Solo Para Viajeros

[HOMENAJE] “Félix Rodríguez de la Fuente era una fuerza de la naturaleza, en todos los sentidos”

Mi opinión

Suelo regresar cada cierto tiempo tras las pasos y el ejemplo de Félix Rodriguez de la Fuente, conservacionista, periodista especializado en vida silvestre y fundador del ecologismo español, uno de los íconos más destacados de mi generación.

Rodríguez de la Fuente, que falleció en 1980 mientras filmaba en Alaska un especial para la TV de Madrid, fue un viajero y hombre de acción que dedicó su vida a la defensa de los parques nacionales de España y a la difusión de la entonces casi desconocida fauna del planeta.

Esta mañana mientras organizaba mi agenda después de retornar del desierto de Paracas me encontré con esta entrevista a uno de sus discípulos y compañeros en el equipo de redacción de la mítica enciclopedia Fauna, la obra maestra de Rodríguez de la Fuente. Se las dejo, resulta oportuno conocer el legado de uno de los periodistas científicos más enterados y potentes de nuestro tiempo. Buena semana para todos.


El final de una noche otoñal acaba en el sofá de una casa de piedra en Torla, un pueblecito oscense a las puertas del Parque Nacional de Ordesa adonde hemos llegado gracias a esos maravillosos azares de la vida. Sobre la mesa, una botella de Aquavit danés bien frío. Enfrente, el biólogo y periodista ambiental Carlos G. Vallecillo, siempre tan parco en palabras, se aviene a recordar sus orígenes periodísticos y a su querido maestro Félix Rodríguez de la Fuente, el naturalista que cambió su vida y la de mucha otra gente. “Una fuerza de la naturaleza en todos los sentidos”.

Carlos G. Vallecillo.

Rodríguez de la Fuente le traspasó su pasión por la naturaleza, le reclutó para el equipo de redactores de la primera (y única) gran enciclopedia española dedicada a la fauna mundial, le presentó a quienes luego serían sus mejores amigos y le dio alas para perseguir unos sueños que le acabarían llevando a vivir en Suecia y Japón, a trabajar en Adena/WWF, y a amar la libertad como se ama una nube, un arroyo de montaña o el vuelo efímero de una mariposa. Frente a su sonrisa sincera, de hombre bueno, uno trata de descubrir en ella los aleteos del espíritu Félix, como si el toque del mito se mantuviera tangible, inalterado, en esas personas que tuvieron la suerte de conocerlo, de tratarlo de tú a tú, y acabaron contagiándose de su entusiasmo arrebatador. Es verdad. En Carlos ese espíritu feliz y felino de nuestro más universal divulgador ambiental sigue vivo. Y sus recuerdos fluyen en la noche con la delicada añoranza de los susurros.

¿Cómo llegaste a Félix?

Cuando estudiaba Biología, Félix tenía en la Casa de Campo un sitio para sus halcones, y alguna vez fui a verlo y a hablar con él, pero fue algo que pasó y se olvidó. Al terminar la carrera, Félix ya estaba pensando en hacer la enciclopedia de Fauna con Salvat. Con el primero que contactó fue con Miguel Delibes hijo, pues conocía a su padre el escritor. Miguel era un curso posterior al mío. Después llamaron a Cosme Morillo, que era compañero de mi curso. Y también a Suso [Garzón] y a Javier [Castroviejo]. Al necesitar a más gente fue Cosme el que contactó conmigo. Hablé con Félix y me pidió que le escribiera unas páginas para ver cómo lo hacía y así entré en la redacción.

Así que Félix os hizo un casting.

Algo así. Nos pidió que escribiéramos algo sobre un animal, lo que que quisiéramos.

¿De qué escribiste tú?

Yo escribí sobre delfines. Siempre fueron animales que me fascinaron mucho.

¿Lo hiciste de memoria?

No. Lo hice en casa con algunos textos y libros que tenía a mano. Se lo llevé y, o le gustó o no le disgustó demasiado, y así fue como empezamos a trabajar juntos. Félix escribía muy bien, tenía mucho oficio y nos corregía a menudo. Nos daba pequeños trucos, hazlo así, no lo hagas de esta manera. Yo creo que en gran medida nos enseñó a escribir a todos. Fueron unos años muy enriquecedores y muy divertidos. Éramos todos muy jóvenes. Seguramente esas locuras solo te salen bien cuando eres muy joven.

¿Qué edad tenías?

Fue entre el 70 y el 73. Yo tendría 27 o 28 años. Josechu [Lalanda] era algo mayor que nosotros. También había dibujantes en Barcelona, y uno al final resultó que era pariente lejano mío; había hecho antes muchas ilustraciones para las cajas de cerillas, que en aquel tiempo estaba de moda coleccionar. A Josechu no había que enseñarle nada, fue siempre un genio. Además de que lo quería mucho, tenía un talento natural arrollador.

¿Cómo se trabajaba en esa redacción?

En ese tiempo era muy difícil conseguir documentación. Había un centro del CSIC que te daba fotocopias del artículo científico que tú le pidieras. Y después teníamos un personaje muy gracioso que era el libero de la Librería Internacional que estaba en la calle Preciados hacia Santo Domingo. Era de las pocas que en aquella época traían libros extranjeros. Y este hombre continuamente buscaba libros que nos pudieran interesar. Iba siempre muy a la moda. Recuerdo que una vez vino con una cazadora de ante tipo Far West con flecos en las mangas y Félix le preguntó: ¿Tú sabes realmente por qué tiene flecos esa cazadora? Y le explicó que cuando los indios se acercaban a las presas arrastrándose por el suelo para poder dispararlas con el arco, llevaban la ropa desflecada para evitar ruidos, igual que hacen con las plumas las rapaces nocturnas. El librero se quedó asombrado.

Trabajábamos en un chalecito que pertenecía a la editorial cerca de Vitrubio, en el barrio de El Viso. Era una oficina muy loca. Durante una temporada incluso tuvimos allí un ocelote vivo que habían requisado no sé dónde y se lo habían dado a Félix. Hasta que lo pudo llevar a la Casa de Campo lo tuvimos unos días, campando entre las mesas, subiéndose encima de todo. No sé por qué, pero se desató una lucha sorda entre Josechu y el ocelote, porque el animal le molestaba a él cuando estaba dibujando, se le subía al tablero. Él lo apartaba y el ocelote, en venganza, se orinaba encima de sus dibujos. [Risas].

¿Cómo se decidía el trabajo de cada día?

Primero se hizo una distribución general de lo que se iba a poner en cada tomo. África, como era el ojo derecho de Félix, eran los tres primeros volúmenes. Se hacía una distribución por regiones y luego él repartía los artículos, los íbamos preparando, los revisaba y acordábamos los títulos con él. Empezábamos por la introducción, pues nos decía que era con la que había que enganchar al lector.

Como un director de periódico…

Algo así. Y después, eso sí, cogía todos los textos, los revisaba y en alguna medida los refundía también. Si había alguna cosa que no le gustaba, la cambiaba o la escribía de nuevo. Hubo introducciones que él hizo íntegras.

Cuentan que más que redactar lo que hacía era dictar.

Cuando él escribía no escribía, dictaba. Se ponía con la secretaria y empezaba a hablar, a hablar, a hablar, sin parar, como hablaba en televisión, y le salían los textos redondos, con puntos y comas. El único de todos nosotros que fue capaz de hacer algo parecido fue Miguel Delibes hijo, que es un buenísimo escritor y muy ingenioso.

Realmente Félix fue una persona excepcional, una fuerza de la naturaleza no solo intelectual, también física. Y en otros aspectos también. [Risas]. Tremendo. Es una pena que muriera. La desaparición de Félix fue una pérdida terrible para nuestro país y la conservación de la naturaleza. Era una persona con mucho ingenio, con mucha iniciativa, excepcional. Hay una cosa que se le ha criticado mucho y que a mí me parece que era uno de sus puntos positivos: era capaz de sacar dinero de debajo de las piedras, de lograr financiación para cualquier proyecto. Y por otro lado tenía una gran intuición científica.

Se decía que era muy exigente con su equipo.

Yo no puedo hablar por otros equipos, aunque tengo la idea de que también lo admiraron y quisieron mucho. Con nosotros fue siempre una persona muy amable, muy comprensiva y flexible, con mucho sentido del humor. Era también muy progresista. Es muy fácil, para las personas que no han vivido el franquismo, aventurar opiniones, pero dentro de ese sistema tan coercitivo Félix era muy librepensador.

Fueron tres años de una convivencia muy cotidiana, en un ambiente siempre alegre, positivo, con mucha ilusión. Cuando terminábamos la redacción de una zona biogeográfica, nos invitaba a comer a un sitio de paellas cerca del Puente de los Franceses. Pero la editorial pagaba muy poco. No teníamos contrato de ningún tipo, era una irregularidad completa. Y tuvimos una lucha tremenda para conseguir que pusieran nuestros nombres en los créditos, algo que no les costaba dinero. La colección empezó a publicarse por fascículos y en ese momento sólo teníamos escrito el primero de los diez volúmenes. Fue todo una locura completa, de esas cosas que solo salen bien cuando eres joven.

Tú luego trabajaste en Adena/WWF, que él ayudó a fundar como uno de los primeros grupos ecologistas de España.

Fue uno de sus impulsores junto con [José Antonio] Valverde. Ambos eran amigos, pero Valverde de alguna forma pensaba que el verdadero sabio era él y quien sabía comunicarlo y se llevaba todo el mérito era Félix. También resultó visionario al dirigirse a los niños para formar una cantera conservacionista. Creo que un 90% de la base del ecologismo español de alguna forma ha estado inspirada por Félix; les inoculó la pasión conservacionista.

¿Fue lo que llamaríamos ahora una ‘celebrity’?

Era muy divo. Tanto él como David Attenborough en el Reino Unido o Jan Lindblad en Suecia eran personajes con mucho arrastre personal. Eran muy pasionales, pero sabían transmitir esa pasión, contagiarte de ella. Y Félix, en ese sentido, era una celebridad. Le pasaban cosas divertidísimas como estar rodando por ahí, ir a un hotel y encontrarse a una señora en la cama esperándolo. La vida erótica de Félix es un capítulo desternillante. Era tremendo. Como era muy arrollador, también resultaba muy atractivo para las mujeres.

¿Qué aprendiste de Félix? ¿Qué te queda de él?

Félix realmente me enseñó a escribir. Lo poco bien que pueda hacerlo ahora se lo debo en gran medida a él. Era tremendamente acertado y puntilloso. Se indignaba mucho con el mal empleo de las palabras. Por ejemplo, que la gente dijera y escribiese “desapercibido” por “inadvertido”, que son dos cosas diferentes. Todavía hoy se sigue utilizando mal.

A mí me encantaba hacer los pies de foto. Yo hablo muy poco y también me cuesta mucho escribir. Por eso me encantaban esos textos que eran como fogonazos pequeños. Me salían bastante bien y Félix me felicitaba por ello.

De joven yo no era una persona muy alegre y optimista, y creo que también me contagié algo de esa alegría de vivir que tenía Félix. En esos años ser joven era muy difícil, éste era un país muy triste, negro, cerrado. Y Félix tenía esa alegría expansiva que a mi carácter le sentó muy bien. Seguramente también se lo debo a él. Y esa mirada como de intentar explicar el mundo con la Ciencia. Él lo miraba todo desde un punto de vista científico, hasta la política, como luego haría Desmond Morris y otros etólogos. Mirar al ser humano como un zoólogo que lo estudia desde fuera. Y ver a tu país desde un punto de vista muy crítico, sin triunfalismos ni chovinismos.

¿Cómo viviste la muerte de Félix?

En esa época yo estaba ya viviendo en Suecia. Me llamó mi familia para contármelo y al principio me parecía imposible. Fue muy triste. Cosme me contó muchos años después que unos días antes de irse a Alaska coincidieron por casualidad en una gasolinera. Y le dijo que quería hablar con él a la vuelta pues tenía un nuevo proyecto y nos quería a todos los del equipo juntos de nuevo. Nunca hemos sabido qué era. Una pena.

5/12/2017

Deja un comentario