Solo Para Viajeros

Camboya pierde sus bosques, el extractivismo impone condiciones

Mi opinión

La misma historia. En nombre del desarrollo y el bienestar de la gente, el extractivismo que domina la economía planetaria acaba en un santiamén con los recursos naturales y culturales de los pueblos que durante siglos mantuvieron tradiciones y formas de entender el cosmos propias. En Costa Rica, en Camboya y en el Perú el libreto es el mismo y las razones que dan gobiernos y empresas transnacionales para justificar inversiones colosales también son similares. El apocalipsis en su versión siglo XXI.


En sus 64 años de vida, Pok Lun no había sabido jamás que disponía de derechos. No supo resistir cuando los Jemeres Rojos se apropiaron de su aldea, Chom Norb, en la frondosa jungla que se alza en el valle de Areng, y su vida quedó secuestrada por el régimen genocida de Pol Pot. Rebelarse ante la idea de limitarse a compartir una taza de arroz con otras siete personas, dos veces por día, suponía sentencia de muerte; coger fruta de los árboles, ejecución sumaria. Nada pudo hacer para evitar que su marido falleciese víctima de una epidemia. Tampoco pudo oponerse cuando, años después, los vietnamitas desataron la guerra contra Camboya obligándola a abandonar, junto a sus tres hijos, el valle donde habían nacido.

Esta vez, Pok ha aprendido a rebelarse antes de que una tercera tragedia le vuelva a privar de su modo de vida. La anciana jemer participa en cada una de las protestas indígenas que se oponen a la construcción de una presa hidroeléctrica china que promete arrasar una de las principales reservas biológicas del sureste asiático, anegando el futuro de Pok, sus hijos y sus nietos. “Ya no tengo miedo. Alex nos ha enseñado a proteger nuestras tierras para ser más poderosos. Antes de él, el Gobierno nos amenazaba con sacarnos de aquí por la fuerza y nosotros no nos atrevíamos a cuestionarlo. Antes no sabíamos que teníamos derechos, pero Alex nos ha demostrado que sí los tenemos, y nos ha enseñado cómo reclamarlos. Es un buen hombre”.

Alejandro Gonzalez-Davison, el joven catalán de 34 años al que se refiere Pok desde su humilde casa elevada sobre troncos, se considera camboyano tras vivir 12 años en el país asiático. Y su perfecto manejo del idioma jemer le convertia en uno más para desmayo de un Gobierno que observaba cómo Alex ha logrado crear una conciencia de protección del medio ambiente que cuestiona los desvaríos promovidos por Phnom Phen. La paciencia del Ejecutivo se agotó a mediados de febrero, cuando las autoridades decidieron desembarazarse del incómodo español.  El ministro del Interior, Sar Kheng, ordenó que su visado no sea renovado lo cual implica que, si no abandona el país voluntariamente antes del 20 de febrero, será deportado y cualquier eventual regreso será rechazado. Y el combativo Alex promete guerra. !Tendrán que deportarme. Lanzaré todos los huevos que pueda en sus caras!, afirma anunciando que plantará batalla ante una decisión que pone punto y aparte a una larga década de activismo que hace tiempo que no se limita al Medio Ambiente, sino que se extiende a todas las esferas de la adormecida sociedad camboyana.

Desde Mother Nature, la ONG que fundó en 1999, González-Davidson está implantando un movimiento que va mucho más allá de la lucha contra la deforestación, la tala indiscriminada, la extracción de arena con fines comerciales (en Alibaba puede encontrarse arena camboyana comercializada por empresas chinas y vietnamitas procedente de Koh Kong, cuya zona costera está siendo expoliada por barcos que excavan con el beneplácito del Gobierno) la explotación de las minas, los destrozos de los manglares, el expolio de palisandro o las presas hidroeléctricas con las que el régimen camboyano asegura que está dispuesto a alimentar todo el país.

“Aquí la anarquía es sistemática. El expolio es tan efectivo que afecta a cualquier tipo de reserva natural. Ya no hablamos sólo de protección del medio ambiente, sino de protección de los Derechos Humanos”, explica Alex desde una cafetería de Koh Kong, 300 kilómetros al oeste de Phnom Phen y a pocos kilómetros del amenazado valle de Areng, desde donde moviliza a activistas de todo el país mediante su ordenador portátil.

La campaña insignia de Mother Nature es, actualmente, la protección de este valle, considerado una de las reservas biológicas más importantes de toda la región del sureste asiático. Compuesto por 20.000 hectáreas de jungla de bosques perennes, pastizales, pantanos, lagos, ríos y espectaculares cataratas y hogar de más de 30 especies en vías de extinción, entre ellas el cocodrilo siamés, el valle –donde se elevan las montañas del Cardamomo- es considerado un bosque sagrado por la comunidad indígena, budista y animista, que lo habita y que ve en los animales una reencarnación de sus ancestros a los que hay que proteger. “La destrucción es tan grande que, en el valle, sólo quedan los Cardamomos centrales”, explica Alex. “Lo consideramos el último refugio de los jemer reales, unos 20 grupos étnicos que combinan animismo con budismo y que viven en plena armonía con la naturaleza. En el valle hay idiomas que sobreviven gracias a dos o tres personas”, relata el joven, un experto en las comunidades de Areng tras años de trabajo.

La riqueza biológica no parece preocupar a las autoridades de Phnom Phen, que planean la construcción de una presa hidroeléctrica que desplazará a unas 1.500 personas e inundará unas 2.000 hectáreas, incluyendo nueve aldeas. El agua terminará con los bosques sagrados ahogando deidades veneradas por las comunidades jemeres originales como Neck Ta, que según la tradición habita en sus aguas y sus árboles.

Un desastre ecológico inevitable, según el corrupto primer ministro camboyano, Hun Sen, que a principios de año quitaba hierro a las denuncias de las ONG durante la inauguración de otra presa en la misma provincia de Koh Kong. “¿Acaso hay algún proyecto de desarrollo en el mundo que no conlleve un impacto medioambiental? La respuesta es no”.

Desde que se conoció el proyecto, la presión de Alex Gonzalez-Davidson fue firme y su empeño en movilizar a las gentes del valle terminó dando frutos. La primera compañía china que diseñó el proyecto, China Southern Power Grid, se retiró, lo mismo que haría Shina Guodian Corporation argumentando que la presa no era “viable económicamente”. En febrero de 2014 Sinohydro Resources LTD fue autorizada por el Ministerio de Minas y Energía para realizar una prospección y comenzar la excavación del lugar, pero sus trabajadores se enfrentaron a algo sin precedentes: una población en pie de guerra.

“Se dice que esta es la primera vez que la concienciación y la oposición de la comunidad se produce antes de que el expolio sea inevitable”, resume Alex. El mismo encabezó las protestas y los bloqueos de carretera para impedir que la maquinaria entrase en el valle: el pasado marzo, los empleados chinos que habían llegado al valle para evaluar las necesidades de la obra terminarían siendo expulsados por los nativos. El camino terroso que conduce a las montañas del Cardamomo, sólo practicable en motocicleta, fue bloqueado entre abril y octubre: desde entonces, son los habitantes del valle los que vigilan cada movimiento extraño para alertar a Alex, a su vez en permanente contacto con la oposición camboyana, la prensa y otras ONG. “Ahora la gente está muy concienciada. Yo soy el mayor sorprendido: hace medio año, nadie en el valle te hablaba de puro miedo. Ahora la movilización es general”.

En la tortuosa carretera que da acceso a la aldea de Thmao Bong, que une Koh Kong con el valle, las excavadoras arramplan hoy con árboles despejando suficiente espacio para construir una vía de cuatro carriles: dado que la pequeña Thmao Bong, situada en plena jungla, carece de asfalto es difícil comprender la necesidad de la inversión salvo que esconda intereses económicos o pretenda franquear el camino a la maquinaria china.

Los habitantes del valle, los Chong –de la etnia jemer original- llevan 600 años viviendo de la jungla: cultivan arroz, crían búfalos, pescan en el río y recogen raíces y setas con las que alimentarse. El valle es su forma de vida y representa el futuro de sus hijos. Somnan Sim, de 27 años, sirve de guía en una jungla que conoce como la palma de su mano. “Estos son los rápidos de Ta Hing”, descubre en un alto del camino, mostrando un bellísimo paraje de roca, agua y árboles donde los chillidos de los monos se sobreponen el ruido de la corriente. “A veces acampamos aquí: pescamos la cena, hacemos una hoguera y cantamos canciones tradicionales antes de quedarnos dormidos. Las pisadas de elefantes nos despiertan”, comenta ante las risas de Hon Hun, de 26 años, y Chen, de 27, los dos jóvenes que transportan a los visitantes en sus motocicletas por rutas impracticables en cualquier otro medio de locomoción, con excepción de las bicicletas. “Todo esto quedará seco si hacen la presa, y los bosques quedarán inundados. Cocodrilos, monos, elefantes, tigres, pelícanos… muchas especies desaparecerán”, prosigue mudando semblantes.

En total, 31 especies raras o en peligro de extinción están amenazadas por el megaproyecto chino: 14 especies de mamíferos, entre ellas el elefante asiático, el leopardo nebuloso, el gato amarmolado o el oso negro asiático; 7 especies de aves, ocho de reptiles, una de anfibios y un pez. El caso más grave lo representa el cocodrilo siamés, dado que Areng es una de las principales reservas mundiales de esta especie casi extinta.

Yong Preang, de 52 años, participa en las manifestaciones en contra de la presa desde el primer día. Su vida es otro repaso a las tragedias camboyanas: todas las posesiones de su familia se las quedaron los jemeres rojos durante el régimen de terror y hambrunas hasta que la invasión vietnamita la desplazó forzosamente. “Perdimos todo: ganado, cultivos, el templo, nuestra casa… No pudimos volver hasta 1997”. “Siempre China. El régimen de Pol Pot estaba apoyado por China, y ahora vuelve a ser China la que nos amenaza”, razona la mujer negando con la cabeza. “Nos quieren robar nuestra casa y nuestra aldea. Y no lo acepto. No me van a mover de aquí por mucho que me amenacen. Y lo hacen: ya nos han avisado de que, quien no acepte las compensaciones para marcharse, saldrá del valle en barca”.

Preang sabe cómo terminaron aquéllos que, en otras zonas de la provincia de Kho Kong afectadas por la construcción de otras presas, sí aceptaron las compensaciones oficiales. “El Gobierno está corrupto. Sólo promete y promete. A la hora de la verdad, les dieron casas rudas, malas, y la gente se quedó sin su forma de vida. Si no puedo cultivar arroz, si no puedo pescar en el río ni críar búfalos, si pierdo la jungla, ¿de qué vivirán mis hijos? No les quiero condenar a la pobreza”.

La misma frustración embarga a Sok Lex, de 24 años, el monje de la comunidad de Thmor Don Pov. Su templo es, como el resto, una básica edificación de madera de una sola habitación elevada sobre un árbol, a pocos metros de la escuela. Ambas construcciones, así como las casas vecinas, quedarán devoradas por el agua de levantarse la presa, motivo más que suficiente para que el budista participe en las protestas. “No hay suficiente compensación económica para aliviar el impacto en el medioambiente y en nuestra comunidad”. “La presa sólo beneficia al Gobierno, no a Camboya”. Su participación en las protestas generó suspicacias: las autoridades le denunciaron ante los líderes religiosos, que le pidieron que se mantuviese al margen: un consejo que no está dispuesto a seguir. “Este es el último bosque de Camboya. Destruirlo implicará incidir en el cambio climático y destruir a una comunidad que vive de estos recursos naturales”.

Frases categóricas que revelan el principal logro de Alex: inculcar el concepto de acción cívica en una sociedad adormecida por una Historia despiadada. “Desde 1993, la sociedad civil recibe muchos fondos internacionales pero padece un problema básico: vigila, pero no actúa. Hace muchos informes, documenta, pero no reacciona. Y eso debe cambiar”, explica el catalán.

Sobra describir la indignación que ha consumido durante estos años a las autoridades locales a causa del extranjero que está concienciando a la sociedad camboyana. En septiembre, Alex fue detenido junto a otros ocho activistas por bloquear el acceso al valle. Horas después, fue puesto en libertad pero los mensajes emitidos desde las autoridades son cada vez más explícitos. “Un enorme número de diputados se ha mostrado preocupado por las acciones de un extranjero. Se ha metido demasiado en la política camboyana. Estoy trabajando con las autoridades para investigarle a él y a sus métodos de trabajo”, advirtió en diciembre el portavoz parlamentario y diputado del Partido Popular de Camboya (en el poder) Chheang Vun. “Ha estado trabajando contra las autoridades locales e incitando a los camboyanos a actuar en contra del Gobierno. No podemos dejar que esto siga ocurriendo”.

La amenaza de expulsión que pesaba sobre Alex se consumará el día 20: pese a que podría optar a la nacionalidad camboyana tras pasar más de ocho años en el país, periodo en el cual no ha cometido delito alguno, las autoridades le pedían hasta hace poco 50.000 dólares para otorgársela. La expulsión puede ser considerada un mal menor. “Hace dos meses me amenazaron con presentar cargos por difamación. Hasta ahora sólo se me puede acusar de un delito, obstrucción a la autoridad, tras bloquear la carretera pero ya fui detenido y liberado. Sufro amenazas veladas, y al principio tuve miedo, pero hoy en día me producen indiferencia. Me queda la capa de protección de ser extranjero. Pero los camboyanos me suelen decir que, si hubiese nacido aquí, ya estaría muerto”.

La cruzada de Alex se ha centrado en una de las regiones más verdes, ricas en recursos naturales, codiciadas y corruptas del mundo: una mala combinación para el medio ambiente. Camboya tiene una de las peores tasas de deforestación del mundo: entre el 1970 y 2014, el porcentaje de cobertura de bosque primario (virgen) ha pasado del 70 al 3,1% gracias a la expansión industrial, la tala indiscriminada, la conversión agrícola y los intereses empresariales de unos pocos que no dudan en sacrificar el futuro del país para reportarse beneficios. Uno de los ejemplos más sangrantes es el Parque Nacional de Phnom Kulen: el 80% ha desaparecido víctima de la tala ilegal, la destrucción infligida por propietarios que desean ampliar sus terrenos mediante quema y desbrozado de terreno y nuevas tendencias agrícolas como el cultivo de anacardos. De las 37.000 hectáreas de bosque original, quedan 8.000.

La destrucción medioambiental en Camboya es una tendencia que data de los años 70, cuando durante la guerra civil las facciones se financiaban con la venta de madera. El negocio de la tala ilegal ha sido motivo de preocupación desde entonces, hasta el punto de que el FMI canceló un crédito en los años 90 y el Banco Mundial suspendió ayudas hasta que se pusiera fin a la corrupción que alienta la tala indiscriminada. Las medidas adoptadas entonces por el ya primer ministro Hun Sen no dieron precisamente frutos: entre 2000 y 2005, Camboya perdió el 30% de su bosque virgen.

Según un estudio de la Universidad de Maryland, entre 2000 y 2012 la tasa de deforestación ha proseguido a un ritmo del 1% anual: hoy en día, sólo el 40% del territorio camboyano está poblado por bosques y la región de Koh Kong es precisamente la que mayor superficie boscosa registra por metro cuadrado.

No por mucho tiempo. En enero el presidente Hun Sen –ex jemer rojo que lleva 30 años en el cargo, conocido por la represión contra la oposición y la corrupción que rodea a su círculo político- inauguraba la presa hidroeléctrica de Stung Russey Chrum Krom, situada en el área protegida de Koh Kong con financiación china (un proyecto de 500 millones de dólares) y anunciaba que su plan de presas hidroeléctricas seguirá adelante pese a las denuncias de ONG como Mother Nature. “La presa afecta algunos bosques, pero si consideramos los beneficios económicos, resolvemos más problemas de los que causamos al medio ambiente”, afirmó el dirigente.

La siguiente presa que será inaugurada en la región virgen será la de Stung Tatay, otra inversión china de 540 millones de dólares que será finalizada a finales de año. En total, nueve presas hidroeléctricas comenzarán a trabajar antes de 2019. Pero las cuentas no salen: la potencia prevista para la presa de Areng es escasa y no repercutiría, según los planes iniciales, en el valle.  “La red eléctrica no quedaría aquí sino que sería destinada a la capital, con suerte. Puede ocurrir como con la presa de Tatai, ya terminada, que no produce electricidad porque no hay tendido eléctrico para sacarla: solo hay una presa. Incluso el ministro admite haber perdido 74 millones de dólares desde que se terminó porque no se puede aprovechar la electricidad”, relata Alex.

“Aquí no hay un Gobierno, hay un conglomerado de cárteles mafiosos incompetentes incapaces de cooperar entre ellos salvo que les una el interés económico”, prosigue el catalán en una apreciación compartida por otros conocedores de la realidad camboyana: en su último informe, Human Rights Watch denunciaba la violencia y represión que ha acompañado los 30 años de mandato de Hun Sen, el sexto dirigente mundial que más tiempo ha pasado en el cargo por detrás de Robert Mugabe. “Durante tres décadas, Hun Sen ha usado repetidamente la violencia política, la represión y la corrupción para permanecer en el poder”, denuncia Brad Adams, director de HRW en Asia y autor del informe. “Camboya necesita reformas urgentes que permitan a su pueblo acceder a los derechos humanos más básicos sin temer arrestos, torturas o ejecuciones”, puede leerse en el informe.

Alex cree que la situación es irreversible, y que ninguna amenaza o expulsión conseguirá minar la conciencia ecológica que alimenta las filas de Mother Nature. “Las amenazas públicas son preferibles a que amenacen como gánsteres. Pase lo que pase, ganamos. Si no nos hacen nada, nos beneficiamos. Si nos amenaza, nos beneficiamos más. Si nos arresta o nos mata, la reacción será mucho más positiva. Haga lo que haga el cártel de gánsteres en el poder, estamos en una situación de ganar porque son incapaces de controlar un movimiento social como el que está creciendo en todo Camboya”.

Deja un comentario