Día 49, río Los Amigos En el comedor principal de la Estación Biológica del río Los Amigos me he tropezado con Letty Salinas, bióloga sanmarquina a cargo del departamento de ornitología del Museo de Historia Natural de Lima, que me saluda con unas atenciones que no esperaba: cuánto honor, qué satisfacción se siente cuando personas que apreciamos valoran el trabajo que uno hace.
Lo anoto siempre en mis cuadernos de viajes: hay días en que es posible sentirse Kapucsinski, John Lee Anderson, Manu Leguineche.
Hoy me he sentido parte de esa tribu, lo digo sin ruborizarme.
El centro de investigación que gestiona Conservación Amazónica ACCA se encuentra en un borde de la propiedad de más de 145 mil hectáreas que administra desde el año 2000 en una de las zonas más biodiversas del planeta. Se trata de un gabinete científico del más alto nivel que junto a Cocha Cashu, la célebre estación en el Manu tan vinculada a John Terborg, tal vez sea uno de los más importantes de la región tropical.
Letty me presentó a Samia Carrillo-Percastegui, mexicana, experta en felinos y estudiosa de los jaguares que se mueven por esta floresta inacabable y a una simpática profesora de la California State University San Marcos, en Estados Unidos; las tres responsables en ese momento de un inusual taller que reúne a un grupo de estudiantes gringos con sus pares de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la decana del Perú y también de América Latina.
Maravilloso, ¿no?, chicos de una injustamente vapuleada universidad peruana haciendo ciencia y conservación de tú a tú con sus similares del mundo en un centro de investigación tan importante como el del río Los Amigos. Y haciéndolo bien, sin complejos ni cortapisas, con el entonado desenfado de sus veinte años o tal vez un poquito más.
Ese es el camino que deben seguir los colegios y universidades peruanos, pienso, para acortar distancias en lo que se refiere a ciencia y tecnología y por supuesto también para sacarle merecido provecho al territorio de este país cuyos formadores de opinión solo se conforman con repetir las malas noticias y los escándalos mediáticos.
Fue muy lindo encontrarte, estimada Letty, haciendo magisterio y contribuyendo con tu esfuerzo a construir un mejor futuro para los que vienen. Fue muy inspirador hablar con tus muchachos y muchachas, contarles lo que vengo haciendo y animarlos a que sigan preocupados en el devenir de la Amazonía que debemos salvar de la mediocridad y los extractivismos sin sentido.
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La hija del presidente, día 30
Panchito Llacma recuerda muy bien el momento. Iba a cerrar la cocina de la Estación Biológica de Villa Carmen, su feudo desde hace mucho en estos bosques de Kosñipata tan llenos de vida, cuando una señorita, la más educada del grupo de estudiantes de los Estados Unidos que los visitaba desde hacía varios días, se acercó con el plato que había usado en la cena y le pidió, con una gentileza conmovedora, permiso para lavarlo.
Panchito, chumbivilcano de armas tomar, es un hombre duro y sabe muy bien su oficio. Desde hace más de quince años trabaja en las estaciones de Conservación Amazónica – Acca haciendo lo que más le gusta: cocinar para los investigadores que llegan de todas partes del mundo, pero esa muchachita, tan aplicada y solícita, tan educada, me lo comentó, lo conmovió.
Podría ser mi hija, llegó a pensar.
Al día siguiente el rumor había tomado por asalto las instalaciones de la ex hacienda Villa Carmen en las proximidades de la localidad de Pilcopata, en un fantástico borde le Parque Nacional Manu. En el grupo de gringos que estaban atendiendo se encontraba Malia Obama, 18 años, la hija del presidente de la nación más poderosa de la tierra.
“Era ella, la altota”, me termina de contar. “Fue ella la que entró a mi cocina a utilizar mi fregadero. Hasta ahora no lo puedo creer”.
Cosas que ocurren en el paraíso, le dije.
Yesenia Jilahuanco, bambusera, día 37
El sol hace bien su trabajo en Pilcopata, la capital del distrito de Kosñipata, en el límite amazónico entre Cusco y Madre de Dios.
Calcina, se empeña en detener el tiempo y hacer de la tarde un verdadero infierno.
En la calle principal de este pueblo de casas modestas y árboles en retirada, Yesenia, la hija menor de Teodosio Jilahuanco y Francisca Huamansulca, de Carabaya, Puno, no se inmuta, sigue atenta a la labor que empezó muy de mañana y que todavía no acaba: cortar con delicado esmero los maderos que se convertitrán en el cerco del pequeño jardín exterior que ha previsto en sus planos.
Yesenia es arquitecta por la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco y han sido sus diseños –y su absoluto convencimiento en el proyecto de sus padres, gente de turismo, colonos andinos haciendo patria en una frontera dura- los que están transformando el Gallito de las Rocas Lodge en un establecimiento moderno, acogedor, lleno de luces y en cuyos acabados relucen los palos de bambú, las guaduas que los Incas utilizaron para armar las balsas cuya capacidad para domeñar las olas del gigantesco mar Pacífico nadie discute.
La hija de don Teodosio y Panchita es bambusera y se ha propuesto, vaya, cómo sueñan los Jilahuanco, llenar el distrito de construcciones con este material, una madera dúctil y resistente, noble, un insumo del bosque ideal para levantar casas que resistan las condiciones del tiempo y los temblores de la tierra.
Y en eso anda, cortando con ahínco los maderos de su jardicinto en medio del trópico mientras va pensando en las tareas que le quedan por hacer para que el evento que está organizando su institución, el Bamboo Green Cities, sea un éxito y termine por convencer a los pilcopatinos de la potencia del bambú y se animen de una vez a cambiar el material noble de las casas que sueñan por la versátil y ubicua madera.
Cuando los peruanos entendamos, me lo dijo alguna vez Marta Giraldo, aymara, revolucionaria, que el material noble del que hablamos tanto no es el cemento si no el adobe, el bambú, la quincha, la totora, habremos dado un paso inmenso hacia la sostenibilidad del país y la recuperación de la autoestima que tanto nos falta.
El calor, la incandescencia solar interrumpe mis cavilaciones, debo tomar pronto el colectivo que me debe de llevar a Patria, me espera en ese villorrio de campesinos dedicados al cultivo de la coca, compromisos varios por cumplir.
Me alejo y a la distancia veo desde la Caldina de Fernando, el chofer que me ha llevado de aquí para allá todos estos días, a la sutil Yesenia manejando con destreza la sierra y su infinita paciencia.