Mi opinión
Qué gusto constatar que el emprendimiento que impulsa Lucho Zapata en Paracas se consolida y empieza a andar a pasos firmes. Conocí a Lucho, arequipeño, bon vivant, tremendo anfitrión, hace unos diez años, cuando con Walter Silvera y Anna Cartagena recalamos en el sueño que empujaba con otros characatos en Caleta San José, una playa escondida y asulízima en las cercanías de Quilca.
Lucho encarna lo mejor de la ilusión que seguimos teniendo en un turismo respetuoso de los entornos narturales y planteado desde la intención de quienes los impulsan de proteger paraísos en peligro de extinción. Qué diferencia entre la propuesta suya en la Reserva Nacional Paracas y los safaris turísticos que se vienen promocionando en otras partes de nuestro país.
Muchos llegan a este paraíso llamado Intimar, el único albergue en la Reserva Nacional de Paracas que tiene el privilegio de gozar de un inmenso mar cristalino pero lo primero que preguntan es dónde está la piscina. Luis y su esposa Rita responden con una sonrisa y señalan el mar que los rodea. Otros viajeros se desesperan con tanta calma y silencio y piden una movilidad para irse al puerto ‘El Chaco’ a juerguear. Pero la gran mayoría de personas se enamora de este lugar y se queda. Una o dos semanas. Los que pueden vuelven año tras año.
Luis Zapata, arequipeño de nacimiento, encontró este lugar en noviembre del 2005. Pero en aquella época no era este paraíso que puede adornar cualquier postal. Era un basural lleno de piedras y bolsas de plástico. Pero algo llamó su atención. Algo que le da una belleza única al paisaje. Se trata de una pequeña isla, a escasos metros de la tranquila orilla. Es el punto de encuentro de diversas aves y lobos marinos que conviven pacíficamente. Esta isla convenció a Luis, hombre de negocios, de que este espacio en medio de la Bahía de Paracas, podía convertirse en el refugio escondido que es hoy.
TIERRA VALIOSA
Pero, ¿por qué Luis llegó hasta ese lugar, en el kilómetro 38 de la carretera Pisco-Puerto San Martín de la Reserva de Paracas? ¿Qué lo atrajo además de la pequeña isla? Lo que ocurre es que en ese pedazo de tierra, mar adentro, habita una gran población de conchas de abanico. Por ello, este es el escenario ideal, autorizado por el Ministerio de Producción, para realizar la maricultura, con criaderos de mariscos.
Resulta que entre 1982 y 1983, durante el fenómeno de El Niño, la población de conchas de abanico se incrementó por la ausencia de su principal depredador: el cangrejo. Esto dio inicio a la exportación de la especie.
Luis había dedicado muchos años a realizar negocios de exportación agropecuaria así que este emprendimiento sería uno más en su carrera. Además, tuvo la suerte de encontrar a un grupo de empresarios dispuestos a vender su concesión en la zona y no dudó en adquirirla.
Pero lo que jamás imaginó es que el negocio lo llevaría a cambiar radicalmente de rumbo. Se mudó junto con Rita a lo que hoy es Intimar a finales del 2005 y no se han movido de allí hasta hoy.
Se construyó una casa, con una vista realmente privilegiada. El negocio de compra y venta de conchas de abanico resultó rentable y además significó para Luis un aprendizaje profundo acerca del tema. Se convirtió en un experto. Decidió que no volvería a Lima y que incursionaría en el negocio hotelero.
GRACIAS, RAFO
Durante seis años, Intimar funcionaba como un local de paso para quienes visitaban la reserva. Algunos sólo iban a comer las exquisitas conchas de abanico. Otros se quedaban a dormir pero el fuerte del local era el restaurante. Esto cambió gracias a una visita de Rafo León en el verano del 2011. Llegó para grabar una edición de ‘Tiempo de Viaje’, su programa de TV. Le habían dateado que Intimar tenía una variedad de platos con conchas de la zona. Rafo llegó, grabó su programa, a los pocos días se emitió y el albergue se hizo famoso. Así de rápido. Así de sencillo. Ese verano, Intimar empezó a recibir a peruanos y turistas de todas partes del mundo. Ha llegado gente de Holanda, España e Italia. Vienen por las conchas de abanico y por la tranquilidad única que aquí encuentran.
SEMBRADO DE CONCHAS
La maricultura que se realiza en estas cinco hectáreas de mar empezó hace 33 años, cuando se dieron varias concesiones. En abril de cada año se siembran 30 mil manojos de conchas de abanico, que vendrían a ser casi tres millones de semillas. Este trabajo se encarga a biólogos marinos que trabajan de la mano con pescadores locales. Se dividen en embarcaciones, cada una tiene una zona para realizar el sembrado. Las conchas demoran once meses en crecer, momento en que han alcanzado un tamaño óptimo para ser consumidas.
Pero es necesario revisar su estado permanentemente ya que los pulpos y cangrejos, los enemigos naturales de las conchas, abundan en la zona. Pero, lo que también pone en peligro su crecimiento, son las lechugas marinas, más conocidas como yuyos. Estas algas se colocan encima de las conchas y dificultan su desarrollo. Por ello, son monitoreadas permanentemente por buzos que se sumergen y retiran el alga verde de las zonas sembradas.
Para la cosecha se necesitan quince embarcaciones, con tres buzos cada una. El trabajo se hace en un día, desde las seis de la mañana hasta las dos de la tarde. Los buzos se sumergen cinco metros y llenan de 100 a 200 mallas de conchas (sacan un promedio de 40 mil). El 70 por ciento de ellas se trasladan a plantas de tratamiento para ser exportadas, mayormente a Francia. Sólo a este grupo de mariscos que ingresan al mercado de la Unión Europea se les realiza un monitoreo semanal llamado Bio Ensayo. Es un experimento llevado a cabo con ratones, a quienes se les inyecta un extracto del marisco. Los animales responden a la presencia o ausencia de elementos tóxicos que pueden afectar la salud de los consumidores. El 30% de conchas restante se llevan al puerto del ‘El Chaco’, en Pisco y al albergue Intimar para ser consumidas por el público local.
EL VIENTO Y EL MAR
Ir a pescar conchas de abanico es una de las actividades más solicitadas por los viajeros que pasan por el albergue. Los más aventureros se animan a bucear y sacar algunas para su almuerzo. Se estima que durante la temporada de verano se sacan unas mil conchas a la semana para el consumo de los turistas de Intimar. En invierno, unas 500 a la semana, aproximadamente. Además, hay la posibilidad de dar paseos en kayak, hacer buceo con snorkel y realizar caminatas por las zonas vecinas de la reserva.
A Luis no le gusta decir que tiene un hotel. Prefiere que Intimar sea conocido como un ecolodge o albergue, y así mantener cierta tranquilidad y exclusividad.
Allí, a tempranas horas de la mañana, cuando el viento aún no se ha hecho presente, el mar no emite sonido alguno. Conforme pasan las horas, se oyen los sonidos de aves y de algunos barcos pescadores.
Por el momento hay solo cinco cuartos, hechos de madera, y próximamente construirán tres más. “Pero ahí queda la cosa –dice Luis– no queremos crecer más”. Con más gente –piensa– el encanto de Intimar, que se mantiene abierto durante todo el año, desaparecería. Ya no iría Alfredo Bryce Echenique en busca de tranquilidad. Ya no volverían cada año diversos biólogos marinos a investigar las especies que allí conviven. Sólo quedarían los delfines, haciendo piruetas por las tardes, como esta, en la que el sol se extingue en el horizonte.