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Hielo en la Amazonía: el empoderamiento de los pescadores Kandozi de Alto Amazonas

Mi opinión

No había visto tanta pesca como en la provincia del Datem del Marañón, en el Amazonas, camino a la frontera con el Ecuador, una región de bosques impresionantes e infinitos aguajales, poblada mayoritariamente por indígenas kandozis y awajún. Llegué hasta esos confines después de navegar durante varias jornadas por el Huallaga y la visión del río Marañón y luego la del Pastaza, poco antes de ingresar a la laguna Rimachi, me dejó impresionado. Por la belleza inaudita de sus contornos, la porfía de su gente y la abundancia de pesquerías. Palometas, corvinas, motas, gamitanas, bagres, arawanas, de todo, a granel, eran acomodados en cajas inmensas por los pescadores con los que me topé en uno de los bohíos que visité, antes de enviarlos, fresquitos, hacia los mercados de Yurimaguas, Tarapoto e Iquitos, donde intermediarios avezados comercializan los recursos de sus tesoros hídricos a su antojo. La pesca para los pueblos amazónicos es fundamental, le brinda a su población, entre otros beneficios, las proteínas que necesitan para balancear su dieta alimenticia y, también, lo menciono por si no se toma en cuenta, para afianzar las prácticas consuetudinarias que los introduce al mundo mágico que pervive en los cauces fluviales de sus territorios tan amenazados por los extractivismos de todo tipo.

En esa selva nororiental, la modernidad ha llegado para tratar de convencer a sus pobladores de lo bien que les va a ir si es que consienten la construcción de las infraestructuras de fierro y cemento prometidas y, como no, de yapa, las hidroeléctricas que habrán de avivar el crecimiento económico de Brasil. Qué importa si los estragos de esas megaobras nos acercan aún más al punto de no retorno, la desertificación total, que advierten los científicos si es que superamos el umbral de devastación en el bioma amazónico que estamos a un tris de sobrepasar. Me alegra que los pescadores que faenan en el sistema de cochas y lagos de este paraíso hayan encontrado la fórmula para gestionar por sí mismos las milagrosas pesquerías que dan testimonio de la vitalidad y salud del ecosistema que habitan desde siempre, a pesar del evidente descenso poblacional de los delfines de río y la casi extinción de manatíes, dos especies claves para la continuidad de sus bosques. Les dejo esta nota que da más luces sobre un proyecto apoyado con fondos de Profonanpe para dotar a una asociación de pescadores kandozis de los equipos y tecnologías que necesitaban para procesar los 500 mil kilos de pescado que extraen de sus cuerpos de agua cada temporada. Tenemos que ponernos las pilas de una vez para utilizar racionalmente los recursos de las selvas de nuestro país para que con sus beneficios mejoremos las condiciones de vida de sus habitantes, así podremos evitar el colapso que se nos ha caído encima. No vemos otro camino .


Gunter Yandari recuerda haber aprendido a pescar junto a su padre en las cochas de la cuenca del río Pirumba. Desde niño aprendió a instalar los puestos de pesca y recorrer las lagunas en busca de cardúmenes de boquichicos. La pesca, como para la mayoría de los miembros de su comunidad, se convirtió en su oficio. O, acaso algo más que eso: la historia de Gunter fue la prolongación de la forma de vida de su pueblo, los kandozi, cuya esencia está directamente asociada con los cuerpos de agua y las especies que los habitan. Las fuentes de agua son tan importantes para ellos que estas llevan nombres propios, incluso para nombrar arroyos o cochas estacionales. La pesca como actividad de subsistencia es de tal relevancia que tradicionalmente el nombre de los varones denominaba a las especies de peces.

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Gunter es hoy presidente de la asociación de pescadores Katimbaschi, que agrupa a 120 pescadores indígenas de 20 comunidades nativas. Es un hombre de mediana edad y de modales discretos. En asociación con el Proyecto Humedales del Datem, Katimbaschi extrae cerca de 500 000 kilos por temporada y administra una planta de hielo en la Comunidad Nativa Musa Karusha. La asociación tiene como zona de pesca el Sistema de Cochas de Musa Karusha, el cual compone el lago Rimachi, el más extenso de la amazonía peruana, y un conjunto de 40 lagos menores interconectados entre sí. El Sistema es producto de valles bloqueados en la cuenca del Pastaza generados por la acumulación de sedimentos, un espacio sin igual en la Amazonía: debido a que el Pastaza se ubica en la zona de convergencia ecuatorial está influenciado por la hidrología tanto del hemisferio norte como del hemisferio sur. Por ello, experimenta dos épocas de creciente, correspondientes a la temporada de lluvia de cada hemisferio.

Los kandozi han habitado este territorio hace cientos, sino miles, de años. Es aquí, donde la diferencia entre la tierra firme y el agua es ambigua, que la principal actividad de subsistencia ha sido la pesca. Durante la segunda mitad del siglo XX, sin embargo, los kandozi experimentaron restricciones a su acceso a los grandes cuerpos de agua, o estuvieron en una situación desventajosa en la cadena de comercialización del pescado. En la actualidad, gracias a asociaciones como Katimbaschi, esto está cambiando progresivamente.

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Un pueblo de pescadores

Las prácticas culturales asociadas a la pesca y otras actividades de subsistencia, como cazar o cultivar, son parte de un sistema de conocimiento indígena fuertemente vinculado a la ecología de la región. Los pescadores kandozi tienen bien establecido que durante la época de vaciante o mijano los grandes peces abandonan los aguajales y se trasladan a las cochas, donde son capturados fácilmente. Los kandozi conocen las rutas de migración de las especies y el momento adecuado para su captura. El conocimiento de los ciclos hidrobiológicos y las prácticas ancestrales asociadas a estos han sido transmitidas de generación en generación, a través de la lengua kandozi-chapra, una familia lingüística única en el Perú.

Históricamente, los kandozi habitaron la zona cercana al lago Rimachi. Durante el siglo XVIII fueron “reducidos” por la orden jesuita en la misión Nuestra Señora de los Dolores de Muratas, ubicado en el Bajo Huasaga. Por ello, hasta finales del siglo XX eran conocidos como “muratos”. Kandozi, autónimo con el que ellos mismos se identifican significa “nosotros y los seres como nosotros”; lo que les distingue  de otros grupos humanos como los wampís o los kichwas. También de las especies de animales y plantas, que pueden ser considerados personas. En la actualidad, de acuerdo con la Base de Datos de Pueblos Indígenas del Ministerio de Cultura, se estima que 4847 ciudadanos viven en comunidades kandozi y 1597 se autoidentifican como tales sobre la base de sus antepasados y sus costumbres.

La pesca ha sido ejercida por los kandozi de generación en generación. La captura de pesces ha sido acompañada tradicionalmente de prácticas rituales, el más importante entre ellos, el uso de encantamientos, los cuales también son utilizados en la caza y cosecha. Estos conjuros consisten en letanías recitadas en voz baja y de manera personal. A las mujeres les son enseñados los cánticos relativos a las especies del huerto, mientras que los hombres aprenden los encantamientos de los animales de caza. En el caso de la pesca existe un único cántico para todas las especies de peces, pero cantos diferenciados por técnicas de captura. Por ello, tanto la pesca como el territorio donde se realiza tiene un componente sagrado para los kandozi. De acuerdo con su mito de creación, la tierra firme, llamada tsaponish, emergió del Lago Rimachi (Musa Karusha en kandozi) y puede desaparecer bajo el agua en cualquier momento. Este lugar sagrado, sin embargo, estuvo restringido para los kandozi durante décadas, hasta su “recuperación” en la década de 1990.

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La batalla por Musa Karusha

Perú y Ecuador se enfrentaron en una guerra a principios de la década de 1940. Debido al enfrentamiento bélico la Amazonía cobró una relevancia particular para el gobierno, en particular los territorios norteños, donde la guerra fue peleada directamente. Súbitamente, la entonces provincia de Alto Amazonas cobró especial importancia para el Estado peruano. Con el propósito de aprovechar los recursos estratégicos, en 1945, sin consultar a los kandozi, el gobierno de Manuel Prado determinó que el Lago Rimachi se convertiría en una reserva pesquera de las grandes especies de peces amazónicos, particularmente el paiche (Arapaima gigas) y la gamitana (Colossoma macropomum). Esto significó, al menos en términos formales, que el lago fuese una zona libre de pesca. El gobierno instaló un puesto de control que funcionaba discrecionalmente hasta que las Fuerzas Armadas tomaron la posta durante la dictadura militar de Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez.

En la década de 1980, el Gobierno permitió la pesca en la zona a toda embarcación que pudiera gestionar un permiso, pero esto solo pudo ser cumplido por pescadores mestizos con conocimiento del español. En aquella época, la mayoría de los kandozi eran monolingües y tenían un bajo nivel de educación formal, servicio público que sigue siendo deficiente en sus localidades. Esta política originó que embarcaciones externas ingresaran al Lago Rimachi mientras los kandozi estaban prohibidos de hacerlo. La exclusión de los kandozi derivó en la sobreexplotación de los recursos pesqueros y un enorme descontento social. El gobierno los había apartado de su fuente principal de recursos pesqueros, así como del sitio sagrado más importante en su esquema espiritual. Esta situación llevó a una protesta: en 1991, las comunidades kandozi tomaron el puesto de control del Ministerio de Pesquería e impidieron el acceso de toda embarcación de pesca comercial al Rimachi. El bloqueo duró cerca de 2 años.

Solo en 1993, gracias a la intervención directa del entonces presidente de la República, quien era aficionado a la pesca amazónica, el impasse entre el Estado y los kandozi pudo ser solucionado. La Dirección Regional de Pesquería de Loreto reconoció “la presencia y los derechos de las comunidades nativas Candoshis y Jíbaros asentadas dentro de la Zona Reservada del Río Pastaza” y estableció un acuerdo para la administración y vigilancia comunitaria de la zona reservada. Gracias a este acuerdo, las comunidades kandozi asumieron el control efectivo del lago e iniciaron un proceso de recuperación de las especies. Sin embargo, a pesar de este avance, los kandozi se hicieron dependientes de los intermediarios mestizos, quienes pasaron a ser los compradores del recurso. En este esquema de trabajo, los kandozi eran los encargados de pescar y procesar el pescado, pishtarlo (eviscerarlo) y salarlo, mientras que los mestizos compraban el producto y lo vendían en los mercados locales.

En estas circunstancias, los pescadores indígenas adquirían insumos como motores, redes y sal de los comerciantes, quienes daban por adelantado estos objetos. Los kandozi adquirieron deudas y debieron intensificar la pesca para pagar lo debido a los comerciantes mestizos. Gunter recuerda que, en esta época, más o menos a mediados de la década de 1990, las opciones comerciales de los kandozi eran limitadas, lo cual afectaba le precio del producto:

“Anteriormente nosotros dependíamos de otros comerciantes que pedían de fiado, a veces pagaban y a veces no pagaban. Así anteriormente trabajábamos. En esos tiempos no había comerciantes de nosotros mismos, eran mestizos, y teníamos que vender barato porque no pagaban más, 50 céntimos el kilo, 1 sol. Dos soles el kilo era elevado para nosotros, preciazo era dos soles en esa época.”

Por otra parte, los kandozi fueron introducidos a nuevas tecnologías de pesca. Los métodos tradicionales y ritualizados tenían una capacidad de extracción menor a instrumentos como redes sintéticas y naves a motor. Este cambio tecnológico también contribuyó a la sobreexplotación de los peces. Además, debido a las dificultades de preservación, el pescado era salado para su comercialización. Está práctica se remonta cientos de años atrás en la Amazonía, siendo introducida por las misiones evangelizadoras. La salazón permite la conservación del pescado por aproximadamente un mes sin necesidad de ser refrigerado; sin embargo, modifica sustancialmente el producto en detrimento de sus propiedades nutricionales: agrega ingentes cantidades de sodio y altera la composición de los ácidos grasos.

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Crucialmente, el pescado tampoco es beneficioso para los productores primarios. Al deshidratar la carne el producto reduce su peso y genera merma. Sin embargo, sin acceso a hielo y cámaras de frío, los kandozi no tenía otra opción a la mano. “¿A nosotros qué toca hacer?”, me dice Gunter recordando la situación. “Pishtarle y salarle, no teníamos de otra… pero perdíamos el kilaje del pescado. Otros entraron con congeladores y hielo, pero nosotros no podíamos”. A pesar de los esfuerzos de repoblamiento de la cuenca del lago iniciada tras su recuperación, las condiciones comerciales de la venta del pescado terminaron por alentar la sobrepesca a fin de compensar el peso perdido durante el proceso de conversación. Esta situación se extendió durante más de una década.

Hacia un comercio más justo

Los cambios empezaron a mediados de los 2000. Gracias al apoyo de organizaciones sin fines de lucro, los kandozi se organizaron en asociaciones de pescadores artesanales a fin de tramitar planes de manejo. Entre 2004 y 2006, los kandozi gestionaron sus primeras autorizaciones de pesca de manera formal. Katinbaschi, en el distrito de Pastaza, asociación de la que Gunter es presidente, y Kachizpani, en el distrito de Andoas, estuvieron entre las asociaciones creadas en esta época. En la actualidad, Kachizpani agrupa a más de 100 pescadores kandozi de 7 comunidades nativas, cuyas zonas de pesca se encuentra en el sistema de cochas de la cuenca del Huitoyacu, ubicado en la margen derecha del río Pastaza.

Profonanpe, a través del Proyecto Humedales del Datem, ha acentuado el trabajo iniciado por organizaciones sin fines de lucro y las comunidades kandozi. Los elementos centrales de la intervención son la implementación de tecnología limpia que permita modificar los patrones de comercialización adoptados en las últimas décadas y brindar capacitación orientada a la sostenibilidad de los recursos pesqueros. Por ejemplo, los pescadores kandozi han aprendido cuáles son las pulgadas necesarias de malla para evitar la captura de peces de tallas inadecuadas. Actualmente, utilizan redes con medidas de abertura de malla estirada 3.5 pulgadas o superiores, de acuerdo con lo establecido en sus instrumentos de gestión productiva.

En 2019, el Profonanpe inició los estudios para la construcción de plantas de hielo operadas con tecnología fotovoltaica a fin de cambiar el modelo de negocio de pesca, permitiendo a los indígenas comercializar pescado fresco, así como limitar el papel de los intermediarios. De acuerdo con Gunter la planta de hielo fue una solicitud de los propios pescadores de Musa Karusha, quienes habían iniciado la comercialización de pescado fresco en cantidades limitadas. La propuesta consistía en vender de manera directa a los comerciantes mayoristas de las ciudades de San Lorenzo, Yurimaguas y Tarapoto, o a través de acopiadores externos que ofrezcan un precio justo. Esto permitiría reducir la merma y establecer pautas de manejo del recurso más adecuadas para su conservación en el largo plazo. A su vez, al restar los costos asociados al uso de la sal, los pescadores kandozi podrían incrementar sus ganancias sin necesidad de sobreexplotar sus cochas y lagunas.

En la actualidad, las plantas instaladas tienen la capacidad de producir 500 barras de hielo por mes. En el primer año de funcionamiento (2021-2022), la fábrica de Katinbaschi produjo 3700 barras y la de Kachizpani, 2500. Estas son utilizadas por ambas asociaciones para transportar el pescado a los mercados urbanos, o para venderla a acopiadores externos que compran pescado en la zona. En ese sentido, la venta de hielo funciona en sí mismo como un negocio potencialmente rentable: el costo de producir una barra es menor a tres soles, y es vendida entre 10 a 12 soles, un valor mucho menor al hielo ofertado en ciudades como Yurimaguas, donde puede costar el doble y es de menor calidad, usualmente turbio, con coloración amarilla y poca durabilidad. Una vez refrigerado, el pescado es trasladado a los mercados por embarcaciones acondicionadas para llevar las cajas isotérmicas.

En la actualidad, Katinbaschi y Kachizpani administran una planta de hielo en las comunidades de Musa Karusha y San Fernando, respectivamente. La construcción de estas fábricas fue posible gracias a la cesión de terrenos por parte de las comunidades para colocar los paneles solares que permitan su funcionamiento. De acuerdo con Rider Gais, presidente de Kachizpani, la producción de hielo ha permitido “enseñar a los hermanos indígenas que puede hacerse negocio de manera distinta” a través de la pesca. En concreto, las plantas realizan dos funciones centrales. Primero, tratan el agua del río para su purificación y uso industrial. En otras palabras, es convertida en agua potable. Segundo, el agua tratada es comprimida en moldes que son congelados para producir bloques de hielo sólido. Estas entraron en operación en el primer trimestre de 2021 y han continuado abasteciendo de hielo a ambas asociaciones.

Durante la campaña de pesca 2021-2022, la captura total registrada entre Kachizpani y Katinbaschi suma un total de 648 790 kilos. En ambas asociaciones, la mayor parte de la pesca se destina a la producción de pescado salpreso, pero esto ha ido cambiando desde el funcionamiento de las plantas de hielo. Gracias a la disponibilidad de bloques de hielo, los pescadores son menos dependientes de la sal y no se ve reducido el volumen de la pesca. Este proceso ha sido acompañado de capacitación orientada a respetar los momentos en la cuales se puede realizar la actividad pesquera y velar por las tallas mínimas, así como la mejora física de espacios para el procesamiento del pescado. De especial importancia es el eviscerado y fileteado, cuya adecuada realización permite minimizar la merma y hace más rentable la venta del producto. Con estas ventajas recientemente adquiridas, los kandozi están reclamando su espacio en el mercado regional.

Adaptarse al calentamiento global

Tanto Gunter como Rider recuerdan haber pescado paiches y tucunares en su adolescencia sin mayor dificultad, utilizando arpones bajo la tutela de sus padres. El Abanico del Pastaza y los sistemas de cochas que compone el núcleo central del territorio kandozi están siendo afectados por el incremento de las temperaturas y la sedimentación de las lagunas. El lago Rimachi viene experimentado un proceso de sedimentación debido la migración natural del río Pastaza, pero este proceso también puede estar vinculado al desbalance producido por la sobrepesca en décadas anteriores y la desaparición de la zona de controladores biológicos como los manatíes (Trichechus inunguis). Debido al calentamiento global, los veranos en el Datem del Marañón podrían ser más prolongados, y las crecientes no alcanzarían los niveles de inundación regulares.

En este contexto, las  asociaciones de pescadores indígenas del Datem del Marañón son los actores claves para conservar la población de peces en niveles adecuados para su reproducción y sostenibilidad. Es un ejercicio de adaptación al Cambio Climático con repercusiones en su mitigación, pues contribuye a la conservación de las reservas de carbono en las tuberas del Abanico del Pastaza.  El fortalecimiento de sus derechos territoriales de los pueblos indígenas, la instalación de tecnología limpia y la adquisición de capacidades para interactuar con el aparato público ha permitido un acceso a los recursos más equitativo, así como a revertir malas prácticas de pesca y procesamiento introducidas en el pasado. Paradójicamente, un elemento tan ajeno a la Amazonía como hielo está  ayudando a conservar los recursos de una de las áreas más cálidas del planeta. El frío del hielo está empoderando a los kandoshi.

Bibliografía

Montoya, M. (2010). How Access, Values, and History shape the Sustainability of a Social- Ecological System: The Case of the Kandozi Indigenous Group of Peru. [Tesis doctoral]. University of Texas. https://repositories.lib.utexas.edu/handle/2152/ETD-UT-2010-12-2166

Surrallés, A. (2009). En el corazón del sentido. Percepción, afectividad, acción en los Candoshi, Alta Amazonía. IFEA.

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