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Vivir entre tantas paradojas… un apurado repaso al agro nacional

Nos movemos en medio de grandes paradojas. Sí, no puedo dejar de mencionarlo. Los peruanos hemos sido capaces de ampliar la frontera agrícola destruyendo las más de las veces los bosques que se extienden, o se extendían, por todas partes. Los valles de la costa, las terrazas de cultivo que en los Andes desafían la gravedad para llenarnos de orgullo patrio, los campos labrantíos de la Amazonía, han sido todos, todos, creaciones culturales, obras de los hombres y mujeres que se atrevieron a domeñar la indómita geografía nuestra para dejar de errar y poder instalarse en un territorio áspero, lunar, durísimo en extremo.   En desmedro de lo que hoy escasea tanto: coberturas boscosas que nos permitan afrontar con éxito la crisis climática.

Paradógico, verdaderamente.

Leo en el delicado y sorprendente libro de Mirbel Epiquién sobre las quinas y vicuñas del escudo nacional*: “la demanda de nuevas tierras para la agricultura y la ganadería está reduciendo drásticamente la superficie original de los bosques de montaña”, esos ecosistemas mágicos poblados de orquídeas, colibríes de mil colores, osos de anteojos, monos choro de cola amarilla y miles de maravillas más. Un manto infinito que de acuerdo con las mediciones del King’s College London, la información es de Mirbel, ha perdido en el norte de Sudamérica hasta el 90 % de su superficie original. Ni qué decir de las 190 mil hectáreas boscosas que se destruyen en nuestro país cada año, más o menos una hectárea y media cada cinco minutos, vuelvo al autor del libro que acabó de cerrar después de haberlo disfrutado todo el día.

Por cierto, una soberana destrucción debida en su mayor parte a la agricultura migratoria, la ganadería extensiva y la extracción maderera, por no mencionar a la minería ilegal, los incendios forestales y los otros dramas sin visos de solución que nos afligen.

En eso he estado pensado mientras revisaba las noticias que dan cuenta del repunte de la agroexportación en el primer trimestre del año en curso. Me he quedado pegado a los datos que estuve recogiendo a propósito del Día Internacional de la Papa: las ventas de los commodities agrícolas peruanos al extranjero crecieron casi diez por ciento con respecto al mismo período del año anterior. Los cultivos de arándanos rojos, palta, café, paprika, bananos, quinua, entre otros productos, aumentaron de manera espectacular confirmando lo que no muchos saben: nuestro país, sí, lo dicen las cifras oficiales, es uno de los diez principales proveedores de alimentos del mundo con ventas anuales que superan los US$ 10,000 millones. (A pesar de que  el presidente del  directorio del Banco Central de Reserva, Julio Velarde, indicara en una sesión del Congreso en setiembre pasado que la agricultura peruana está pasando por la peor crisis de los últimos 26 años y que la situación podría ser incluso más dramática en los siguientes meses. Otra paradoja)

En el país-despensa agrícola del planeta, el 41% de hogares agrarios, señala un estudio de Oxfam del 2023, se encuentra en  situación de pobreza, cifra que va a ir en aumento a medida que la crisis climática se vaya acelerando. Más todavía: a pesar de que uno de cada cinco peruanos se dedica a la agricultura, el Estado peruano solo dispone del 3.5 % de su presupuesto en atender las necesidades del sector agrario, priorizando la agricultura de exportación principalmente costeña sobre la agricultura familiar, una actividad clave para mirar de otra manera el futuro. ¿Por qué? Porque son los micro productores  agrarios los encargados de abastecer de alimentos el mercado interno. Y  porque ellos constituyen el grueso de la masa laboral del país, que solo en el caso de los productores de papa congrega a 711,000 familias distribuidas en 19 regiones entre las que destacan Puno, Huánuco, Cusco, Cajamarca, Huancavelica y Junín. Solo la agricultura familiar de la peruanísima papa genera más de 25 millones de jornales de trabajo al año.

De allí mi conmoción al ver la conversión, la transformación, de los campos de Yungay, en el callejón de Huaylas, otrora paraíso de las papas y las hortalizas, en campos de cultivo rebosantes de  fresas y arándanos rojos, con sus interminables cobertores plásticos sobre la superficie de las  tierras fértiles haciendo contraste con el blanco inmaculado del nevado Huascarán. El boom de la agroexportación y pronto de los monocultivos en las terrazas milenarias de un territorio que fue un portento de la agrobiodiversidad… del pasado.

No es que esté en contra del auge de los super foods y los productos agrícolas que el mercado demanda. No. Solo me preguntó dónde irán a parar los desplazados del agro tradicional, los agricultores que pierden sus tierras al no poder integrarse a las cadenas productivas que exige el cambio de paradigma. O dicho de otro modo, citando comentarios de otro libro que guardo en mi despacho, el que produjeron Walter Wust y Gabriel Herrera para el 50 aniversario del Centro Internacional de la Papa (CIP): tres cultivos -arroz, maíz y sorgo- representan casi la mitad de las calorías diarias consumidas a nivel mundial. En el último medio siglo las dietas de la población del planeta se han vuelto similares en su composición: la humanidad cultiva, relativamente, menos extensiones de papas, frejoles, centeno, ni qué decir de los tubérculos y otros productos de las chacra andino-amazónicas.

En el 2050, aquicito nomás, la demanda de alimentos en el mundo se incrementará en un 70 % debido al crecimiento de la población que al inicio de esa década habrá alcanzado los casi diez mil millones de habitantes: la población de China multiplicada por diez.  Si la presión actual sobre los recursos naturales para satisfacer la insatisfecha demanda alimenticia nos tiene como estamos, no queremos imaginarnos cómo será ésta dentro de 25 años. Apocalíptico verdaderamente.  No hay duda que seguimos siendo un país de agricultores, una actividad que se practica en la costa, sierra y selva sin distinciones. Impulsar el desarrollo del agro, no solamente el de los grandes monocultivos, por lo tanto, resulta imprescindible, de urgente necesidad nacional. Pienso que debemos volver a mirar hacia el campo y fomentar una agricultura que se adecúe a nuestra realidad, a nuestro clima y también a nuestras dificultades geográficas, que son innúmeras.

Lindo, emocionante resulta ver los campos de Yungay sembrados de productos que se van a vender como pan caliente en los mercados que los demandan… sería más lindo aún saber que los cultivos que alientan el crecimiento familiar de los millones de peruanos que se dedican al agro encuentran mercados que los consumen y que pagan el precio justo. En fin, sigamos tratando de ser mejores. Es justo y necesario, muy necesario.

Buen viaje…

  • Epiquién, Mirbel. Bi-centenarios naturales. Historia de quinas y vicuñas- Caja Negra – Centro Bartolomé de las Casas, 2021.
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