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A celebrar, que nuestro mar (aún) no se va a acabar, una nota de Anna Zucchetti

Anna Zucchetti para Jugo info@jugo.pe

“Hoy la pesca no alcanza, el mar ya no da”, exclamaba hace pocos días José Carlos[1], pescador veterano y representante del gremio de pescadores de Cabo Blanco. Y al rato, en un tono dramático pero fidedigno, lamentaba: “Solo capturamos el 10 % de lo que solíamos pescar cuando era joven”.

El drama de Cabo Blanco es el drama de todos nuestros mares. Según las estadísticas globales, nuestro gran océano planetario está enfermo. Lo hemos esquilmado con nuestras voraces redes de pesca, lo hemos asaltado con montañas de plástico, lo hemos acidificado y calentado con nuestras emisiones de carbono. En un plano más científico, he aquí algunos datos escalofriantes: el 90 % de las poblaciones de grandes peces depredadores —como tiburones, atunes, marlines y peces espada— ya han desaparecido a nivel mundial; y  casi el 80 % de las pesquerías están completamente explotadas, sobreexplotadas o en estado de colapso. Tiramos una tonelada de material plástico al océano cada cuatro segundos y, para el 2050, encontraremos más plástico que peces en nuestro océano. Desde la Revolución Industrial ha habido un aumento del 30 % en la acidez de las aguas oceánicas y, durante cualquier día del año 2023, casi un tercio del océano experimentó una ola de calor marina, con impactos sobre la productividad del mar.

Así que cuando el mes pasado recibí la buena nueva sobre la creación de la Reserva Nacional Mar Tropical de Grau, fundada frente a las costas de Tumbes y Piura, me embargó la mayor alegría. En medio de un mar de malas noticias, me sorprendió una noticia positiva y relacionada, curiosamente, con el mar.

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Después de casi quince años de idas y venidas, el gobierno peruano finalmente ha escuchado el pedido de pescadores, empresarios turísticos, conservacionistas y científicos, y ha creado esta nueva Áreas Marina Protegida (AMP), una zona de más de ciento quince mil hectáreas de ecosistemas oceánicos que abarca el banco de Máncora, los arrecifes de Punta Sal, Cabo Blanco, El Ñuro e Isla Foca. Con la creación de la reserva, esta zona quedará, supuestamente, resguardada de las garras de la pesca de arrastre, la explotación de petróleo o la extracción de minerales. Supuestamente. Porque, como señala el Decreto Supremo que la crea, continuarán la pesca industrial y la extracción de hidrocarburos, que se basan en derechos de explotación adquiridos anteriormente.

Pero seamos optimistas. Las Áreas Marinas Protegidas son creadas con el objetivo de reducir la presión sobre los mares y restaurar su salud. Según el Instituto Smithsonian de Seattle (Washington), existen unas 16 854 áreas de este tipo en el mundo, las cuales cubren el 2.9 % de toda la superficie oceánica. Si quieres conocerlas, el Atlas de las AMP las registra todas. Solo una pequeña porción (poco más de 1 000) cumple su función de protección de los ecosistemas y resguardo de la biodiversidad: son aquellas total o altamente protegidas, libres de la explotación humana. El resto son “áreas de papel”, como las define el biólogo Enric Salas, explorador al cargo del Programa Pristine Seas del National Geographic: líneas en un mapa sin una gestión adecuada y, por ello, sin beneficios para la conservación o la recuperación de los bancos de peces.

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Con la creación de la Reserva Nacional Mar Tropical de Grau, ¿sabremos los peruanos garantizar que esta AMP sea más que un área de papel?

El desafío es notable, pero vale la pena asumirlo: según el biólogo Yuri Hooker, investigador del Laboratorio de Biología Marina de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, el mar de Grau sostiene la mayor diversidad de cetáceos —ballenas, delfines y sus parientes— de los mares tropicales del mundo. Aquí se hospeda casi el 80 % de los moluscos, crustáceos, corales y equinodermos —estrellas, erizos y pepinos de mar— del Perú. En estas aguas se producen veinticuatro de las treinta y cinco especies principales de peces óseos desembarcados por los pescadores artesanales del país, y en sus profundidades se aparean y alimentan especies emblemáticas como el caballito de mar, la tortuga marina y los tiburones ballenas. Y lo más emocionante aún está por descubrir: Hooker estima que existen entre ochenta y cien nuevas especies que todavía no han sido consignadas con su nombre científico. “Por falta de presupuesto, no las podemos categorizar”, señala. 

Así, esta porción del mar norteño sigue siendo un gran misterio.

Para salvaguardar esta biodiversidad —aún desconocida en gran medida— podríamos tomar ejemplo del Área Marina Protegida (AMP) de Pitcairn, conjunto de islas británicas en el Pacífico que se ha vuelto un modelo de conservación y un refugio para investigadores y conservacionistas. Aquí la vigilancia se realiza de forma colaborativa entre las instituciones públicas y los habitantes locales: los satélites rastrean el movimiento de los barcos dentro y alrededor del AMP, la Marina participa en patrullajes de las aguas y, al mismo tiempo, se alienta a los isleños a informar sobre cualquier barco sospechoso. Con estas medidas, los piratas de los mares se mantienen alejados. 

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¿Seremos capaces de una gesta tan heroica para proteger nuestro mar del norte? Probablemente el océano se hincharía de peces, tanto como el pecho de nuestro almirante Grau, quien a buen seguro se sentiría todavía más orgulloso de un país comprometido en conservar el rico mar donde libró su última batalla.


[1] El nombre ha sido cambiado para no incurrir en prácticas de token. (Nota de la autora).

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