Solo Para Viajeros

Leila Guerriero: «Escribir es la única forma de estar en el mundo»

Mi opinión

Con ustedes Leila Guerriero, la brillante y muy promocionada periodista argentina.

Con ustedes, también, Alonso Rabí.

Buena semana para todos…


Leila Guerriero no ejerce el periodismo, milita en él. No es cronista, es periodista a tiempo completo, autora de muchas crónicas y perfiles memorables, de esos que confirman que la práctica periodística no es flor de un día y que sobre el papel no necesariamente todo es coyuntura pasajera.

Al leer los trabajos de Guerriero se puede concluir que en el periodismo escrito hay una belleza, una emoción, un abrazo que puede dar cuenta de existencias relevantes que de otro modo seguirían siendo invisibles a nuestros ojos, ya sea que aborde a una celebridad o a una persona común y corriente.

De todo esto hay algo en el trabajo de Leila Guerriero, así como también el afán de educar nuestra sensibilidad para con los otros, los que carecen de voz e incluso para con los que, teniéndola, acaso no han logrado expresar o contar la porción más cautivante de sus vidas.

Es en ese terreno en el que Guerriero se mueve con la natural agilidad de un pez en el agua. Armada de una curiosidad infinita y de una ansiedad por revelar y descubrir, nos ofrece eso que a simple vista una noticia leída al vuelo o escuchada por la radio no es capaz de ofrecer: la mirada profunda, inquisitiva, rigurosa, que va desnudando, en la compleja operación que guía la escritura, una historia de vida, una lección de mundo.

Resulta muy interesante darse de bruces con la novedad de que Leila Guerriero no estudió periodismo. Cuesta creerlo. Pero cuando la impresión se enfría se puede concluir que las vocaciones verdaderas no requieren título ni plan curricular, que el talento puede suplir con sobrada suficiencia cualquier malla de cursos. Estudiante inconstante de letras y turismo, Guerriero decidió dar el salto. Y claro, a todos no nos puede pasar.

Trato de imaginar la escena inicial de la historia de Leila Guerriero en el periodismo, un capítulo que empezó en 1992 en Buenos Aires. Entonces la veo escribiendo su primer texto y enviándolo en un sobre a la redacción de “Página/30” (suplemento mensual del diario “Página/12” que dirigía en ese entonces Jorge Lanatta). Imagino en el sobre una letra nerviosa, algo apurada, cuya redondez apremiante es metáfora de una secreta urgencia. Luego, la tensa espera por la decisión de la revista. Cuatro días después la respuesta llega impresa, y constituye la primera piedra de una vocación insobornable, de una pasión que no admite duda, de un impulso que ya fue imposible detener.

El diálogo que sigue a continuación, ocurrido entre sesiones de un taller ofrecido por ella en una conocida librería limeña, habla un poco de todas esas cosas: la vocación periodística, el renovado entusiasmo de dos décadas por la crónica, la lectura, la escritura, el momento del final. En cada respuesta un énfasis amistoso, un gesto enérgico que no hiere y que invita al diálogo. Con ustedes, Leila Guerriero.

Tú sueles definirte más como periodista que como cronista. ¿Podrías explicar un poco esta afirmación?

Lo que sucede es que en Argentina la palabra cronista no es de uso muy extendido, digamos. No es que yo no sepa lo que es un cronista, pero de modo natural siempre me he llamado a mí misma periodista. Incluso hoy en mi país “cronista” no es un término que uno use para referirse a un periodista. Creo que de alguna forma empezamos a hablar más intensamente de cronistas y crónicas a partir del trabajo de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano [creada por Gabriel García Márquez]. No me molesta el término cronista, pero yo me siento, por sobre todas las cosas, periodista. Por otra parte a veces mucha gente se hace llamar cronista como si fuera una suerte de “upgrade”, porque en el fondo lo que están haciendo es periodismo. Narrativo, literario, más estilizado, pero periodismo al fin y al cabo. Me parece que somos todos periodistas, ¿verdad? Quiero decir, si hacés periodismo deportivo no vas por el mundo diciendo que eres periodista deportivo, lo mismo si hacés investigación o te dedicas a otra rama, en fin.

Sin embargo la crónica viene a ser ahora un género marcado por varias particularidades, ¿no? Es decir se trata de una práctica que ha borrado fronteras entre la ficción y la no ficción pero sin renunciar a la narración basada en una investigación y un trabajo documental en el mundo de los hechos.

Puede ser. Lo que me parece es que la crónica toma elementos formales de la ficción, pero no inventa. La frontera para mí, en ese sentido, es clara: puedo tomar prestadas técnicas, puedo apropiarme de formas de narrar algo, puedo trabajar en la construcción de un estilo, pero nada de lo que diga o exponga como verdades podrá ser inventado. Y la verdad no está reñida con la belleza artística de un texto. Pero cuando inventás, ya estás haciendo novela, ya estás del otro lado.


VIAJE AL SUR. Los suicidas del fin del mundo, crónicas de un pueblo patagónico, fue publicado en el 2005.

Lo que me parece interesante es que haya cierta disputa por apropiarse de la crónica periodística dentro de los estudios literarios, cierta ansiedad por incorporar al repertorio de la literatura este género, que es su contraparte pero también su complemento. Curiosamente es probable que en la tradición latinoamericana al menos la crónica sea uno de los géneros más regulares, hablando en perspectiva histórica. Hoy vivimos un nuevo entusiasmo por la crónica. ¿A qué crees que se deba?

Hay varias cosas. En realidad no hay tantas revistas y creo que lo milagroso es que hayan subsistido revistas como “Etiqueta Negra”, “Gatopardo”, “El Malpensante” o “Soho”, que todas tienen problemas económicos, financieros, han cambiado de dueños o socios y están ahí. Por otro lado estas revistas han cambiado también la idea del editor típico de revista, porque el editor de estas revistas trabaja codo a codo con el autor, tratando de ver cómo aportar a la mejora de un texto.

¿Una suerte de coautor?

Espero que no. Si el editor se vuelve coautor allí empiezan otros problemas.

El proceso de la edición del texto es entonces más intenso, el acabado, formalmente hablando, más rico y complejo.

Sí, eso sí. El dueño del texto siempre es el autor. También me parece que lo que ha pasado con este auge tiene que ver mucho con la actuación de algunas instituciones, como la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano o la Fundación Tomás Eloy Martínez, la enorme cantidad de talleres de crónica o de escritura de no ficción en muchos países de América Latina auspiciados por instituciones de este tipo, e incluso académicas, o esos otros eventos que auspician los mismos diarios para capacitar a sus periodistas de planta. Creo que en algún momento se reconoció la existencia de un vacío en la formación periodística y estos talleres comenzaron a funcionar hace unos veinte años. Lo que se hizo fue poner al frente de estos talleres a gente como Alma Guillermo Prieto, Juan Villoro o Martín Caparrós, gente que de a poco fue cambiando los referentes para una nueva generación de periodistas.


CRÓNICAS. Frutos extraños, historias publicadas entre el 2001 y el 2008 y reunidas para Alfaguara.

¿Fueron referentes para ti?

Ya lo creo. En su momento, Walsh, Eloy Martínez, Caparrós, Villoro y por supuesto toda la influencia del periodismo estadounidense, con Wolfe, Capote, Janet Malcolm, gente como Joan Didion, fueron referentes de enorme importancia para mí. Entonces el trabajo de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano no desplazó a estos referentes sino que tomó a este grupo de periodistas latinoamericanos como modelo, como un camino posible para los más jóvenes. Ahí se puso en escena un diálogo entre generaciones porque al fin y al cabo eran personas de edades distintas pero probablemente con los mismos problemas, gente que tenía que lidiar duro para sobrevivir, que tenía que discutir con un tipo determinado de editor, que debía enfrentar los cepos y limitaciones de cada medio. Eso tenían en común y ese encuentro hizo posible, me parece, este realce de la crónica, porque los periodistas latinoamericanos jóvenes de hoy tienen como referente importante ya no tanto a los gringos sino a su propia tradición. Y ese es un logro importante.

¿Estarías de acuerdo en llamar a esto un boom?

Yo lo llamaría entusiasmo y aunque los espacios de publicación sigan siendo los mismos, tienes ahora editoriales de libros que publican colecciones o series de crónicas. No es que la situación sea favorable, porque todos hacemos mil cosas para seguir vivos y hacer lo que queremos hacer, pero quizá hace dos décadas el panorama era más pequeño, más árido, menos interesante.

Menos intercambio, probablemente.

Exacto, menos intercambio. Pero hoy mencionas la palabra crónica en América Latina y te sale una lista de nombres enorme, autores cuyos textos circulan además por todo el continente, ya no son nombres aislados. Lo importante de todo esto para mí, al margen de lo que ya mencioné, es que ahora se está produciendo un periodismo con una impronta más latinoamericana.

PERFILES. Plano Americano, uno de los últimos libros publicados por Leila Guerriero.

Hay una frase tuya en una entrevista reciente que me llamó la atención: “Me aburre que un periodista asuma la primera persona en una historia”. ¿Cuándo se justifica el uso del yo en una narración periodística?

Quizá con eso me refiero a que me aburre un poco que el periodista sea más importante que la historia. Me encantan los periodistas que usan la primera persona, como Caparrós, no puedo decir que reniego de eso. Yo me considero un poco de la vieja escuela, a mí me gusta lo que decía uno de mis maestros Homero Alsina Thevenet, que la primera persona se usa o se debería usar solo para contar experiencias intransferibles. Me gusta pensar en eso. Y de hecho he seguido esa máxima en dos libros que escribí, “Los suicidas del fin del mundo” y “Una historia sencilla”, pero hay un motivo para usar allí la primera persona. Primero porque necesitaba contar todo lo que pasaba en ese pequeño pueblo de la Patagonia, que era todo horroroso para mí pero para ellos era lo más normal del mundo y necesitaba contrastar esa normalidad con mi propia visión de una experiencia perturbadora. En el caso de “Una historia sencilla” llego con la intención de contar una historia y termino deslumbrada por el personaje que encontré. Por otro lado, me parece que el uso de la primera persona en las crónicas de viaje sí que está justificado. Y obviamente en las columnas de opinión, escritas casi siempre desde el yo más insolente de uno

El encuentro con el otro, a propósito de esos libros tuyos que mencionaste, supone un tipo de experiencia intransferible, relevante e incluso perturbadora, ¿verdad?

Así es.

Quisiera explorar un poco en tu formación. A mucha gente quizá le asombraría saber que estudiaste turismo y no periodismo.

Efectivamente, nunca tomé una clase de periodismo.

¿Cómo empieza la historia de tu vocación?

Una vez dejé un relato de ficción en “Página/30” que era el suplemento mensual del diario “Página/12” y al director le encantó y lo publicó. Luego nos contactamos, me preguntó qué quería hacer y yo le dije que escribir y seis meses después me ofreció un trabajo de redactora precisamente en “Página/30”.

Estamos hablando de Lanatta, ¿verdad?

De Lanatta, exacto. Fue todo impensado, yo nunca fui a buscar trabajo allí. Cuando mandé el cuento solo tenía la esperanza de que lo publicaran, eso era todo. Ahora, no tengo el registro de haber decidido ser periodista, tampoco tengo el registro de haber sido otra cosa. Fui periodista así, de golpe, un buen día estaba dentro del oficio, aprendiéndolo. Y me encantó que fuera así. Se trató de descubrir un oficio que saciaba todas mis curiosidades, todas mis necesidades narrativas.

Periodismo y curiosidad tienen una relación casi genética.

Más todavía para una persona sumamente curiosa como yo. Un oficio que te permite meterte en todo. Una revelación. Tenía editores como Rodrigo Fresán, Sergio Olguín o Elvio Gandolfo, por dar tres nombres, que te abren todo un mundo. Era como empezar a jugar en primera división sin haber pasado por la amateur, algo así, más o menos. Los editores fueron fudamentales en ese período. Recuerdo que una vez hice una crónica sobre pastores pentecostales y Rodrigo Fresán me hizo ver una serie de películas de ficción sobre pastores justamente y fue una experiencia muy buena, porque daba un punto de inspiración, un marco a la mirada sobre el tema. De esas cosas me fui nutriendo.

Hablemos de tu mundo como lectora. ¿Qué lee Leila Guerriero? ¿Cuál es tu horizonte de lectura, lees un poco de todo, lo que va cayendo, planificas lo que lees, en fin?

Ni planifico ni lo que va cayendo. Soy como una buscadora de libros, estoy buscando libros todo el tiempo, leo todo el tiempo suplementos culturales y veo allí reseñas de novedades que por ahí me pueden interesar. Pero a veces me pasa que tengo vacíos, como todos, ¿no? Y de pronto me doy cuenta de que me falta leer un clásico determinado y entonces ahí sí que hago un plan de lectura. Lo mismo con algunas relecturas, como “Ana Karenina”, de Tolstoi. Pero en general leo mucha literatura norteamericana. Ahora mismo estoy leyendo “Qué fue de Sophie Wilder”, de Christopher Beha. En paralelo estoy leyendo un libro de crónicas de Janet Malcolm, “Cuarenta y un intentos fallidos” se llama el libro. También estoy leyendo el último libro de Lorrie Moore. Y así los libros se van sucediendo

¿Releer puede ser más placentero, en ocasiones?

No soy de releer tan seguido. Pero los libros hacen con uno lo que quieren. A veces leo obsesivamente un libro, lo leo y lo releo obsesivamente, eso me pasa por ejemplo con “Madame Bovary”, vuelvo a él todo el tiempo. Esa novela me alucina porque nunca la leés de la misma manera: es una cosa cuando tienes veinte años, otra totalmente distinta al leerla diez años después. La leo cada cinco o seis años, a veces menos, y siempre tengo impresión de estar ante un libro que conozco porque me revela cosas nuevas en cada visita. Sí te puedo decir que releo más poesía, de una forma más sistemática: Louise Glück, el primer Parra, Claudio Bertoni, Idea

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Aquí ocurre una grata interrupción. Enterado de que entrevistaría a Leila Guerriero, un viejo amigo, Alberto Ríos me dijo que vendría a Lima desde Tarapoto para estar presente y arrancarle a la periodista una dedicatoria libresca. Y así lo hizo. Con visible emoción, mi amigo blandía un ejemplar de “Zona de obras”, libro en el que Guerriero se acerca a su propia experiencia como escritora. Como limitarse a la firma habría sido una evidente descortesía, Alberto inquirió por dos asuntos concretos: la naturaleza de “Zona de obras” y la preocupación por la vigencia de su trabajo y su lenguaje. De modo que este acápite apresado entre tres equis le pertenece y cumplo con transcribir las respuestas de Guerriero:

Sobre ‘Zona de obras’: “Me llamó Juan Cruz, un periodista de “El País”, y me comentó que iba a poner una editorial y me propuso ser una de las autoras del sello. Pero no solo eso, me propuso además escribir o recoger, o las dos cosas a la vez, textos míos en los que reflexionara sobre mi propia escritura, sobre mi oficio de periodista. Cruz fue todavía más específico, cuando me dijo ‘me gustaría que fuera una autobiografía de la escritura’ y eso me dibujó el mapa del libro. Obviamente el riesgo en estos textos es la repetición, eso de decir catorce o quince veces lo mismo de distinta manera, pero es un reto, ¿no? No es necesariamente una poética, es sobre todo una reunión de textos en los que miro mi propia escritura, una suerte de bitácora, esa es la intención de ‘Zona de obras’”.

PERIODISMO. Zona de obras, publicado en el 2014.

Sobre la vigencia del lenguaje y el miedo a que los textos envejezcan: “En realidad uno debe plantearse escribir textos que puedan ser leídos fluidamente a futuro, así como hoy leés el perfil de Gay Talese sobre Sinatra o ‘A sangre fría’ de Capote. Pienso que uno debe escribir textos que no tengan nacionalidad ni fecha de caducidad. Yo aspiro a que los lectores que lean los textos que yo escribo, sean mexicanos, canadienses o españoles, no sientan una limitación a la lectura, quisiera un lector universal”.

“Yo empecé a escribir muy temprano para medios fuera de Argentina. Medios de Uruguay, por ejemplo. Y no podés dar por sentado que un uruguayo conoce todo lo que ocurre en Argentina. Entonces tenés que ocuparte de darle contexto y no tuvieron que decirme a cada momento ‘eso en Uruguay no lo entiende nadie’. Me lo dijeron una sola vez. Cuando publiqué por primera vez en Chile o en Colombia, me preguntaron qué eran borceguíes y ahí me di cuenta que había que hacer el esfuerzo de escribir en un castellano que trascienda fronteras pero sin renunciar a mi argentinismo”.

“Superar las coyunturas. Superar los límites de lo noticioso. El periodismo narrativo no se hace para el día siguiente ni para dentro del tres días ni para el fin de semana. Esto tiene definitivamente un aliento más largo. Eso habría que añadir como receta de vigencia, además

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Otro tema de discusión es el carácter del perfil frente a la narración biográfica. Me parece que la cuestión puede zanjarse al considerar que el perfil parte de fragmentos significativos mientras que la biografía aspira a un relato de corte más global y abarcador.

El perfil te ofrece, en esencia, una mirada. Una mirada subjetiva, pero honesta. La biografía en cambio es como esta fórmula de los gringos que consiste en “cada párrafo un dato, cada párrafo una idea”. No es que no me gusten las biografías, al contrario, las hay muy bien escritas incluso, pero a veces tienen una cantidad de información demencial. El perfil es diferente. Y un perfilador no necesita ir a buscar el certificado de matrimonio o defunción del personaje. El biógrafo en cambio tiene la obligación ética de agotar o tratar de agotar sus fuentes. El biógrafo, en todo caso, funciona casi como un periodista de investigación, digamos, más que como un periodista narrativo

Alguna vez participaste en una conferencia y leíste una ponencia titulada “Las mentiras del periodismo latinoamericano”. ¿Cuáles son esas mentiras?

Lo recuerdo, fue en el 2006. En ese momento repasaba algunas cuestiones que tenían que ver básicamente con una serie de clichés. El boom de la crónica latinoamericana era como la principal de esas mentiras: Sin una cantidad suficiente de espacios para publicar la producción de crónicas a mí me parecía esto del boom como un cuento. Otra cosa que se decía mucho y se dice aún, es que para practicar el periodismo necesitas ser el hijo del dueño de un diario o tener influencias y lo que yo creo, hasta el día de hoy, es que si uno hace un buen trabajo ese trabajo se defenderá, se abrirá camino, encontrará un lugar, un editor que encuentre un llamado allí.

Mencionaste en otro lugar que la idea de placer asociada a la escritura está sobrevalorada. En muchos casos incluso se puede pensar en la escritura como una maldición, ¿verdad?

Y, bueno, Clarice Lispector decía que sí, que era una maldición, pero una maldición que salva. Yo no soy muy partidaria tampoco de la idea del artista como ser torturado o ensimismado, pero tampoco me gusta esa exageración hedonista, ese regocijo absoluto que algunos dicen sentir cuando escriben. Sospecho de ambos, aunque pueda ser un prejuicio también. Pero sospecho de esos escritores que dicen haber sido poseídos por sus personajes, pero bueno, ¿qué son estos escritores, sicóticos? (risas). No, para mí la escritura tiene un momento de gozo, por supuesto, que es cuando ya avancé muchísimo en el texto, hasta casi terminarlo y ya el trabajo consiste en ir puliendo las clavijas, mejorando frases, reordenando, reescribiendo, ensayando otras posibilidades de final. Lo terrible es comenzar, empezar a organizar el caos de una gran cantidad de información a la que hay que dar una dirección y un sentido. Todo ese proceso inicial me resulta abrumador. Es como un camino lleno de incertidumbre y nadie puede disfrutar de eso, por favor.

Leyendo tus perfiles uno se da cuenta de que no solo las personas célebres tienen detrás de sí grandes historias. También la gente anónima, la común y corriente, la de a pie, puede guardar una historia perturbadora o conmovedora…

Pero cuidado que también existe el cliché de que todo el mundo tiene una historia para contar. Hay gente que es muy boba, que es muy poco interesante, pero yo la verdad es que no tengo tantos acercamientos arbitrarios a personas porque sí, a veces ocurre que en ese personaje anónimo o simple hay una historia atractiva que de otro modo sería invisible. En la raíz del periodismo hay esta especie de músculo noble que nos lleva a iluminar estas vidas un poco oscuras, darle voz a la gente.

Cosas que nunca faltan en tu mesa de trabajo.

Computadora y buena luz, básicamente.

¿Buscas temas o es al revés?

Busco. Tengo una pila de recortes gigante, que es consecuencia de ese proceso. Cosas que me van llamando la atención. A veces leo algo, aunque sea pequeño e intuyo que allí hay algo más. Así surgió “Una historia sencilla”, precisamente, de una nota enana que hablaba de un concurso nacional de malambo y que me permitió encontrar una estupenda historia. Y a veces las historias te convocan, juega la intuición, juega algo que viene del aire en todo eso.

Dejar de escribir…

Definitivamente no es una opción. Ni siquiera cuando siento el temor de que llegará el momento en que no tendré nada que decir. Mirá, escribir es la única forma de estar en el mundo, no conozco otra.

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