Mi opinión
“El espejo anticolonial”, el libro que acaban de publicar el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) y el Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP), constituye uno de los estudios más consistentes sobre las rebeldías anticoloniales del siglo XVIII en el Perú por su enfoque tan particular y por lo novedoso de sus elucubraciones.
Las pesquisas históricas y antropológicas de Fernando Santos Granero por los intrincados pliegues de la Amazonía peruana, o de las Amazonías de nuestro país, para decirlo con mayor claridad, son notables por su precisión y heterodoxia, no me queda ninguna duda.
A la extensa información que el antropólogo del Smithsonian puso en manos de los interesados en su trabajo sobre los levantamientos en la selva central de José Carlos Amoringo Chico, el tasorentsi o “transformador del mundo” asháninka insurrecto en 1912 y 1915, agrega ahora interesantes hallazgos sobre Juan Santos Atahuallpa, líder de la insurrección popular más conocida ocurrida en el oriente de nuestro país durante la Colonia.
Sobre las características y motivaciones del rebelde del Gran Pajonal, adalid de un movimiento de masas que se inició en 1742, no ha habido, lo menciona el propio Santos Granero, unanimidades entre los estudiosos desde que la figura y el accionar del mestizo educado presumiblemente por un preceptor jesuita ingresaran en la historia oficial hace aproximadamente ochenta años.
Las opiniones sobre su insurrección varían desde quienes lo consideran un precursor de la independencia americana hasta quienes no dudan en afirmar que quien se hiciera llamar Juan Santos Guaynacapac Apuynga fue el conductor de un movimiento “mesiánico de liberación” vinculado a la resistencia espiritual de quienes buscaban el retorno del Inca desde el constructo de lo que se ha denominado la utopía andina. Pasando también por los que consideran que la suya fue una revuelta antimisionera -o antifranciscana para mayores precisiones- que buscaba liberar a los indígenas de la selva del yugo religioso o tan solo los arrebatos de un bandido social de actuar inverosímil.
Para romper el sesgo existente -en la tipificación de la revuelta de Juan Santos se entrecruzan las miradas de estudiosos de diferentes disciplinas, procedencias e intereses particulares – Santos Granero propone el recorrido de un camino menos ideológico que permita de entender las motivaciones de la rebeldía: acudir a las fuentes para intentar una lectura del acontecimiento desde las estrategias discursivas del líder rebelde y sus allegados. En otras palabras, dejar de lado las historias contadas por los interesados en engrandecer la gesta del insurrecto para convertirla en capital político de uso contemporáneo, o desacreditarla para justificar un tipo de ocupación del territorio amazónico irrespetuoso de sus habitantes.
Si el libro sobre el tasorentsi asháninka que hemos reseñado en esta sección fue un estudio de antropología histórica, este es el trabajo de un antropólogo fungiendo de historiador cuyo propósito de revisar a discreción fuentes, nuevas y ya utilizadas, en archivos, museos y bibliotecas de todas partes, se entiende por el deseo de autor de construir un relato desprovisto de intencionalidades a priori.
Esa vocación por urdir entre los documentos más variados es una de las constantes en el trabajo de Santos Granero. Y en esa ruta el estudioso encuentra hilos que le permiten asegurar que el caudillo asháninka, ¿asháninka?, supo sintonizar de manera muy prolífica con las expectativas de diversos actores sociales interesados en derribar, o simplemente remover, el edificio colonial.
En otras palabras, que la rebeldía multiétnica de Juan Santos Atahuallpa fue también un movimiento multicultural. Vale decir, no solo el grito de descontento de los pueblos que siguieron sus proclamas y decretos, sino, sobre todo, el oportuno continente donde fueron a parar los diferentes descontentos sociales y las ambiciones políticas embalsadas después de doscientos años de tutelaje hispánico.
De allí las ambivalencias de las propuestas que fue generando el insurrecto a lo largo de su levantamiento: cada una de ellas elaboradas astutamente para ganar adhesiones y contrariar a la autoridad y los ejércitos virreinales. “A pesar de las diferencias, dice Santos Granero, que los separaban, amazónicos, andinos, africanos, criollos y españoles encontraron en el movimiento rebelde una respuesta -parcial en algunas ocasiones- a sus aspiraciones”.
Aquella estrategia lejos de empequeñecer la gesta del caudillo, la engrandece, la ubica dentro de los márgenes de la realpolitik. En una sociedad convulsa, a punto de implosionar, desprovista por donde se le quiera mirar de un carácter nacional, el cimbreante derrotero discursivo de Juan Santos se constituyó en la fórmula más apropiada para aglutinar a los descontentos. En otras palabras, el levantamiento rebelde y su éxito posterior, estuvo basado en la cohesión de un frente interno cuyos actores se sintieron desde un inicio del movimiento adecuadamente representados por la figura y el accionar de su líder.
Para el autor del trabajo que comentamos, en una sociedad multiétnica y multicultural, la agenda política de un movimiento antisistema exitoso debiera ser necesariamente intercultural. Ese fue el carácter principal del levantamiento del caudillo rebelde. Constituirse en ese “agente mediador y concertador de intereses y aspiraciones de los diversos estamentos de la sociedad colonial” fue posible gracias a la naturaleza híbrida del personaje que analizamos y su complejo conocimiento de los universos culturales de los distintos estamentos sociales que convergieron en la misión de Quisopango en el Gran Pajonal.
Nuevos hallazgos
¿Quién fue entonces ese sujeto, indio o mestizo, que hablaba español, quechua y ande -la lengua de los asháninkas- y que podía escribir con propiedad en castellano y latín? Santos Granero buscando las fuentes de ese hibridismo cultural advierte que cuando el rebelde se refería en sus alocuciones a la localidad de Piedra como su lugar de procedencia, su casa, no estaba hablando de un pueblo en particular sino de la cárcel de la isla de San Lorenzo, o isla La Piedra, ínsula-presidio donde iban a parar los condenados por los autos de fe de la Santa Inquisición limeña.
Elucubra más Santos Granero: si los relatos recogidos afirman que Juan Santos era considerado por los misioneros franciscanos como un demonio y que la rebelión que lidera venía gestándose desde varios años atrás, posiblemente el caudillo rebelde sufrió carcelería en el Callao por hereje y revolucionario. Y que su aprendizaje de la lengua local se produjo durante sus larga estancias y viajes por el territorio que levantó en armas.
En búsqueda de más datos, el autor de «El espejo anticolonial» encuentra en los Anales de la Inquisición de Lima del tradicionalista Ricardo Palma el nombre de Juan González de Rivera, mestizo, limeño de 26 años, acusado “de pacto con el demonio y de haber vivido en tribus de indios infieles usando como ellos la tuniceta azul, manta roja, arco y flechas y casándose con tres mujeres idólatras”. Delitos que fueron penados con tres años de cárcel cortando piedras en la isla de San Lorenzo.
Para Fernando Santos Granero los datos de ese misterioso convicto calzan con la biografía del héroe amazónico. Todos los elementos de su investidura -su nombre, su vestimenta, su misión en la tierra su enrevesado discurso político- fueron los artilugios que utilizó el catalizador de la protesta anticolonial para dirigir, con inusitado éxito, el mayor movimiento multiétnico y multicultural de la Amazonía peruana.
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Nota última, cito al autor de este trabajo: «En conclusión, de momento y hasta que se encuentre nueva documentación que la confirme o refute, la evidencia apunta a que Juan González de Rivera -alias Lucas de Rivera- era la persona que más adelante se hizo llamar Juan Santos Atahuallpa Apuinga Huayna Cápac. Ambos personajes se llamaban Juan, eran mestizos claros, tenían la misma edad, estaban familiarizados con las conversiones de la selva central y con la zona de Huanta, habían adoptado las costumbres de los indígenas amazónicos, intentaban persuadir a estos últimos de que las enseñanzas de los misioneros eran falsas, buscaban ganarse la voluntad de los criollos y españoles para que renegasen del rey y las autoridades españolas, y por su gentilismo y propuestas herejes fueron apresados y condenados a trabajos forzado en la Piedra o isla de San Lorenzo».
Notable Sánchez Granero, en esta columna valoramos sus aportes y heterodoxia.