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Xavier Arbex: «En Puerto Maldonado los mineros no tienen nombre»

Mi opinión

Entre las muchas propuestas que dejó Francisco durante su visita a Puerto Maldonado quiero destacar una que lanzó al aire al iniciar su discurso en la explanada del instituto Jorge Basadre y que veo que ha pasado un poco desapercibida. “Amen esta tierra, enamórense de ella, háganla suya”, dijo en alusión al poco afecto que manifiestan por la región los que fueron llegando de todas partes para fundar pueblitos y ciudades a lo largo de la ruta del oro y la madera.

“Esta no es una tierra de nadie”, increpó a la concurrencia para enseguida enfilar su puntería contra la extracción del oro, ese metal “que puede convertirse en un falso dios que exige sacrificios humanos”.

“Los animo a organizarse, no utilicen esta tierra como un objeto descartable”, prosiguió antes de cerrar la idea con una invocación que comparto y que por cierto fue el leit motiv de la campaña #MadredeDiosPuede que tuve el honor de liderar al lado de buenos amigos y mejores socios institucionales: “vivan esta tierra como un tesoro para disfrutar, háganla crecer para transmitírsela a sus hijos”.

Clarísimo admonición para empezar a replantear –repensar voy a decir- la narrativa de la colonización de este territorio duro, infinito en apariencia y de tantas posibilidades. Y hacerlo de una vez para que los que llegaron, ellos pero sobre todo sus hijos, se sientan parte de una historia que los toma en cuenta, que valora su esfuerzo, sus sacrificios por labrarse un mejor porvenir.

Pienso que es menester empezar a elaborar una historia del departamento de Madre de Dios que no estigmatice al colono, a ese poblador tan desprolijo con la naturaleza que se instaló en los bordes de un país aparentemente inagotable después de haber abandonado su terruño y las más de las veces a los suyos. Seguir con la cantaleta que insiste en denigrar su osadía y culparlo de los males contemporáneos, enemista al colono y a sus descendientes con la tierra nueva y su futuro. Y perpetúa su condición de habitante circunstancial y de paso.

La colonización de la Amazonía, pese a quien le pese, fue un acto heroico, una tarea de titanes. Para el caso de Madre de Dios ésta involucró a curas doctrineros, nativos víctimas de las correrás interétnicas, japoneses errantes, caucheros de mala traza, mineros sedientos de oro, mercachifles de toda condición, buscadores de fortuna, madereros astutos y a muchos más. Todos, como en cualquier proceso migratorio, culpables de lo malo y artífices de lo bueno.

Es tarea de la academia y de los historiadores hurgar en esa epopeya. O en ese drama. Lo que deben hacer los formadores de opinión es morigerar la crítica de un proceso migratorio todavía inconcluso, entendiendo las circunstancias históricas que generaron la ocupación tan a la mala de Madre de Dios, que es solo un capítulo del desmadre llamado Perú. Y hacerlo con el convencimiento de que solo así se podrá generar un espacio para los mea culpas y la construcción de una patria chica de verdad grande.

Algo de lo que digo leo entre líneas en las respuestas que da el padre Xavier Arbex en esta entrevista. Buena semana para todos, sigamos discutiendo.


A lo largo del Río Madre de Dios, durante los últimos 20 años, se han concentrado miles de trabajadores mineros informales, sometidos a las peores condiciones laborales y de salud, difíciles de imaginar. Estos trabajadores no tienen nombre. Son conocidos por apodos puestos por sus patrones: “flaco”, “chileno”, “gordito” o lo que sea, dice el sacerdote Xavier Arbex, fundador de la casa hogar El Principito, quien califica de “catastrófica” la situación social y ecológica de Madre de Dios, lugar que visitó el Papa Francisco.

Sus más de 40 años de sacerdote y de vida en Madre de Dios le da derecho a afirmar que la minería debería desaparecer. “A mí me gustaría que la minería desaparezca, por qué no decir la verdad. Nos gustaría volver a tener quebradas cristalinas, peces que podamos pescar libremente. Lo que he vivido cuando vine a estas tierras hace más de 40 años. Todo eso, claro que lo desearíamos volver a vivir”.

Pero, continúa con cierta resignación, “no creo que sea posible que la minería desaparezca, porque detrás de ella hay entre 15 mil y 20 mil mineros”.

“Actualmente, mucha de esta gente ingresa al trabajo minero de manera anónima, porque ellos no son registrados, están sólo con sus apodos. Mucho de ellos desaparecen aplastados por el derrumbe que han provocado o ahogados, y nadie sabe nada, porque cuando llegan se les dice si entras tú sabes a qué atenerte. Aquí no te conocemos, entonces le ponen un apodo: flaco, chileno, gordito o lo que sea. Ese es el primer problema”.

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El segundo problema humano son las condiciones de trabajo. “La minería no es nada agradable, no es un trabajo fácil. La minería es un trabajo duro. Bien pagado sí, pero es duro. Y ahí, además de las desapariciones, hay situaciones de salud que son deplorables. Situaciones de exposición a peligros, a accidentes de trabajo, a enfermedades contagiosas y endémicas que hay en la selva. Todo esto lo viven los peones mineros”.

A esta situación se suma el problema ecológico dice el padre Xavier Arbex “la recuperación de los aceites quemados de los motores. Miles y miles de motores botan sus aceites al suelo, cuando cambian de aceite. Botan miles y miles de metros de plástico, de todo tipo, y de desechos plásticos, de Teknopor, que no se pudren nunca y sólo contaminan. Ni hablar del mercurio, que se sabe que es posible trabajar sin derramarlo.  Pero, todo esto, ¿por qué no se cambia?».

El padre Xavier Arbex, espera del Papa Francisco un mensaje concreto y de esperanza “espero que el Papa diga que debemos cuidar la casa.  Él no viene a suprimir la extracción de la madera, de la minería, inclusive del gas o del petróleo. No se trata de suprimir la extracción, de decir sí o no. De lo que se trata es del CÓMO lo hacemos. Cómo hacerlo cuidando nuestra casa”.

La lógica del sacerdote Xavier Arbex es sencilla: “reparar”.  “Si tú tienes una casa, es imposible que no la ensucies. Se rompen cosas, se destruye de repente una cosa valiosa. Y, hay que mejorar, hay que reparar. Pero cuidas tu casa, la cuidas, la limpias”.

Eso desearía Xavier Arbex que el Papa lo diga. “Tenemos que cuidar nuestra casa común, como lo dice en su Encíclica Laudato SI. Hay que reorganizar la explotación de la selva, hay que saber explotar, conservando. Parece contradictorio, pero no lo es. Seguramente haremos algún daño, pero sería muchísimo menos”.

“Tendremos que buscar otros modelos”, dice. Porque “Los que pagan el pato, son los pequeños y los pobres de siempre. No podemos admitir que se saquen 44 toneladas de oro (que es una cifra del 2016) y que no pague ningún impuesto, ningún canon a favor de la región. Debemos reinvertir. Tener, por ejemplo, un corredor minero, con casas dignas, con asesorías para los mineros, con buenos servicios de salud, educación, desarrollando acciones de cuidado del medio ambiente y de la vida. Todo eso se puede hace con los impuestos que deberían pagar las empresas mineras”.

“Lo malo de lo malo – enfatiza-, lo malo es que las empresas mineras no quieren. Son más de 20 años acostumbrados a estas formas dañinas y no quieren cambiar. Los mineros no vienen aquí, para conservar, para ser solidarios, para ayudar a la región. Han venido a devastar, sacar, ganar dinero destruyendo y contaminando todo”.

¿Qué hacer? Se pregunta el padre Xavier Arbex  “Que los mineros cambien, que cambien y si no lo hacen, que se apliquen las leyes, porque leyes hay”, dice enérgicamente.

Volviendo a la visita del Papa, nos desafía: “Que la visita del Papa no sea sólo un pasar un momento y allí se acabe todo. Hay que darle seguimiento. La Iglesia debe luego movilizarse y comenzar a preparar el sínodo amazónico”.

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26/1/2018

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