Mi opinión
Me encantó esta notita que recogí hace unos días de la prensa boliviana.
En Samaipata, una localidad muy próxima a Santa Cruz de la Sierra, una familia preocupada por la salud de la tierra y la suerte de las especies más zarandeadas por los cambios en el clima se dedicó con ahínco a darle protección a los colibríes Esmeralda que llegaban a su jardín. Algunos de ellos, lamentablemente, para morir como consecuencia de los cambios de temperatura.
Con paciencia y mucho amor lograron lo imposible. Que los colibríes de la especie mencionada sobrevivan y el refugio que crearon se convirtiera también, con el paso del tiempo, en un alojamiento temporal para otras especies de picaflores.
Sensacional, el trabajo de los Arias de Samaipata se parece mucho al que ha venido haciendo, silenciosamente, mi amigo Nórbil Becerra, en el caserío de Aguas Verdes, Bosque de Protección Alto Mayo.
O al de José Altamirano en Wakanqi Lodge, Moyobamba, departamento de San Martín. O al que hace Tino Aucca, en Huembo, departamento de Amazonas, con los colibríes cola de espátula. O al de Joe Koechlin en Inkaterra Machu Picchu: en su lodge, más de cien especies de colibríes revolotean a lo largo del día buscando los bebederos y plantas que se instalaron en los jardines del hotel para “bienvenirlos” y darles la protección que se merecen.
Se puede, claro que se puede, es cuestión de convertirnos en milicianos de la causa de la conservación. Cada uno de nosotros, desde el lugar que nos ha tocado vivir, haciendo bien su tarea.
Linda semana para todos.
Llenos de vida, con colores llamativos y con un vuelo único, los colibríes son una de las aves más fascinantes del mundo. Pueden batir sus alas hasta 80 veces por segundo y, cuando un macho está en su fase nupcial tratando de impresionar a una hembra, puede aumentar hasta 200 veces, lo cual demanda gran cantidad de energía que solo el azúcar de las flores les brinda. Por eso mismo se constituyen como excelentes polinizadores.
Normalmente, vuelan a una velocidad de 30 a 50 kilómetros por hora. Además, esta singular especie tiene la capacidad coordinada y precisa de volar en todas las direcciones sin voltear el cuerpo. Pero, a cambio de tan distinguida habilidad, no tiene ninguna capacidad de caminar, solo pueden posarse por un tiempo corto en pequeñas ramas.
Al igual que muchos otros pájaros, los colibríes migran cuando el tiempo es adverso como en las temporadas de frío extremo, ya que es durante esa etapa que tienen mayor riesgo de morir.
Fue justo durante un invierno, hace siete años, cuando una de las hijas de Saúl Arias Cossío encontró dos colibríes de la especie Esmeralda (Chlorostilbon lucidus) muertos en el huerto de su casa en Samaipata. Al principio no entendían qué originó la muerte de estas pequeñas aves. Sabían que los responsables no eran ninguno de sus animales y sus plantas no eran fumigadas con pesticidas químicos, así que también estaba descartada esa posibilidad. Entonces comenzaron a sospechar que las bajas temperaturas no les permitían a los colibríes llegar a sus destinos por lo cual morían en el camino. Además, los ejemplares que encontraron eran muy jóvenes aún, por lo que quizás eclosionaron tarde y se separaron de sus padres durante la migración.
Saúl y su esposa Elva Villegas son biólogos y ornitólogos proactivos, y su amor por la naturaleza los llevó a construir, paso a paso, un refugio de colibríes con la ayuda de su papá, Miguel Arias, y sus hijas Isabel y Matilde. La tarea no fue nada sencilla, pero con mucha dedicación y esfuerzo van consolidando el sueño de darle las mejores condiciones a todas estas aves que los visitan cada temporada.
Trabajo constante
Con el antecedente del invierno anterior, al año siguiente prestaron más atención a la visita de alguna de estas especies. Los vientos fueron tan intensos en esa ocasión que volvieron a encontrar un colibrí muerto.
Ante esa situación instalaron bebederos rústicos que contenían miel diluida en agua en los lugares donde frecuentaban más los colibríes. Aunque se esforzaron por hacer que las aves se acercaran a beber el líquido, no tuvieron éxito. Los vientos y el frío extremo volvieron destruyendo todas las plantas con flores que tenían. Fue un invierno con sabor a frustración para Saúl y su familia.
Al retorno del verano, los bebederos con miel diluida se transformaron en un foco de atracción para todo tipo de abejas, abejorros, hormigas y muchos otros insectos. Este hecho los obligó a rediseñar los bebederos hasta conseguir unos específicos para los colibríes.
Su motivación por ayudar a estos pequeños animales hizo que el siguiente invierno, ubicaran con anticipación las fuentes de miel que habían cubierto con flores artificiales para hacerlas más llamativas. Las primeras semanas no lograron nada, hasta que un día vieron a un colibrí beber la miel.
“Observar a ese colibrí tomar una y otra vez del mismo bebedero, fue el momento más satisfactorio”, dice Saúl.
Poco tiempo después, se dieron cuenta de que había más de uno disputando de los recipientes con agua dulce, lo que incrementó su alegría. Además, ese mismo invierno no encontraron ningún otro muerto.
“El verlos disputar los bebederos nos cargó de energía para transformar parte del huerto en un jardín donde abunden las flores para ellos. Empezamos estudiando la flora que utilizan en el entorno, recolectamos semillas y plántulas, así iniciamos la construcción de un jardín hecho a su medida”, rememora.
Paso a paso
Para el cuarto y quinto invierno el desarrollo del jardín no cambió mucho, las plantas estaban en etapa de crecimiento, incluso algunas murieron por el frío o el ataque de hongos y pulgones. Sin embargo, su contacto con los colibríes era cada vez más frecuente. “Había mínimamente dos individuos por bebedero disputando su control. Por la rutina y la cotidianeidad no nos habíamos percatado que ya teníamos nuevas especies. Hasta ese momento pensábamos que solo el Colibrí Esmeralda era nuestro amigo, al que le dedicamos originalmente nuestro esfuerzo, pero grande fue nuestra sorpresa cuando entre ellos vimos a otras dos especies más: el Ermitaño Canela (Phaethornis petrei) y el colibrí Pecho Blanco (Amazilia chionogaster)”, relata Saúl.
Todo el esfuerzo de la familia Arias comenzaba a cosechar los primeros frutos.
Sueño hecho realidad
Con muchas flores frescas y casi media hectárea transformada en un jardín semisilvestre, el año pasado y los primeros meses de este 2019 fueron de “algarabía y de gozo”, debido a que por primera vez tuvieron la presencia de 13 diferentes especies de colibríes.
Lo que nació como un deseo de ayudar a estas aves desprotegidas, con esfuerzo, dedicación y constancia, se convirtió en El Refugio de Colibríes, un lugar que, además de ser la salvación de estas aves, es una pequeña reserva natural que brinda un aspecto diferente al entorno, ya que por la ganadería se produjo erosión en el suelo de alrededor, según explica Arias.
Como en cualquier proyecto, siempre existen momentos malos en los que el cansancio los invade, pero las alegrías disminuyen cualquier mal rato.
Por ahora en el refugio también abundan las mariposas y otras especies de aves. Saúl considera que aún les falta expandir más su jardín con nuevas especies de plantas y, si fuera necesario, ampliar el terreno con el que cuentan.
A futuro, planean tener una infraestructura para recibir visitas, además de un observatorio, senderos y guía ilustrada, entre otras cosas.
Los colibríes son aves muy inteligentes, tienen la capacidad de reconocer objetos, animales y hasta personas amigables con ellos, por eso les es fácil recordar la ubicación geográfica de sitios y lugares donde hay flores y retornar cada año.
Es así que Samaipata y la casa de Saúl Arias y su familia son el nuevo hogar de estos personajes que le traen alegría y color a cada parte nueva que visitan.