferrocarriles y obras públicas la piel de una nación en permanente crisis política, con la intención de imponer sus particulares puntos de vista sobre el destino del país que celebraba sus primeros cincuenta años de vida republicana.
La crónica que ha pergeñado Trujillo en 404 páginas de ameno relato, abundantes datos de lo que podríamos llamar la petit histoire detrás de los grandes acontecimientos vividos en 1872 y un muy buen manejo de fuentes, ciento cincuenta años después del asesinato serial de los hermanos Gutiérrez y la absurda muerte del presidente Balta a manos de los propios sediciosos, le ha puesto música y parlamento a una imagen traslúcida y jocosa oculta entre las amarillentas páginas de los textos escolares que alguna vez nos tocó leer a los peruanos. Qué importa que aquella foto, la de los dos cuerpos inertes colgados en las torres de la catedral limeña, como tantos otros retratos de la vida nacional, fuera también una impostura: el hábil montaje de un fotógrafo estadounidense de paso por Lima, Villroy R. Richardson, testigo de estos acontecimientos que solía parar la olla trastocando lo que su lente captaba en imágenes truchas, zahirientes, con la intención de poner en ascuas a los poderosos.
Recomiendo la lectura del libro de Dante Trujillo, hacedor de buenas historias, de historias bien contadas…
Una historia breve, extraña y brutal
Alfaguara, 2022
404 página