Hace más de diez años, un país sudamericano decidió cortar por lo sano con el juego. Cerraron casinos, cancelaron licencias y avisaron: el que no cumpla, se arriesga. La idea era clara — evitar que el juego acabara siendo un problema serio para la población.
No fue algo improvisado. En 2011, Ecuador hizo un referéndum promovido por el entonces presidente Rafael Correa. Ganó el “sí” con un 52 %, y con eso los casinos dejaron de operar. Las razones ya se conocían: miedo al lavado de dinero, gente endeudada, casos duros de adicción.
Con esa medida, Ecuador se convirtió en el segundo país de Sudamérica en apostar por una prohibición total. El primero había sido Brasil.
¿Y sirvió de algo? No hay una respuesta única. Algunos dicen que sí, que los problemas bajaron. Otros piensan que el juego simplemente se fue por debajo de la mesa. Pero lo que está claro es que desde entonces, todo cambió.
Con la aprobación del nuevo Código Penal en 2013, el mensaje fue directo: quien se meta en la gestión de casinos o promueva apuestas ilegales puede acabar en la cárcel hasta 3 años, además de pagar una multa, que varía según el caso.
Hubo intentos de revertir la medida, pero ninguno llegó lejos. Todo quedó como estaba. Antes del cierre, en Ecuador funcionaban unas 160 salas de juego. Más de 25.000 personas trabajaban en el sector. No era poca cosa.
Cuando desaparecieron, dejaron un hueco complicado de llenar. Incluso se decía que, con el tiempo, el sector podría haber aportado entre $200 y $500 millones al presupuesto del país. Pero eso ya es historia.
El cierre de los casinos dejó a miles de personas sin empleo. Para amortiguar el golpe, el gobierno tuvo que destinar parte del presupuesto a indemnizaciones para familias que se quedaron sin ingresos. La idea era resolver un problema, y en parte se consiguió. Pero aparecieron otros. Y no menores.
A nivel social, surgieron tensiones nuevas. En lo económico, el Estado perdió una fuente de ingresos que antes llegaba por vías legales. No era dinero simbólico: podría haberse usado en obras, servicios, mejoras que todavía hacen falta.
Al poco tiempo, empezaron a aparecer salas clandestinas. Sin controles, sin reglas. Y los casinos online — que ya existían — se fortalecieron. Con las puertas cerradas al juego físico, mucha gente se volcó al juego por internet. El mercado no desapareció. Solo cambió de forma.
Varios casinos online de alto nivel logran atraer a millones de usuarios. Su popularidad ya supera, en muchos casos, a la de los grandes casinos físicos de Las Vegas, y con más razón, a la de cualquier sala de juego en Sudamérica. Al final, la prohibición no consiguió lo que se esperaba. La adicción al juego no desapareció, como había previsto el gobierno. También el turismo sintió el golpe. Muchos viajeros elegían Ecuador por sus casinos, y con su cierre, el flujo de visitantes bajó de forma notable. Eso terminó afectando, una vez más, las cuentas del país.