Mi opinión
Sin comentarios. Mientras nos rasgamos las vestiduras por la muerte del león más famoso de Zimbabue, los derechos humanos de los habitantes de esa nación son pisoteados por un gobernante que reina a su antojo. África sigue siendo el continente de los absurdos y los extremos.
El comentario es de Sergio Ramírez, escritor nicaragüense que alguna vez fue uno de los más connotados líderes del sandinismo en su país.
La imagen del león Cecil me persigue en todas las pantallas de televisión de las salas de los aeropuertos, y no hay pasajero que no le dedique una mirada de conmiseración, mientras el locutor de la CNN hace el relato de la tragedia, que induce también a movimientos desaprobatorios de la cabeza, llenos de pesar. Cecil era un amable huésped cautivo en un parque de Zimbabue, hasta que un forajido de nombre Walter Palmer, dentista de profesión, con domicilio en Minnesota, lo mató con un rifle de alto poder.
No bastándole, hizo que lo despellejaran y le cortaran la cabeza para llevarla como trofeo a Estados Unidos, donde seguramente pretendía adornar con ella su consultorio. Y la felonía se hace más explícita al saberse que pagó cincuenta mil dólares en sobornos para cobrar la presa. Ya no son los tiempos de Teodore Roosevelt, cuando cazar leones era heroico, ni los de Hemingway, cuando era un asunto no exento de romanticismo.
La imagen de Cecil desaparece, y el locutor está hablando ya de Donald Trump, que visita un campo de golf de su propiedad en Escocia. Y no nos dice nada de Zimbabwe. Los pasajeros de la sala de espera, que ahora vuelven a sus teléfonos celulares, saben que es un país de África, porque se presume que los leones son parte de la fauna africana, igual que los elefantes, los rinocerontes y las jirafas.
Seguramente, ignoran que Zimbabue, antigua colonia británica en el sur de África, llamado antes Rodesia, se haya gobernado desde su independencia en 1980 por el antiguo líder guerrillero Roberto Mugabe, 35 años de mando continuo y corrupto eliminando o comprando sistemáticamente a sus opositores. Quien quiera saber de Zimbabue, sus antiguos sueños de libertad y su realidad actual de postración y miseria, haría bien en leer el libro de memorias de la premio Nobel de Literatura Doris Lessing, ‘Risa africana’.
Mugabe pasa ya de los 90 años y a su avanzada edad suele dormirse durante las reuniones de gabinete. Pero para eso tiene siempre a su lado a su esposa, Gracia Marufu, su antigua secretaria, a quien sus súbditos llaman en secreto ‘Desgracia’ Marufu.
Actualmente, es la presidenta de la Liga de Mujeres de la Unión Nacional Africana, el partido de su marido, quien ordenó que le otorgaran un doctorado en Sociología en la Universidad de Zimbabue, siendo él mismo quien le puso el birrete en la ceremonia de graduación; y a su muerte, será su sucesora, según la ha designado.
¿Pero qué tiene que ver todo esto con Cecil, el gentil león muerto a mansalva? Ya vamos a verlo. Y es que si Zimbabue ha pedido oficialmente la extradición del dentista de Minnesota por el crimen, Mugabe, en cambio, puede matar a todos los leones y demás animales que quiera, y servir su carne en sus fiestas de cumpleaños.
Hace pocos meses, cuando celebró sus 91 años de vida, dio una fiesta para 20.000 invitados, que, por supuesto, no cabían en un salón cualquiera, y fueron concentrados en un estadio. Se sirvió entonces una parrillada gigante, digna de los Guinnes Records, donde podía escogerse entre lomos de elefante, entrecotes de búfalo, piernas de impala y costillas de antílopes negros, todo un zoológico sobre las brasas.
¿Y cómo se financió este célebre ágape, que costó más de un millón de dólares? Una parte tocó a los empleados públicos, invitados amablemente por los comités de base del partido a donar de sus escuálidos sueldos una cuota de 2 dólares por cabeza.
Cien niños asistieron como invitados especiales, escogidos entre quienes han tenido la dicha de nacer en la misma fecha de Mugabe. Pero la cumbre de la celebración fue la entrega que hicieron al líder eterno de una cabeza de león recién cazado, con lo cual nos acercamos cada vez más al caso del desgraciado Cecil.
Un campeón de serviles, de los que nunca faltan, Tendai Musasa, organizador de los festejos, declaró la misma noche de la memorable comilona: “hemos negociando con la Autoridad de Parques y Gestión de la Vida Salvaje de Zimbabue para poder cazar a los animales un día antes de la fiesta, y así disponer de su carne fresca y no tener que congelarla”.
Cecil, el león bien portado, se salvó de que su cabeza fuera llevada a la mesa de Mugabe en una bandeja de plata. Otro destino fatal, aunque menos glorioso, le esperaba.