Mi opinión
Les dejo por aquí una versión más completa del reportaje que publiqué hace un par de días en la agencia Mongabay Latam y que he reproducido también en la sección que mantengo en la plataforma La Mula. En el Parque Nacional Esteros de Iberá, en la provincia argentina de Corrientes, se viene ejecutando un ambicioso proyecto de reintroducción de especies o rewilding que tiene como protagonistas a una ONG vinculada a Tompkins Conservation y a un pool numeroso de organizaciones públicas y privadas de dicho país.
Conversé largo con los involucrados en una de las experiencias de conservación más ambiciosas que conozco en este rincón de nuestro continente. Gracias a las pesquisas telefónicas que pude hacer en estos tiempos de estrecheces para movilizarse tuve el honor de conocer a un selecto grupo de defensores del planeta a los que agradezco por tanta terquedad en el esfuerzo e inspiración: Carolyn McCarthy, Marisi López, Sebastián Di Martino, Sonia Heinonen, Omar Rojas y el senador provincial Sergio Flinta, entre otros. Saludos y agradecimientos a todos ellos.
- Proyecto de reintroducción de especies desaparecidas liberó 15 ejemplares de guacamayos en el humedal correntino.
- La reintroducción o rewilding de guacamayos se suma a la de osos hormigueros, jaguares, tapires, pecaríes y otras especies emblemáticas del humedal.
- Científicos del proyecto de reintroducción esperan que los guacamayos liberados en el Parque Nacional Iberá se reproduzcan próximamente.
“Dicen que en el 43 mataron al último yaguareté de la provincia, eso fue por Mercedes, al sur de mis tierras”. Omar Rojas tiene 59 años y es ganadero como su padre. Como su padre y la mayoría de los vecinos de las localidades próximas a los Esteros de Iberá, en la provincia de Corrientes, en el noreste de Argentina, una zona del país básicamente rural cerca a los límites con Paraguay, Brasil y Uruguay.
En esa remota porción de la región chaqueña, a casi 1000 kilómetros de Buenos Aires, los hombres de campo, los paisanos como don Omar, saben como pocos de arreos y cabalgatas interminables: en el Iberá, el humedal que al asociarse con el Pantanal forma el llamado Macrosistema del Iberá, un bañado de 45 000 km² en el que se desarrolla uno de los ecosistemas de mayor diversidad biológica del planeta, la ganadería y la vida silvestre parecen infinitas.
Parecen. La intensa actividad humana en los interminables esteros argentinos ha sido una constante desde que se fundó la ciudad de Corrientes, en 1588, con el nombre primigenio de Ciudad de Vera de las Siete Corrientes, no su cuidado y el uso racional de sus recursos. Los correntinos, apegados por lo general a sus tradiciones, han vivido históricamente de espaldas al ecosistema que ahora cuidan con absoluto esmero y orgullo provincial.
Hasta hace cuarenta años Iberá, “agua brillante o refulgente”, en guaraní, fue el coto de cazadores de grandes piezas de aves y mamíferos y avezados mariscadores, el nombre que reciben en el norte argentino los recolectores de cueros y plumas atentos siempre a los requerimientos de los vaivenes de la exigente moda europea y responsables también, para muchos de sus críticos, de la extinción de especies emblemáticas del humedal como los jaguares y guacamayos del norte argentino.
Nuevos vientos en los esteros correntinos
“Por aquí siempre hemos sido ganaderos, comenta Rojas, toda una vida sumergido en las aguas de un humedal formado por las lluvias de una región cuyas temperaturas máximas sobrepasan los 40°C, mi padre lo fue y lo serán también mis descendientes. Bueno, a medias, ahora todos andamos metidos en el turismo, en la conservación de la naturaleza. Me he convertido en guía e intérprete ambiental”.
Desde hace unos años Omar Rojas como tantos otros pobladores locales presta servicios turísticos a los visitantes que llegan a Iberá atraídos por la fauna de sus esteros y el retorno de especies que se daban por desaparecidas para siempre. Se calcula que en sus esteros y cuerpos de agua habita el 35 % de las aves argentinas y una fauna autóctona representada por ciervos de los pantanos (Blastoceros dichotomous), venado de las pampas (Ozotocerus bezoarticus), carpinchos (Hydrochoerus hydrochaeris), lobos de crin o aguará guazú (Chrysocyon brachiurus), yacarés overo (Caiman latirostris) y negro (Caiman yacare), boas curiyú (Eunectes notaeus) y lobitos de río (Lontra longicaudis).
“Desde octubre hasta abril recibo turistas, les ofrezco cabalgatas a nado por los canales y pasar una noche mirando las estrellas en una cabañita que he instalado en mi propiedad. Parece increíble, los cazadores fanáticos de antes ahora son guardaparques o guías de turismo”.
Don Omar Rojas se refiere a un hecho extraordinario. Con la llegada a Corrientes en 1997 de Douglas Tompkins, el filántropo y conservacionista estadounidense que se dedicó a comprar tierras en el Iberá para donarlas posteriormente al Estado con la intención de convertirlas en áreas protegidas, los correntinos empezaron a cambiar la relación que tenían con su humedal.
Entendieron que la preservación de ese ecosistema no ponía en riesgo los intereses productivos de la provincia y que la conservación del Iberá podía elevar los ingresos de una población que, aunque relegada con respecto a otras provincias argentinas, dependía principalmente de la ganadería, los cultivos de arroz y la actividad forestal.
Y de las palabras pasaron a los hechos: en el año 2018 terminaron de armar el rompecabezas legal que les permitió crear el Parque Nacional Iberá, un área protegida de carácter nacional que integra las 168,ooo hectáreas donadas por Tompkins con las 550,000 que fueron declaradas como Parque Provincial por el gobierno local.
Producir para conservar
“Cambiamos de chip”, comenta Marisi López, correntina y desde el año 2005 funcionaria de Conservation Land Trust (CLT), ahora Fundación Rewilding Argentina, la institución que atesora y continúa el legado de Douglas Tompkins quien murió sorpresivamente el año 2015 en un accidente de alta montaña en el sur de Chile, “entendimos que el Iberá podía convertirse en un motor de desarrollo local, en un espacio de producción de naturaleza que incrementara sustancialmente la economía de los pobladores de la provincia”.
La presencia del magnate y de su esposa, la también conservacionista Kristine McDivitt, vinculados los dos a las conocidas marcas de ropa y accesorios outdoor Esprit, The North Face y Patagonia en el sur del continente ha estado marcada por la polémica. Si en la Patagonia chilena ésta estuvo ligada a la radical oposición del filántropo a las hidroeléctricas que el gobierno se afanó en promover; el detonante en el norte argentino fue la negativa de amplios sectores de la sociedad correntina a los proyectos de Tompkins y CLT a quienes culpaban de actuar como caballo de Troya de las multinacionales extranjeras dispuestas a quedarse con el agua de la provincia.
“Fue una oposición muy ruda, muy tenaz”, recuerda la bióloga Sofía Heinonen, brazo derecho de los Tompkins en Argentina y responsable de uno de los ejes principales de la propuesta ecológica del conservacionista nacido en Ohio en 1943: reintroducir en los ecosistemas degradados del sur del continente las especies clave desaparecidas como consecuencia de la prolongada actividad humana. Para el caso del Iberá, osos hormigueros, reintroducidos con éxito a partir del año 2007, y los ciervos de la pampa, tapires, pecaríes de collar, nutrias gigantes, jaguares y guacamayos rojos que se fueron “renaturalizando” paulatinamente.
“Para nosotros Esteros de Iberá representaba una oportunidad única para la restauración ecosistémica a gran escala”, comenta para Mongabay Latam la bióloga argentina desde la lejana provincia de Santa Cruz, en el extremo opuesto del país, donde llegó para entregarle a la gobernación las tierras que Fundación Rewilding Argentina compró a propietarios particulares para ser protegidas.
Para Sofía Heinonen lograr que las especies clave vuelvan a cumplir los roles ecológicos que alguna vez cumplieron resultaba fundamental para restaurar pasisajes claves en la Argentina. De eso se trata, finalmente el rewilding o renaturalización: regenerar con tino y mucho rigor científico lo que se destruyó. En esa búsqueda, la vuelta a Iberá del elusivo yaguareté, el predador tope por excelencia del medio terrestre del humedal, marcó un hito en la resignificación del ecosistema correntino.
Lo propio ocurrirá con la introducción de las nutrias gigantes, el más agresivo de los depredadores del medio acuático del Iberá, que se están criando en un ambiente especial antes de su liberación final.
Heinonen trabajó con Douglas Tompkins durante once años y gracias a la amistad y a la labor colaborativa realizada su enfoque sobre la conservación cambió: “Aprendí de Doug que no hay límites para soñar y que los caminos que uno anda, aun cuando sean inciertos, se van acomodando a medida que se avanza y los hechos van hablando por sí mismos. Para él los conflictos eran una oportunidad para generar debates que posibilitaran la asunción de paradigmas novedosos para una nueva economía”.
Guacamayos a la vista
Si los yaguaretés del Chaco argentino dejaron de verse a mediados del siglo pasado, los guacamayos del Iberá no habían sido observados desde hacía más de cien años.
Los registros de los últimos individuos de las dos especies de guacamayos de la Argentina datan del siglo XIX. El naturalista y viajero francés Alcides D’ Orbigny reportó la presencia de Ara chloropterus, el guacamayo rojo que Fundación Rewilding Argentina y las instituciones que lo acompañan están reintroduciendo, durante su navegación de 1827 por el río Paraná.
El otro psitácido que habitó el país, el guacamayo violáceo, fue declarado extinto oficialmente a nivel mundial.
Es oportuno mencionar que los guacamayos, un frugívoro por excelencia, cumplen un papel muy importante en la dinámica ecosistémica de las selvas correntinas. Expertos en dispersar frutos y semillas de gran tamaño, su más que centenaria ausencia en el Iberá ha debido suponer un peligro para la propagación de especies arbóreas en las isletas y bosques de la región. Se estima que los guacamayos rojos más cercanos a los bañados correntinos se encuentran tanto en el Pantanal brasileño como en el extremo norte del Paraguay y las selvas de Bolivia y Madre de Dios, en Perú.
En todos los casos a más de trescientos kilómetros de distancia con respecto a los Esteros de Iberá.
Traer de vuelta a la especie a casa fue un reto que los expertos argentinos en rewilding asumieron desde que echaron a andar su propuesta. A Sebastián Di Martino, el responsable de la reintroducción de jaguares y otras especies, fue difícil encontrarlo en tierra firme. El biólogo de amplia trayectoria trabajando en parques nacionales se encontraba en la Patagonia argentina monitoreando especies marino-costeras en una zona donde opera la fundación de los Tompkins.
Para Di Martino no solo se trata de reintroducir especies en ecosistemas degradados, la tarea pendiente está relacionada finalmente con la remediación de los “desbarajustes” producidos en la naturaleza debido a la ausencia -o preeminencia- de algunas especies silvestres. En el Iberá las poblaciones de carpinchos o capibaras, por ejemplo, ante la ausencia de predadores naturales creció de manera inusual llegando a ocupar sus individuos lugares del humedal que no frecuentaban. Lo mismo ocurrió con monos y yacarés, los icónicos caimanes de nuestro continente.
De allí la importancia de la reintroducción de los simpáticos guacamayos rojos que los técnicos de su equipo recibieron en donación de diferentes zoológicos de la Argentina. “Ha sido un reto inmenso, asevera Di Martino, los guacamayos que recibimos son los más inútiles del mundo: no saben volar, tampoco aprendieron a comer frutos silvestres, menos a defenderse con éxito de sus depredadores”.
En efecto, casi todos los individuos liberados en el humedal correntino –quince hasta la fecha, cinco de ellos, los más jóvenes, renaturalizados hace menos de un mes- fueron rescatados de indeseados y a veces larguísimos cautiverios. Algunos de ellos llegaron con un plumaje tan maltrecho que fue necesario realizarles los trasplantes de plumas que requerían.
“Los recibimos en el Centro de Conservación de Fauna Silvestre Aguará, continúa Di Martino, para enseñarles paso a paso, después de una rigurosa cuarentena que evita el ingreso de patógenos al parque, lo imprescindible para sobrevivir en libertad absoluta”. El proceso de entrenamiento es complicado, cualquiera diría que el oficio de los encargados de su custodia se parece más al de un maestro de kindergarten. Los guacamayos aprenden con sus entrenadores todo, literalmente: a volar, a identificar frutos y semillas silvestres, a comerlos apropiadamente y mucho más en prolongadas jornadas de entrenamiento que asustarían a un medallista olímpico.
En Iberá el bosque se caracteriza por su discontinuidad, se trata, finalmente, de un humedal infinito poblado en casi todas sus secciones por isletas y bosquecillos cuyas poblaciones arbóreas necesitan de un transportista que permita el adecuado intercambio genético. “El objetivo del proyecto de reintroducción, continúa Sebastián Di Martino, es que los animales devueltos se reproduzcan para garantizar la existencia de un ecosistema saludable y que ya no haya necesidad de seguir introduciendo otros”.
Para el biólogo argentino que dos de las parejas reintroducidas –que ya definieron un territorio propio donde establecerse- hayan intentado nidificar en el Iberá confirma el éxito y las proyecciones del proyecto. “Los guacamayos que criamos han puesto huevos que han sido fértiles y aunque no lograron eclosionar todavía, todo parece indicar que pronto tendremos polluelos en nuestro humedal”, agrega.
Como nos explicó con paciencia propia de un profesor de escuela pública, la especie no es muy prolífica en materia reproductiva. Los guacamayos suelen criar con cierta dificultad los pichones que nacen totalmente indefensos, desnudos, con los ojos cerrados y dependientes en grado sumo de los cuidados de sus padres. De hecho, los científicos del Proyecto Guacamayo en la Reserva Nacional Tambopata, en Perú, a quienes los especialistas que trabajan con Di Martino suelen consultar, les han comentado que una pareja de guacamayos primeriza, compuesta por individuos jóvenes, puede tardar hasta tres años en ser exitosa en sus afanes reproductivos.
“Es un proceso lento, termina de relatar Sebastián desde el extremo continental, esperamos que los nuestros nos den buenas noticias en la primavera que se avecina. Si esto es así, en agosto o setiembre de este año, los primeros guacamayos rojos nacidos en Iberá estarán en capacidad de dar sus primeros aleteos en el humedal que alguna vez estuvo poblado por muchísimos individuos de su misma especie”.
Iberá liberado
Sergio Flinta, senador provincial y coordinador general del Comité Iberá, el órgano público-privado encargado de gestionar el Parque Nacional Iberá, es una rara avis en el concierto de la política regional. Su discurso, su modo tan particular de entender el trabajo legislativo encomendado, se parece más al de un ambientalista ducho en convencer audiencias que al de un funcionario público.
Mongabay Latam logró comunicarse con él cuando regresaba de una de las localidades de ingreso al área protegida. Flinta es un convencido de que el establecimiento de la Reserva Provincial Iberá, en 1983, fue el detonante del cambió en la relación que los correntinos tenían con sus esteros. La norma provincial puesta en vigor ese año, lo recuerda, prohibió por primera vez la caza tan agresiva que se realizaba en los esteros y el accionar de los mariscadores, muchos de ellos, paradojas de la conservación, reconvertidos con el correr del tiempo en guardaparques y guardianes anónimos del tesoro local.
“Conocí a Tompkins algunos años después de su llegada al Iberá, nos dijo, para mí, en mi condición de senador gobiernista, era complicado acercarme a una persona cuestionada por un sector del empresariado correntino. Sin embargo, nos fuimos conociendo en el trabajo mismo y no pasó mucho tiempo para que nuestros equipos se entendieran a la perfección y sacarán adelante los marcos regulatorios que se necesitaban para proteger los esteros”.
En efecto, la labor congresal de Flinta resultó fundamental en el devenir del Iberá. Marisi López, correntina como él y representante de Fundación Rewilding Argentina en el Comité Iberá, nos había comentado que la participación del senador Flinta durante el proceso fue lo que motorizó el cambio en su provincia.
Cambió que por cierto no solo se debe medir en función a los éxitos indudables que ha supuesto la reintroducción de especies en los esteros. En una de sus últimas declaraciones a la prensa nacional, el congresista mencionó que “hasta hace cinco años ingresaban al parque 22 mil visitantes y lo hacían solo desde Colonia Pellegrini [el único pueblo que servía de “puerta de ingreso” al Iberá]. Hoy son más de ochenta mil y desde cinco pueblos diferentes”.
Que serán muy pronto diez. Para ello, el gobierno provincial y los organismos aliados, todos representados en el Comité Iberá, han venido trabajando en la habilitación de centros de interpretación, museos, centros culturales, caminos y carteles de señalización, tendidos eléctricos y la instalación de la infraestructura que facilite la acomodación turística que permita convertir al Parque Nacional Iberá en uno de los destinos ecoturísticos más notables de la Argentina.
“Sueño con que el Iberá sea visto en el mundo de la misma manera como vemos el Pantanal o la Amazonía: un destino ecoturístico potente, cuidado de principio a fin por sus pobladores, un bien común restablecido, restaurado por su propia gente”, terminó de contarnos el senador Flinta.
Iberá para los correntinos y el mundo
El dinero para la reintroducción las especies de la fauna extinta del Iberá se ha venido obteniendo gracias al aporte de donantes privados comprometidos con la salud del planeta, uno de ellos el archifamoso Leonardo DiCaprio. El papel de los filántropos en la conservación de los ecosistemas degradados, recordemos que Douglas Tompkins invirtió gran parte de su fortuna personal en la creación de parques nacionales en la región austral de nuestro continente, resulta crucial para solventar los gastos de iniciativas como esta, por lo general caras y fuera de las agendas políticas nacionales.
Para el caso de las acciones de rewilding en Iberá, CLT- Fundación Rewilding Argentina ha asignado 60 trabajadores, entre científicos, personal de campo y de apoyo logístico, que laboran en diferentes puntos del Parque Nacional. El proyecto cuenta, además, con el decidido compromiso del Gobierno de la Provincia de Corrientes y la Administración de Parques Nacionales de Argentina. Participan en el mismo Ecoparque de Buenos Aires, Fundación Temaiken y Arcadia.
“En el pico de la demanda de pieles [antes de la creación de la Reserva Provincial Iberá] Europa llegó a pagar hasta 10 mil dólares por animal cazado en el Iberá”, ha declarado alguna vez Sofía Heinonen. Yaguaretés y guacamayos rojos fueron diezmados de los bañados por cazadores que desconocían el valor que tenían sus presas para la salud del ecosistema de los correntinos. Cuando el senador Flinta empezó a hablar a sus coprovincianos de la posibilidad de producir naturaleza para generar desarrollo para la gente de los pueblos vecinos al Iberá las cosas cambiaron.
Los detractores se convirtieron en aliados y algunos de ellos hasta se comprometieron a donar sus tierras para producir vida silvestre.
Sin embargo, lo ha mencionado también Sofía Heinonen y lo repite como un mantra el senador Sergio Flinta, la reinserción no es el principal desafío que tienen los gestores del Parque Nacional y los correntinos en general. Si no cambian las condiciones que produjeron la extinción de yaguaretés, guacamayos, pecaríes y demás especies renaturalizadas, los individuos introducidos en el humedal correrán la misma suerte.
De allí la importancia del desarrollo del ecoturismo en la provincia y del impacto positivo de dicha actividad en las economías locales. “Para nosotros el turismo no es joda”, nos había manifestado Omar Rojas, el guía local del paraje Ñu Py, en las proximidades de Concepción, convertido a fuerza de sueños y capacitaciones recibidas en conservacionista.
Flinta es contundente al respecto. Para este apologista de la conservación que alguna vez fue veterinario, el Comité Iberá, la unidad interdisciplinaria que desde el año 2016 se encarga de ejecutar del Plan Maestro de Desarrollo de Iberá, será el órgano encargado de velar por la continuidad de las acciones que se tomaron para salvar los esteros de su provincia. “Lo que hemos construido en Iberá no tiene nombre propio, aquí hemos logrado trabajar todos juntos para institucionalizar una idea: si hemos sido capaces de producir una ganadería de lujo podemos trabajar en conjunto para producir naturaleza”.
Para ello, como lo comentó Sebastián Di Martino, un convencido de la importancia biológica de los Esteros de Iberá “la reintroducción de los guacamayos rojos que hemos traído de vuelta a casa va a contribuir a mejorar significativamente la salud de un ecosistema que ya estaba sanando como consecuencia de las medidas de protección puestas en marcha”.
Mensajes desde el paraíso
“Lo que están haciendo los argentinos en Iberá es fabuloso”. Eduardo Nycander recibe la llamada de Mongabay Latam en su domicilio en Inglaterra. El fundador del Tambopata Macaw Project, el exitoso proyecto de investigación y nidificación de guacamayos creado en las selvas de la Reserva Nacional Tambopata, en el sureste de Perú, ha venido siguiendo con atención el proceso de reintroducción de los quince ejemplares de Ara chloropterus liberados en Iberá.
En 1993 Nycander logró incubar con éxito en las cercanías del Tambopata Research Center (TRC) los huevos de guacamayo recogidos por sus colaboradores en las proximidades de la collpa [o clay lick] de Colorado, uno de los lamederos de arcilla más grandes de la Amazonía. Las parejas de guacamayos suelen incubar hasta tres huevos cada vez que se reproducen. Por lo general el segundo y el tercer huevos son abandonados por sus progenitores al prosperar el polluelo más apropiado.
Los pichones que nacieron como consecuencia de los esfuerzos de conservación de los técnicos del proyecto en Tambopata, llamados Chicos por sus “padres adoptivos”, una vez alcanzada la edad necesaria fueron reintroducidos en su hábitat original. La mayoría de estos Chicos, 27 años después de su liberación, todavía revolotean en las cercanías del TRC y su prolífica descendencia aletea a sus anchas en las frondosas selvas del Tambopata.
Nycander considera que las 17 especies de guacamayos que habitan nuestro continente deben ser cuidadas con esmero ya que su patrón reproductivo se ha visto severamente afectado por la ocupación humana de sus territorios y la pérdida de las coberturas boscosas que necesitan para construir sus nidadas. El caso de Iberá, un islote de vida alejado del resto de los guacamayos de la Amazonía y el Pantanal, ilustra adecuadamente lo que sucedió con los grandes psitácidos de centro américa: en pocas centurias sus comunidades fueron diezmadas por el vértigo que supuso la colonización de los grandes biomas sudamericanos.
Para Eduardo Nycander, arquitecto, emprendedor social e impulso animoso por más de treinta de uno de los centros de estudio de guacamayos silvestres más notables del planeta, el paso siguiente a la reintroducción de Ara chloropterus en los Esteros de Iberá y otras zonas de nuestro continente, debe garantizar la permanencia en buen estado de sus nidos. “La ausencia de los grandes árboles amazónicos en Tambopata y otras selvas del continente dificulta la pervivencia de estas especies.
Sin árboles donde anidar, los guacamayos sudamericanos están condenados a desaparecer. Nycander y los guacamayeros de esa parte del mundo esperan con ansias los resultados de la temporada reproductiva en la provincia argentina de Corrientes. “Si no se detienen las causas que originaron la desaparición de las especies que la ciencia y el tesón de los conservacionistas están reintroduciendo en sus ambientes originales, acota, habrá sido en vano”, concluyó el conservacionista que está salvando las poblaciones de guacamayo escarlatas (Ara macao), guacamayos azul y amarillo (Ara ararauna) y guacamayos rojos (Ara chloropterus) del Tambopata.
Foto abridora o principal: Rafael Abuin / Fundación Rewilding Argentina