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Explora Valle Sagrado y la puesta en valor de los extraordinarios andenes de Salabella en Urquillos

Mi opinión

Poner en valor lo mucho que nos queda del patrimonio arqueológico heredado de nuestros mayores es un imperativo de los nuevos tiempos. Eso lo han entendido muy bien los propietarios del Explora Valle Sagrado, el hotel para exploradores de verdad que viene desarrollando en el Cusco una de las experiencias más auténticas de turismo con sostenibilidad que conozco. Hace unas semanas visité nuevamente sus instalaciones para apreciar el trabajo de conservación y puesta en valor que viene realizando un equipo de profesionales cusqueños en las andenerías pre-hispánicas de su propiedad en la hacienda Salabella. Lo que sigue es la crónica de una intervención arqueológica cuidadosa de los protocolos oficiales y a tono del desarrollo que queremos para el departamento que recibe más visitantes de todo el Perú. Bienvenidas las buenas iniciativas…


Los campos de maíz de Yucay, por lo menos desde Urquillos, donde se asienta el formidable Explora Valle Sagrado, hasta la ciudad de Urubamba, en el Valle Sagrado de los Incas, se tiñen de un verde particular todos los meses de octubre de cada año.

Es así, los campesinos que se desplazan por los caminos de tierra mientras aceleran el paso, apurados como están en dejar listos sus bueyes para roturar la tierra ahora que van llegando las lluvias, lo saben, lo han sabido desde siempre.

Por eso es que esperan con ansias el arribo de los vientos que reverdecen los prados, por eso es que esperan jubilosos la caída de los últimos rayos de sol que atempera la vida en estos valles tan llenos de montañas que trepan hasta lo imposible.

En la hacienda Salabella

Desde el comedor que hace las veces de primoroso bar y salón de estar, también de lugar de encuentro y amena conversación después de las largas jornadas que los pasajeros acometieron por los atrevidos senderos que suben y bajan de los Andes, del Explora Valle Sagrado, observo con atención como se mecen las ramas del infinito campo de maíz que se extiende por las terrazas de cultivo que los hombres y mujeres que colonizaron estos valles construyeron para siempre.

Patricia Arroyo, arqueóloga, cusqueña, responsable del proyecto de recuperación de la regia andenería incaica que perdura en la hacienda Salabella, no cabe más de contenta: las obras de restauración que la empresa le confiara están llegando a su fin después de intenso trajín y muchos aprendizajes.

«Las manos que trabajan aquí, son herederas de las que construyeron estas joyas»: Patricia Arroyo.

Cuenta la historia que fue el inca Huayna Cápac, el padre de Huáscar y Atahualpa, los últimos reyes incásicos, quien tomó posesión de estos valles para convertirlos en la despensa inagotable del grano que reclamaban los dioses.

Para los habitantes del Tahuantinsuyo (“el imperio de los cuatro lados del sol”), el cereal que se viene consumiendo en los Andes desde hace más de seis mil años tenía connotaciones sagradas. A diferencia de la papa, alimento de los mortales o de la valorada hoja de coca, el maíz, en especial éste que aprecio desde el ventanal del hotel, fue para los incas del Cusco alimento consagrado, delicado maná para calmar los ímpetus del padre Sol, la Madre Killa (Luna) y sus demás acompañantes en el olimpo incásico. Su cultivo, por tanto, era potestad exclusiva del Estado.

La arqueóloga Arroyo me lo va refiriendo de a pocos, con mucho respeto. Su equipo, veinticinco obreros especializados en tallar la dura piedra caliza traída desde las pampas de Chinchero, dos arqueólogos, un arquitecto y tres bachilleres de arqueología, inició en marzo de este año el trabajo de restauración y puesta en valor de las cinco terrazas de cultivo, impresionantes todas, que los ingenieros incaicos, a pedido del Sapa Inga, mandaron a levantar en un sector del valle abrigado por la atenta mirada de cuatro de las montañas también sagradas de la cordillera del Vilcanota: el Pitusiray, el Sahuasiray, la Véronica (o Wacay Wilca ) y el Chicón.

El paisaje cultural del valle de Yucay, en Urquillos, es sobrecogedor.

La tarea encomendada fue ardua. La tecnología utilizada en el armado de los andenes, a manera de descomunales macetas, de la hacienda Salabella corresponde al período de mayor esplendor del imperio; el trabajo realizado por los constructores incas es idéntico al que los turistas aprecian en Pisaq, Ollantaytambo o el propio santuario histórico de Machu Picchu: piedras colocadas una sobre otra con tanta precisión que es imposible introducir un alfiler entre ellas.

Los andenes del Valle Sagrado de los Incas eran –y siguen siendo- superficies de cultivo niveladas en las pendientes con piedras traídas ex profeso desde canteras muy lejanas. Solían tener una capa de cascajo debajo para facilitar el drenaje y la adecuada oxigenación. Y claro, toneladas de tierra fértil y apta para el cultivo. Con este tipo de adelanto constructivo se evitaba la erosión de las laderas y se contribuía notablemente a la expansión de la frontera agrícola con campos que destacaban por la profusión de sus microclimas y excelente productividad. De allí la variedad y cantidad de insumos agrícolas provenientes de la generosa Pachamama.

Obviamente, la construcción de la andenería incaica supuso un gran desplazamiento de poblaciones. La arqueóloga Arroyo comenta que Huayna Cápac, debió movilizar para tal efecto a mitimaes traídos del Chinchaysuyo y del Collasuyo, dos de las regiones más alejadas del imperio. Con ellos y con la fuerza laboral propia del valle del Wilcamayo, el río Urubamba de nuestros días, se erigió una de las obras de ingeniería hidráulica más esplendida del nuevo continente.

Tiempos de cambio

Tal vez ese haya sido el escollo más difícil de superar para el equipo de restauradores cusqueños, ducho en tareas similares y sumamente respetuoso del uso y valía de unas tecnologías agrícolas de otros tiempos que, lamentablemente, se han ido perdiendo. Como lo comentan tanto Arroyo como el arquitecto Augusto Grajeda, el responsable de la operación quirúrgica que supuso el levantamiento, restauración y acomodación de las miles de piedras de diferente tamaño y tallado que se intervinieron, supuso un aprendizaje novedoso que seguramente va a ser muy útil para restaurar andenerías similares en otras partes del Valle Sagrado de los Incas.

Cada una de las piedras de estas estructuras ciclópeas han vuelto a ser talladas por los alarifes quechuas.

Ese fue uno de los objetivos de los propietarios del Explora cusqueño: poner en valor las joyas de la corona de un tesoro arqueológico de invalorable calidad para los peruanos. Los andenes de Salabella siguen en uso a pesar del trajín del casi millar de años transcurridos. Los campesinos del valle los han seguido utilizando para sembrar el maíz que se consume en los principales mercados limeños y del mundo. Tal es su ligazón con el cultivo sagrado de sus ancestros que, en el año 2010, la oficina estatal competente tuvo a bien declarar Patrimonio Cultural de la Nación “a los saberes, usos y tecnologías tradicionales asociados al cultivo de maíz en el Valle Sagrado de los Incas”.

La declaración no olvidaba mencionar que el clima templado de la región, cuya altitud oscila entre los 2,6oo y 3,050 msnm, fue determinante para que los incas se empecinarán en construir la impresionante infraestructura en piedra, que por cierto incluyó el tendido de miles de kilómetros de canales, que hizo posible una revolución agrícola sin precedentes en la historia de nuestra civilización. En los valles de Urquillos y Yucay se producen ocho variedades propias de maíz, la más conocida sin duda es el maíz blanco gigante del Cusco, llamado también paraqay o yurac sara. Con los granos del maíz cusqueño se elabora hasta hoy en día la chicha de jora, una bebida que por sus bondades alimenticias y psicoactivas fue considerada sagrada y ocupaba un lugar central en el ámbito ritual.

En una de mis expediciones con Explora, de regreso de las montañas, nos detuvimos a tomar la riquísima chicha de jora, un elixir de los dioses. Una maravilla.

No es exagerado decir que la contribución de Explora a la seguridad alimentaria de la región, al poner en valor los andenes de Salabella, es enorme.  Con este aporte a la historia, a la salud y a la buena alimentación de los peruanos, la empresa de turismo de aventura y exploraciones inolvidables se ha puesto de nuevo a la vanguardia de la hotelería moderna y el turismo que queremos.  En ningún rincón del mundo, lo saben los propietarios y el staff de la compañía, se cultivó ni se cultiva el maíz de la calidad que crece en las regias andenerías de Urquillos y los campos del valle del Urubamba. Ni siquiera en México existen tantas variedades de maíz como aquí.

De allí la alegría de la arqueóloga Arroyo mientras conversamos en los salones del Explora Valle Sagrado. Sus alarifes, todos o casi todos oriundos de San Jerónimo, una villa campesina cuyos hijos se han especializado en tallar la piedra, hicieron un trabajo excepcional. Como nos lo contaron ellos mismos, si una piedra se talla mal y se coloca en el sitio equivocado, la andenería en su conjunto pierde su esencia, no sirve. Y estos andenes renovados lucen impecables, a punto de ser entregados a la comunidad, a punto de llenarnos de orgullo y seguir soñando con un futuro posible para todos. Esa es la apuesta.

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