Mi opinión
Parece mentira, pero nos vamos acercando al aniversario cuarenta del descubrimiento de los restos del Señor de Sipán, el jerarca moche que desvelara para la posteridad Walter Alva, el más célebre de los arqueólogos peruanos. Fue en 1987 cuando alertado por la policía el estudioso nacido en Contumazá se topó con los restos que habían dejado los huaqueros en un descampado del centro poblado de Sipán de lo que podría ser un testimonio de cierta importancia de la ocupación moche en la zona: cinco meses después, Alva, su ayudante Luis Chero y el equipo a cargo de las excavaciones que personalmente dirigió hallaron la tumba del gobernante y el séquito que lo acompañó al viaje eterno. El revuelo que causó el hallazgo y el interés que motivó en los cenáculos intelectuales y la prensa del mundo entero convirtieron al Señor de Sipán en una celebridad internacional, casi en un dignatario contemporáneo. La entrevista a Walter Alva que le acaba de hacer el periodista Emilio Camacho de La República nos devuelve al peruanista que, aunque jubilado de sus quehaceres profesionales sigue reflexionando sobre la importancia de nuestro patrimonio y el vínculo que los peruanos tenemos con los bienes materiales -y también espirituales- que nos han llegado del pasado. Son interesantes sus comentarios sobre la pretensión del Ministerio de Cultura del gobierno de Dina Boluarte de reducir el área de las Líneas de Nasca por considerarlos demasiado extensos y por tanto, perjudiciales para el crecimiento económico de la región Ica.
Por Emilio Camacho para La República
Walter Alva apura el paso porque sabe que llega tarde. Cruza rápido el patio de su casa y entra a la sala en la que lo esperamos. Le ha tomado varios minutos en auto pasar del bullicio de Chiclayo a la calma de la provincia de Lambayeque. Así son sus días desde que fue elegido consejero regional, una suma de prisas y compromisos a los que se ha ido acostumbrando. Tuvo una seria complicación de salud en los últimos meses, pero esos días han quedado atrás. Así que ahora puede recibir visitantes y sentarse a conversar, en la casa que él mismo concibió, con los colores de Contumazá, su tierra natal. Las escenas mochica dominan el espacio en el que estamos. Hay una gran representación de los corredores, esas deidades que avanzan raudas como si trataran de vencer al caprichoso tráfico chiclayano, también tejidos, una copia del cetro del Señor de Sipán y pinturas de perros viringos. Y así empezamos. El gran descubridor de los tesoros moche hace una pausa para reflexionar.
Primero confirmemos un dato, ¿está escribiendo un poemario?
Eso es como volver a los pecados de juventud, pero en algún momento habrá que hacerlo, porque creo que es una manera también de rejuvenecer.
De hecho, en su adolescencia estaba muy ligado a la poesía. Usted ha comentado que escribir poemas en su colegio era casi obligatorio.
Sí, efectivamente. Participé en un concurso de juegos florales del colegio, gané el concurso, y siempre estaba muy inquieto, y además muy vinculado a los grupos literarios que había en Trujillo, los rezagos del Grupo Trilce, que era uno de los más conocidos en Trujillo. Siempre era un personaje un poco joven metido con otros poetas, escuchándolos hablar o enseñándoles mis bocetos de poemas.
¿Y los conserva todavía?
Los tengo guardados, sí.
¿Y a qué poetas recurría en esa época?
Bueno, los favoritos siempre han sido Vallejo, Neruda y entre los extranjeros Walt Whitman, que es también un buen referente de la poesía americana.
¿Ahora los revisa también?
Sí, siempre tengo mis poemarios de Vallejo y de Neruda, que son libros de cabecera. Siempre cuando tratas de volver a eso que se llama sentimiento, tienes que leer poesía.
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¿Y qué pasa con su libro de memorias?
Sí, es un proyecto que estamos manejando con Emma, mi esposa, de tratar de hacer un libro de memorias, porque he tenido la suerte de tener experiencias muy ricas, de todo orden, por lo que significó Sipán, que, cuando apareció en la National Geographic, Gilbert Grosvenor, el director en ese tiempo de la revista, lo presentó como una mezcla de ciencia, aventura y patriotismo, que sintetizaba un poco, con esa visión muy de los americanos, lo que fue el proyecto.
¿Y usted siente la necesidad de dejar por escrito la historia de su vida?
Yo creo que no debo pensar en los términos de mi vida, sino en los términos de una experiencia. Porque, bueno, yo creo que fue una experiencia, porque son situaciones, circunstancias, que creo que deben quedar escritas como una crónica.
¿Y le preocupa qué pasará con sus hallazgos, con sus investigaciones, cuando usted ya no esté?
Claro, nunca deja de preocupar, pero yo creo que hay que pensar en que, como todo en la vida, tenemos que tener una continuidad en las nuevas generaciones. Hay gente joven que veo con mucho entusiasmo. Hay una vocación por la arqueología y hay gente que tiene que tomar la posta. Tengo también, no puedo dejar de decirlo, dos hijos que son arqueólogos, Ignacio y Bruno.
Ahí hay un legado.
Y además mi esposa que es arqueóloga. Entonces, tenemos un buen respaldo para continuar con la tarea.
Claro, desde los jóvenes va a continuar la investigación. El problema es cuando uno se pone a pensar en lo que hace el Estado, que sí es ingrato con el patrimonio cultural.
Yo creo que tiene muchas limitaciones. Y todavía la clase política no ha tomado cabal conciencia de lo que significa el patrimonio cultural. Las leyes existen, se dan, pero no hay la voluntad de invertir, por ejemplo, en investigación. Tenemos un patrimonio extraordinario. Entonces, la labor estatal se ha dedicado a la conservación, a la protección, que está muy bien. Pero también tiene que haber investigación. Si no se investiga, no se producen nuevos conocimientos. La arqueología es producir conocimientos.
¿Y qué siente usted, un investigador tan importante, cuando ve situaciones como la que ocurrió hace poco con Nasca, en la que se recortó parte del patrimonio?
Yo diría que fue un intento fallido de recortar el gran perímetro que protegía las líneas de Nazca. Fue, porque han tenido que retroceder. Pero se ha brindado la mala imagen de que el mismo Estado, el Ministerio de Cultura, impulsa un probable recorte de las Líneas de Nasca. Probablemente hay necesidad de algunos replanteamientos, pero tiene que hacerse de una manera muy técnica. La presentación de este intento de recortar no ha tenido sustento técnico ni un estudio definitivo. Todos los estudios que se han enunciado son investigaciones arqueológicas, investigaciones académicas, que no tienen que ver nada con un trabajo exhaustivo de delimitación y de ubicación de todos los elementos arqueológicos que deben ser preservados.
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Se han usado datos engañosos, dice usted.
No engañosos, yo creo que hubo precipitación.
El otro temor es que se terminó acatando presiones de economías ilegales o informales que están alrededor del patrimonio.
Bueno, no se quiere reconocer, pero es muy evidente que ha habido presiones, porque esto ha sido muy imprevisto, y en el marco justamente de donde hay una presión muy fuerte de denuncios mineros. Entonces, es casi lícito pensar que ha habido algún tipo de presión. Y además también hay problemas de expansión urbana.
La aventura de Huaca Rajada
Recordemos un poco la investigación del Señor de Sipán en Huaca Rajada. ¿Es verdad que empezó su trabajo con 500 dólares, unas carpas que le prestó el Ejército y un arma para protegerse de los huaqueros?
Bueno, sí, las circunstancias de nuestra intervención fueron bastante dramáticas, porque no teníamos ningún tipo de recurso, no había ningún presupuesto, y si nosotros no interveníamos, en este momento no existiría Señor de Sipán ni las tumbas que se han investigado. Creo que la decisión fue oportuna, pero con muchas limitaciones de recursos, no teníamos nada, y apelé a un patronato de cultura local que nos donó 500 dólares, e inmediatamente comencé a gestionar con el Programa de Apoyo al Trabajo Temporal que había en ese tiempo, el PAIT, y nos asignaron algunas plazas de obreros y comenzamos el trabajo. Pero la instalación misma de nuestro campamento fue muy difícil, porque los profanadores y parte de la población, por desconocimiento de lo que significaba su herencia cultural, pensaban que esto era totalmente lícito. Ellos estaban pasando una situación difícil, no olvidemos que el año 87, fue una época de crisis económica y crisis política muy fuerte.
Teníamos un inflación muy alta y terrorismo.
La crisis económica en las empresas azucareras era dramática, no había pagos. Este fue el caldo de cultivo para que los traficantes de antigüedades promovieran el saqueo de los monumentos. En ese tiempo había verdaderas bandas de saqueadores que asolaban toda la región de Lambayeque, tanto en el valle de Lambayeque como en el valle de Saña.
¿Y es por eso que usted iba armado al campamento?
Bueno, era una protección personal y además servía para ahuyentar a la gente que podía incursionar en este monumento. Pero también tuvimos el apoyo de la Policía Nacional. Desde el momento que instalamos nuestro campamento, casi comprometimos a que la Policía nos dé protección.
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Hablábamos de la poesía hace un momento. Y usted ha descrito el momento puntual del hallazgo de una manera muy poética. Ha dicho: “Fue como un encuentro mutuo”, como si alguien lo hubiera estado viendo o aguardando.
Sí, yo creo que fue una experiencia extraordinaria. Hubo un momento en que estábamos limpiando los sedimentos que cubrían el fardo funerario y una tarde de julio del año 87, uno de mis asistentes dice: “Parece que hay algo debajo de una concreción”. Y era bastante tarde. Entonces traje una linterna, levantamos la concreción y la impresión que tuve fue de que no solamente yo estaba mirando, sino que algo me miraba y era el rostro de oro de la orejera, que era el ornamento principal y más emblemático del Señor de Sipán.
Un momento emocionante.
Sí, es un momento eterno, porque queda grabado en tu memoria.

¿Por qué dice que el hallazgo fortaleció la idea de que se podía hacer una arqueología peruana desde el Perú?
Porque antes de Sipán la arqueología siempre era arqueología de temporadas y mayormente conducida por proyectos extranjeros. No tengo nada contra los colegas extranjeros, bienvenidos, pero había muy pocos proyectos peruanos y como digo eran proyectos de temporada, no había continuidad en la investigación de un monumento. El único monumento que se había puesto en valor en ese tiempo era Chanchán y era para el turismo. Pero intervenir en Sipán significó verdaderamente un reto, no solamente en la necesidad de salvar ese monumento del saqueo, sino también en desarrollar métodos y técnicas de registro, porque nos encontramos frente a un conjunto, a un testimonio arqueológico muy complejo. Una tumba intacta muy afectada por la corrosión nos planteaba desarrollar un registro exhaustivo, porque en arqueología, como ustedes comprenderán, cuando se retiran los objetos se destruye también la evidencia, entonces hay que justificar eso con un adecuado registro.
Entonces, la investigación no solamente fue un rescate del patrimonio, sino también fue escuela.
Sí, definitivamente. Comenzamos a desarrollar métodos también de recuperación. La recuperación, por ejemplo, de ornamentos de cobre que estaban totalmente desintegrados nos obligó a desarrollar técnicas que dieron un buen resultado. Muchos de los objetos que estaban en el museo estaban literalmente convertidos en astillas y muy fragmentados, pero gracias a ese cuidadoso registro de recuperación se han podido reconstruir.
Ahora que me hablaba de que encontró una tumba más o menos intacta, muchos grandes hallazgos arqueológicos se han hecho en tumbas, y la idea es recuperar el patrimonio, pero quizá también sea aproximarse a la idea que tenían los antiguos sobre la relación entre la vida y la muerte.
Sí, una tumba es el repositorio de un personaje, y las tumbas del antiguo Perú plantean la reconstrucción de todo el ritual funerario, la disposición de los objetos que acompañaban al difunto, sus bienes, los bienes que usó en vida, también nos explican el rol que tuvo en vida. Y también los conceptos de la vida y la muerte, el hecho de que el personaje estuviera acompañado de ocho personajes más, nos indica que era tan importante que sus súbditos, la gente cercana a él, sentía la obligación de acompañarlo, para tener los mismos privilegios y servirlo en la eternidad.
Lambayeque es una región en la que pesa mucho el chamanismo, el curanderismo, ¿hubo alguna reacción después del hallazgo de Sipán de estos grupos, que se interesaran en lo que usted había encontrado?
No, no pasó, había gente que visitaba y hacía sus comentarios, pero no hubo un acercamiento con el tema del chamanismo.
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¿Y usted se ha interesado personalmente por estos conceptos?
Necesariamente. Los mochicas en su arte han representado imágenes muy vívidas de la actividad chamánica, chamanes en gestos rituales. Además, el mundo espiritual mochica está regido por los chamanes, que eran líderes espirituales en su tiempo.
Y eso se mantiene un poco en la actualidad.
Claro, los curanderos actuales son en realidad los rezagos de esa actividad chamánica, que era el manejo de toda una farmacopea para las curaciones, el uso de alucinógenos para las actividades visionarias. En fin, la sociedad mochica nos refleja un mundo espiritual muy rico.
Ahora, paralelamente a estos conocimientos del curanderismo, Lambayeque es también una región muy religiosa, muy católica, coexisten ambas ideas.
Claro, esa es la simbiosis cultural que ha habido siempre. En el fondo, la religiosidad andina encajó perfectamente con la religiosidad cristiana.
Y ahora se ha acrecentado un poco ese sentimiento religioso-cristiano con el nombramiento del obispo de Chiclayo como Papa.
Claro.
Todos tienen en Chiclayo una historia con el Papa. ¿Usted lo conoce?
Sí, claro, por supuesto. Era el obispo, teníamos que encontrarnos siempre en cualquier ceremonia, en cualquier actividad, y claro, para todos fue una sorpresa. Nadie se imaginaba que nuestro obispo iba a llegar a ser Papa. Hay una foto simpática donde estamos en Sipán, brindando con chicha, en una ceremonia.
Es uno de los pocos que puede decir que ha brindado con chicha con el Papa.
Sí (se ríe).
Por cierto, entiendo que, si el Papa viene a Chiclayo, probablemente usted sea el representante de los consejeros regionales en las ceremonias que se hagan durante su visita.
Bueno, han pedido eso, pero yo creo que todos debemos estar para recibirlo. Y esperemos que venga, que algún día llegue a Chiclayo.
El maestro del guardián de Sipán
Tengo una duda, ¿quién le puso el nombre al señor de Sipán?
Bueno, fue mi idea. Primero porque no podríamos hablar de un cacique. El cacique es un hombre que viene más de Centroamérica, pero la idea de señor es entendible en cualquier parte del mundo. Un señor es alguien que maneja un grupo humano, y el señorío es también un territorio que se debe manejar
Se lo preguntaba porque otros centros arqueológicos en el Perú solamente toman el nombre de su sitio geográfico, pero no humanizan a las figuras que se encuentran.
Yo creo que en Sipán se coloca por primera vez ese hecho. Porque normalmente los arqueólogos ponemos un número, la tumba uno de tal lugar, o la tumba dos, pero cuando se encuentra Sipán, yo dejé la nomenclatura fría de la ciencia y le asigné un nombre, el Señor de Sipán. Nunca podremos saber su nombre verdadero, pero lo nombramos señor del santuario de Sipán. Fue la manera de rescatar la presencia humana del personaje.
¿Qué familiar influyó un poco más en su carrera como arqueólogo?
Bueno, yo tengo que decir que mi mentor en el mundo de la arqueología fue un gran amigo de mi padre, el señor Max Díaz, que fue un arqueólogo, pero también un hombre con formación artística, era dibujante, escultor, ceramista.
Un renacentista.
Exacto, un poco esa idea de un hombre que maneja todas las artes y todas las ciencias. Él fue fundador del Museo de la Universidad Nacional de Trujillo. Y Max, por una extraña coincidencia, se hizo muy amigo de mi padre, una amistad un poco extraña, porque mi padre era ingeniero, era matemático, no le interesaba mucho el arte. Para mí la impresión más maravillosa que tuve fue cuando por primera vez visité su casa, que era una casa solariega en Moche, con un jardín inmenso y la sala llena de esculturas, que recreaban escenas y pasajes del mundo Mochica. Por primera vez me encontré ahí con la representación de la corte de un señor Mochica, sin imaginar que algún día me tocaría, por esas cosas del destino, descubrir la tumba de un personaje de esa dimensión. Y además él tenía también una pequeña colección de cerámicos, para mí fue la fascinación total.
¿Qué edad tenía usted?
Ocho años. Yo he vivido hasta los ocho años en mi pueblo natal, que es Contumazá, Cajamarca, y a esa edad la familia se mudó a Trujillo, fue ahí donde conocí a Max.
Entiendo que su abuela también era una gran contadora de cuentos e historias.
Sí, mi abuela Rosa era una persona fascinante, una persona que apenas sabía leer y escribir. En ese tiempo las mujeres pocas veces tenían una educación esmerada. Ella era una mujer de su casa, pero con una imaginación extraordinaria, y para mí lo mejor era irme a dormir con la abuela, soportar el rosario primero, soportar las frotaciones que se ponía en las noches, y después escuchar los cuentos, que eran una mezcla de mitos griegos, de las Mil y una Noches, y también tradiciones y cuentos andinos. Y por supuesto eran infaltables los cuentos maravillosos del Tío Lino, que es todo un personaje. En mi pueblo se han escrito varios libros sobre estos cuentos, de un surrealismo andino maravilloso.
Macondiano.
Sí, exacto.
¿Cómo está? Ha pasado por una crisis de salud que preocupó a mucha gente.
Sí, yo creo que los amigos se preocuparon, yo realmente no me percaté porque entré en un estado de inconsciencia, pero tengo que decir que estoy profundamente agradecido. Debe existir Dios, porque me ayudó. Y existe una mujer que fue la que peleó por mí en los momentos más difíciles, que es Emma. Sin ella, no creo que hubiera podido sobrevivir.
Faltan solamente dos años para el aniversario número 40 del hallazgo del Señor de Sipán.
Sí, es impresionante cómo ha podido transcurrir el tiempo, parece que fuera ayer, lo que nos hace pensar en lo rápido que corre la vida, pero este aniversario, 40 años desde el inicio de este trabajo, comprometió mi vida. Como dije una vez en una entrevista de National Geographic, desde que comencé a investigar, me convertí en el último sirviente del Señor de Sipán y sigo sirviéndole.