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Gracias por tanto, Mariella Leo

Debo decir, aunque no sea necesario hacerlo, que guardo un profundo respeto por el trabajo de Mariella Leo Luna, una mujer excepcional, extraordinaria, una obrera infatigable en la defensa de nuestro patrimonio natural que en estos días ha sido mencionada a propósito de las celebraciones por los cincuenta años del redescubrimiento científico del mono choro de cola amarilla (Lagothrix flavicauda), el primate endémico del bosque de nubes del nororiente peruano que ha sobrevivido  gracias a sus contribuciones y al posterior empeño de una larga lista de científicos e instituciones peruanas y extranjeras.

La tengo ubicada desde hace mucho en el mismo escaparate, también es un decir, donde guardo con creciente admiración los nombres de Carlos Ponce, Antonio Brack, Marc Dourojeanni y Manuel Ríos, sus  recordados profesores durante su paso formativo por la Universidad Nacional Agraria de La Molina (UNALM) y padres del conservacionismo peruano.

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Bióloga especializada en el manejo de recursos naturales y fundadora en 1982 de la Asociación para la Conservación de la Naturaleza (APECO), una las organizaciones conservacionistas más reconocidas de nuestro país, Mariella Leo fue también  una de las primeras peruanas en realizar estudios  científicos en la Estación Biológica Cocha Cashu, en el  Parque Nacional Manu, donde llegó, en 1976, con apenas 19 años, para estudiar el  comportamiento de las colonias de mono tití o leoncito (Cebuella pygmaea).

Desde entonces la inquieta investigadora no ha parado: en  el 78, lo acaba de mencionar en una entrevista que dio hace unos días a La República, tomó por primera vez contacto con el mono choro que describiera en 1812, a partir del hallazgo de una piel, el célebre Alexander von Humboldt, un elusivo primate que se consideraba extinto a pesar de las tímidas referencias de los campesinos que decían haberlo visto en los bosques que estaba hollando la llamada carretera Marginal de la Selva.

Y que una expedición compuesta por Russel Mittermeier, primatólogo estadounidense;  Hernando de Macedo, del Museo de Historia Natural Javier Prado y el periodista Anthony Luscombe,  habían hallado en mayo de 1974, vivito y coleando,  en las inmediaciones de la población de Aguas Verdes, en lo que hoy es la zona de amortiguamiento del Bosque de Protección Alto Mayo.

En el 82, el año en que echó a andar Apeco, Mariella presentó su trabajo “Estudio preliminar sobre la biología y ecología del mono choro de cola amarilla Lagothrix flavicauda (Humboldt,1812)” y dos años después “The effect of hunting, selective logging and clear-cutting on the conservation of the yellow-tailed woolly monkey”, con los que obtuvo los grados académicos que le han otorgado por méritos propios la UNALM, su alma mater, y la Universidad de Florida.

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Los años siguientes desde Apeco, en compañía siempre de Silvia Sánchez, otra mujer coraje, los dedicó a salvar de las ruinas, como lo ha historiado Marc Dourojeanni, el sistema de áreas naturales protegidas que se quedó al garete durante las administraciones de Alan García y Fernando Belaunde. Su institución, ya por entonces firmemente abocada a la educación ambiental, fue un faro luminoso en medio de tantas equivocaciones y olvidos gubernamentales en esa década lúgubre.

Debo recordar ahora, el encuentro que tuve con una hosca Mariella Leo, en el 2001, cuando en uso de sus atribuciones me bajó del carro a mí  y a la directora de una publicación en la que trabajaba, el día que fuimos a  buscarla con la intención de ganar el apoyo de su institución para ingresar a una de las zonas más ricas en biodiversidad de  Cordillera Azul Biabo, el Edén natural que un grupo de investigadores de The Field Museum de Chicago, Apeco, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la Universidad de Luisiana acababan de recorrer en el contexto de un inventario biológico rápido que marcó época, cuyos hallazgos científicos además sirvieron de acicate, no me quepa la menor duda, para la posterior creación del Parque Nacional Cordillera Azul.

Nosotros andábamos detrás de la pepa, esa obsesión que tenemos los periodistas por ser los primeros en tener en la mano la noticia más espectacular, sin importar siquiera los peligros o las metidas de pata que conseguir dicha primicia puede suponer. Darnos en esas condiciones el visto bueno para armar una expedición al norte de la sensacional cordillera hubiera sido un desatino mayúsculo. No estábamos preparados.

Y ella ya estaba profundamente preparada para cuidar como suyos los paisajes naturales de un país que ha amado como nadie y que sigue tan lleno de recursos naturales y criaturas maravillosas como el monito de esta semblanza, cuyo nombre, por cierto, proviene de un error. El mencionado Humboldt, camino a casa después de haber diseccionado como nadie nuestro continente, consideró que los pelos amarillos de la piel del primate que le alcanzaron en Jaén y que analizó con cierto detenimiento vuelto a Europa pertenecían a su cola, de allí el nombre popular de la especie, cuando la pelambrera dorada que tuvo en sus manos debió corresponder al vello púbico de un macho.

Mucho tiempo después, rogando que la memoria de ese encuentro  le sea esquiva, la busqué para robarle unos cuantos recuerdos sobre sus años de estudiante curiosa en el Manu de John Terborgh. Me atendió con especial consideración y pude robarle algunas  impresiones que me fueron de mucha utilidad para escribir un reportaje sobre las primeras investigadoras peruanas – Betsabé Guevara, Bettina Torres, Lily Rodríguez, Mariella Leo- en la célebre estación científica de Cocha Cashu.

Reconozco el trabajo último de Fanny Cornejo de Yunkawasi, la notable estudiosa de la especie en este primer cincuentenario del mono de nuestros bosques de neblina, como que reconozco y agradezco también los valiosos aportes de los esposos San y Noga Shanee, de Neotropical Primate Conservation   y de Leyda Rimarachín, la impulsora de la ACP Bosque de Berlín, los cuatro y los tantos otros investigadores  dándolo todo en la misma trinchera: sin embargo para mí, nostálgico observador del desarrollo del conservacionismo peruano desde inicios de los ochenta a la fecha, el mono choro de cola amarilla seguirá estando firmemente relacionado con la labor pionera de la bióloga Luna, al decir de Fabiola Muñoz, ex ministra del Ambiente y en algún sentido discípula de la aludida, un personaje fundamental para entender el papel que están jugando hoy en día las mujeres el mundo de la ciencia.

En estos días de celebraciones por los 50 de Lagothrix flavicauda  volví a escuchar el discurso que Mariella diera al recibir con tanta justicia el Premio Carlos Ponce del Prado 2019 en la categoría Personalidad  Ambiental, allí, emocionada y contrita, repitió lo que Greta Tunbergh había dicho en una de las cumbres de los gobernantes del planeta: “No he hecho lo suficiente, no estoy haciendo lo suficiente” para agregar con la misma claridad de ideas de siempre “los jóvenes serán los motores de cambio en nuestro país y los no tan jóvenes estaremos allí para poner nuestro granito de arena”. Magnífico esa es la tarea. Gracias por tanto, Mariella Leo.

Buen viaje…

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