Mi opinión
Acabo de estar en la Amazonía del Brasil, un campo de golf infinito atravesado por carreteras que no acaban y fazendas dedicadas en extremo a la ganadería o a la agroindustria. Como dicen en mis pagos lo he visto con mis propios ojos…
La Amazonía brasileña, elogiada en los documentos alineados a los foros ambientales por el compromiso supuesto de sus gobernantes en contra de la deforestación, no existe, es una quimera, la han destruido a la mala tanto los gobiernos de derecha como los de izquierda.
Pero lo que se viene, de llegar al poder Jair Bolsonaro, el líder del trumpismo tercermundista que arrasa en Brasil, es atroz, de terror.
Les dejo este reporte de The New York Times en español; sobre el tema han dicho lo mismo en El País de España y en toda la prensa más o menos seria del planeta. Estamos advertidos, Bolsonaro no cree en el cambio climático y ha adelantado que en un gobierno suyo se eliminará el Ministerio de Medioambiente, las reservas indígenas y todo aquello que huela a ecología y conservación de la naturaleza.
Horrible, los Otsukas y Tubinos cholos deben estar de plácemes, por fin encontraron un líder a la medida de su perorata desarrollista.
La elección presidencial de Brasil no solo transformará el destino del país más grande de Latinoamérica. También es un referendo sobre el futuro de la Amazonía, el bosque tropical más grande del mundo, a veces llamado como “los pulmones de la Tierra”.
Para el planeta, la apuesta es altísima.
El favorito para ocupar la silla presidencial, Jair Bolsonaro —un congresista de extrema derecha que ha dicho que la política ambiental de Brasil está “sofocando al país”—, ha prometido defender el poderoso sector de la agroindustria, que busca explotar más regiones de la selva para satisfacer la demanda mundial de carne y soya.
También ha mencionado la posibilidad de retirarse del Acuerdo de París, pero, aunque no lo haga, sus promesas de campaña podrían tener consecuencias nefastas para la Amazonía y, por lo tanto, para el resto del planeta. Con una extensión de más de cinco millones de kilómetros cuadrados, la mayor parte en Brasil, la Amazonía sirve como un filtro gigante para las emisiones de dióxido de carbono producidas en todo el mundo.
Bolsonaro ha dicho que eliminaría el Ministerio del Medioambiente, que se encarga de protegerla, y que lo volvería parte del Ministerio de Agricultura, que tiende a favorecer los intereses de quienes convertirían los bosques tropicales en tierra de cultivo.
Ha rechazado la idea de apartar tierras en la selva para los indígenas brasileños que han vivido en la Amazonía durante siglos, y ha prometido que “no habrá un solo centímetro cuadrado demarcado como reserva indígena” si resulta electo.
Los estudios recientes muestran que las reservas forestales controladas por pueblos nativos en muchos países proporcionan una de las mejores defensas contra la deforestación, pero Bolsonaro tiene en mente otros usos para los bosques tropicales. “Donde hay tierra indígena, hay riqueza debajo de ella”, declaró.
De acuerdo con un informe de Reuters, su campaña también ha sugerido que Bolsonaro reduciría las sanciones que se imponen a quienes violan las leyes ambientales. “La posible victoria de este candidato provocaría sin duda que Brasil dejara de ser líder en la agenda contra el cambio climático y se convirtiera en un gran obstáculo para los esfuerzos globales por combatirlo”, señaló Carlos Rittl, secretario ejecutivo del Observatorio del Clima, una organización brasileña que compiló las posturas de los candidatos presidenciales respecto de temas ambientales.
El oponente de Bolsonaro en el balotaje del 28 de octubre, Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, quedó muy atrás en la primera ronda electoral, con solo el 29 por ciento de los votos contra el 46 por ciento que obtuvo Bolsonaro. La campaña de Haddad promete medidas agresivas para frenar la deforestación, aunque su partido en el pasado ha realizado enormes proyectos de infraestructura con devastadoras consecuencias ambientales, como la represa Belo Monte.
Los bosques de todo el mundo son lucrativos para los intereses comerciales, y su explotación con el fin de cultivar productos primarios representó casi un cuarto de toda la deforestación global entre 2001 y 2015, de acuerdo con un estudio reciente.
En la Amazonía, la ganadería ilegal, la tala de árboles y la conversión de zonas de bosque tropical en granjas han sido causas de la deforestación desde hace mucho. La demanda mundial de carne, uno de los productos principales de Brasil, está creciendo. Además, la guerra comercial entre China y Estados Unidos ha aumentado la demanda de soya, otra de las principales exportaciones de Brasil.
Hasta hace poco, Brasil había sido elogiado como líder ambiental. Había prometido la eliminación total de la deforestación ilegal para 2030, con el Acuerdo de París, así como reducciones drásticas en sus emisiones totales de carbono.
La tasa de deforestación comenzó a disminuir de manera constante a partir de 2005, aproximadamente. No obstante, esa tendencia se ha revertido desde entonces y, de acuerdo con los análisis satelitales realizados por el Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil, entre agosto de 2015 y julio de 2016 se perdieron más de 7770 kilómetros cuadrados de superficie forestal.
En efecto, mucho antes de que Bolsonaro anunciara su candidatura presidencial, Brasil ya había dado marcha atrás en sus políticas ambientales. Los políticos de izquierda han sido menos francos acerca de la explotación de recursos en tierras indígenas, por ejemplo, pero la demarcación de reservas se ralentizó durante el gobierno de la expresidenta Dilma Rousseff, y las tasas de deforestación comenzaron a elevarse. Una recesión paralizante también ha causado estragos puesto que se ha reducido drásticamente el financiamiento del Ministerio del Medioambiente.
Un análisis realizado por científicos brasileños halló que, si las tendencias ambientales actuales del país siguen así, Brasil no podrá cumplir con los objetivos de reducción de emisiones a los que se comprometió en virtud del Acuerdo de París. Global Witness, en colaboración con el diario The Guardian, reveló que el país es el lugar más mortífero para los activistas de los derechos ambientales.
Talar árboles también genera gases, una gran cantidad de emisiones. Un informe de un grupo de investigación y defensa llamado Global Forest Watch halló que las emisiones de dióxido de carbono causadas por la pérdida de terreno forestal en países tropicales fueron, en promedio, de 4,8 gigatoneladas por año entre 2015 y 2017, o el equivalente a las emisiones de los tubos de escape de 85 millones de autos en toda su vida útil. Si continúa ese ritmo de pérdida de selva, sería imposible que el mundo mantuviera el calentamiento global por debajo del límite establecido en el Acuerdo de París, señala el informe.
Brasil es el sexto emisor de gases de efecto invernadero del mundo, aunque sus cifras son mucho menores que las de los dos grandes países industriales del mundo: China y Estados Unidos. La agricultura y la producción petrolera son las principales fuentes de emisiones en el país.
El retroceso de las medidas de conservación refleja la influencia creciente de una poderosa ala conservadora dentro de la asamblea legislativa de Brasil que se hace llamar la Coalición de la Carne, la Biblia y las Balas, y la victoria de Bolsonaro amplificaría su poder, según analistas.
El próximo presidente de Brasil se enfrentará a una decisión inmediata que afectará su prestigio en todo el mundo. Brasil, anfitrión de la Cumbre de la Tierra de 1993, año en que los líderes del mundo comenzaron a adherirse a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, actualmente busca ser anfitrión de sus negociaciones anuales en noviembre de 2019. Su meta es hacer un llamado para que los países frenen el calentamiento global a través de, entre otras medidas, la salvación de los bosques.
18/10/2018
Territorios indígenas amazónicos, un arma contra el Cambio Climático