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El sur: la posibilidad de un corredor turístico ignorado, una nota de Paola Miglio

Mi opinión

La crítica gastronómica Paola Miglio se pregunta en el texto que les propongo por qué no se ha generado en Ica un destino turístico -cultural, de aventura, de naturaleza- capaz de integrar sus tantos atractivos en una ruta para el turismo interno y el de afuera que pueda competir con los destinos que se han venido desarrollando en la región sudamericana. Y lo hace desde el convencimiento que tiene de la valía de los atributos arqueológicos, paisajísticos, culinarios y más de un departamento a tiro de piedra de Lima y con una planta turística y cultural funcionando.

Nosotros por aquí nos hemos hecho la misma pregunta. Y no solamente con respecto a la capital del pisco peruano sino también en relación a otros destinos igual de singulares y potentes. Sería bueno que la interrogante de Paola y de muchos otros peruanos vinculados a la cultura y también a la naturaleza de este país megadiverso empiece a ser contestada por los propios interesados (y dentro de estos, por supuesto, por las nuevas autoridades del sector): el turismo tan golpeado por la crisis pandémica, si de verdad pretende renacer, requiere de nuevos escenarios y productos.

En otras palabras, de una reingeniería que determine las nuevas prioridades –que no siempre son las de un nuevo aeropuerto- desde una mirada menos esquemática. Comencemos tal vez por hacernos las mismas preguntas que se hace la periodista. ¿Por qué no se ha desarrollado una propuesta de turismo cultural sólida para destinos como Cajamarca, Chachapoyas y la misma ciudad de Arequipa?, ¿O Trujillo o la propia ciudad del Cusco, por citar solo algunas ciudades con prosapia? . ¿Por qué no se ha armado a pesar de los esfuerzos una oferta de turismo de naturaleza que invite a propios –peruanos- y a extraños a conocer de verdad la naturaleza y las culturas originarias de destinos que desfallecen como Iquitos, Pucallpa o Puerto Maldonado? Es evidente que en materia de atributos estas localidades y muchas más –que suerte la nuestra- lo tienen todo para desarrollarse como destinos turísticos potentes, con capacidad para generar desarrollos económicos locales, autoestima y verdadera descentralización.

Nos estamos rezagando. O conformándonos con poco. Hay que ponernos las pilas: eso es lo que están haciendo nuestros vecinos en la región. En Ecuador y en Colombia, también en Chile y Argentina, los nuevos tiempos del turismo están cargados de productos nuevos, muchísimo impulso al consumidor nacional o interno y toneladas de innovación. En fin, hay que llenarnos de preguntas y empezar a dialogar para armonizar ideas y ponernos a trabajar de consuno, entre toditos, aceptando que las soluciones al problema no están necesariamente en los PENTURES y pertures (planes estratégicos de turismo nacionales y regionales) hechos y rehechos en los últimos años. Se necesita dosis de sentido común, inventiva y una tribu que de verdad quiera el cambio. No los beneficios particulares ni los presupuestos del estado.


Uno de los lugares más visitados y quizá menos conocidos en cuestión gastronómica es Ica. Prodigiosa tierra donde abundan dátiles y pecanas, variedades de menestras y frutos de mar. Más allá de sus piscos y vinos, su cocina local permanece escondida, o tampoco nos preocupamos tanto por desempolvar sus recetarios. Esa posibilidad de corredor eno-gastronómico, que además tiene naturaleza, cultura viva y arqueología, descansa a vista y paciencia de los viajeros, las autoridades y muchos locales con emprendimientos que hasta ahora no saben cómo ponerse de acuerdo para hacerla florecer. 

Sé que varios ya fueron a lasBallestas, comieron conchas en Paracas, visitaron las líneas de Nasca y un par de bodegas iqueñas. Sí, sí, también sé que fueron a la Huacachina, que juerguearon en las fiestas de Halloween/Canción Criolla en Chincha (porque al final era un mix de rompe y raja) y se treparon a un arenero para vivir la adrenalina dunera. Ahora, ¿se imaginan todo eso en una ruta integrada, con la participación de bodegas de vinos grandes y pequeñas, restaurantes y huariques, propuestas de menús degustación que ponen en vitrina los insumos nacionales y pisco y, por supuesto, pisco? Como suele pasar en el Perú: tenemos la materia prima, pero muchas veces nos gana el tema de la gestión y el ego. 

Hace unas semanas visité Ica nuevamente, una tierra de donde es parte de mi familia y a la que solía ir con frecuencia hace ya varios años. Allí pude descubrir esas paciencias adictivas; desiertos infinitos que cambiaban de estructura con el avance del auto para desembocar en un mar puro de pesca abundante; tuve nutritivas conversas con el desaparecido Miguel Angel Yica, El Griego (también comí las más maravillosas conchas de abanico que preparaba a la orilla del mar); navegué por desiertos hasta encontrar oasis escondidos; y me interné en el misterio de los geoglifos de Palpa, en el sabor de sus naranjas, en sus gigantes y rojos camarones y en las bondades de sus dulces de mango. Más al sur, el algarrobo centenario y, en Nasca, los acueductos y misterios de Cahuachi, nutrieron mucho más mi panorama. Sí, sí, también fui a las líneas, pero eso no es lo único que hay. Entonces, me sigo preguntando, luego de volver y ver tremendo crecimiento enológico y aquel pisquero que trata de mantenerse a flote, ¿qué falta para articular un corredor que muestre lo que verdaderamente es Ica al visitante? Sobre todo, ahora que el ojo está puesto en sus vinos tradicionales y naturales, y que la propuesta hotelera y de haciendas se ha fortalecido y se perfila como ruta de escape cercana y de presupuestos no descomunales. 

Lo curioso que podemos ser para unas cosas y lo desinteresados que podemos ser para otras (o negados, cuando pensamos que lo único que tenemos de espectacular e importante para mostrar al mundo es Machu Picchu). Puede que el tema de los gobiernos regionales no ayude, ni el estatal, pero tenemos ejemplos claros en países vecinos de cómo privados organizándose y, de alguna manera, extendiendo lazos con lo público, han logrado sacar adelante interesantes trayectos que apuestan por un turismo responsable, que integra no solo los clásicos, como paisajes y rutas arqueológicas, sino además incluye vino y comida y cultura. Y, por qué no, peregrinación (la Beatita y la Melchorita andan por el camino). Quizá este anhelo tan mío, cierto, pero tan evidente, algún día se logre, y en lugar de escuchar a mis amigos contarme emocionados que se van de bodegas a Mendoza, lo hagan porque se van a Ica. 

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