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Tailandia: elefantes son «esclavizados» con el propósito de atraer turistas

Mi opinión

El turismo de observación de fauna silvestre, que en muchos destinos como en Tailandia ha devenido en un burdo turismo de interacción con especies carismáticas, por llamarlas de alguna manera, está en entredicho, no me cabe ninguna duda. Los que lo incentivan por el mero afán de complacer a un tipo de turista cada vez más dependiente del selfie de ocasión y las experiencias únicas, están poniendo en peligro ecosistemas frágiles y alentando una actividad basada las más de las veces en el maltrato animal y la ignorancia.

Lo dije hace unas semanas al comentar un informe preparado por la prestigiosa revista National Geographic que daba cuenta del maltrato que sufrían perezosos, delfines y otros animales del bosque amazónico en la triple frontera entre Perú, Colombia y Brasil. ¿Lo recuerdan? En los villorrios de esa región, los lugareños atrapan a los animales que buscan los turistas para saciar sus apetencias, los encierran en jaulas -que por supuesto nadie ve- antes de mostrarlos cuando conviene y cobrar por el espectáculo.

Y lo peor de todo es que la conducta se ha universalizado. Les dejo esta nota que acaba de aparecer en Nat Geo en Español denunciando la esclavitud que sufren los elefantes que el negocio turístico necesita para colorear de exotismo reservas naturales y otras áreas de aparente protección. Gato por liebre, atroz.


Separados de sus madres, golpeados y a veces privados de comida, los elefantes en Tailandia son domesticados por la fuerza antes de ser vendidos a centros turísticos que se hacen llamar “santuarios” para atraer a los viajeros concienciados con el maltrato animal.

En Ban Ta Klang (este) se adiestra a la mayoría de los paquidermos que acaban en estos “centros de rescate”. Los desestabilizan para someterlos al cornaca o mahout, es decir el domador, y obligarlos a interactuar con los visitantes.

Con tan sólo dos años se separa a la cría de elefante de su madre pese a que todavía depende de ella.

Lo atan, a veces lo privan de comida y con frecuencia le pegan con palos o un gancho de metal para que obedezca las órdenes.

“No los criamos para lastimarlos (…) Si no son tercos, no les hacemos nada”, asegura a la AFP el cornaca Charin, mientras pide a un joven elefante que se sostenga sobre las patas traseras con un globo en la trompa.

Él entrena a los paquidermos por 350 dólares al mes, enseñándoles a pintar, a jugar al fútbol, a tocar música, lo que pidan los dueños.

“Siempre he vivido con ellos. Forman parte de nuestra familia”, señala el domador cuyo abuelo y padre ya ejercían el oficio.

Desde la prohibición de su explotación en la industria forestal hace 30 años, los elefantes y los cornacas desempleados se han pasado al turismo de masas.

Elefantes Tailandia
Los elefantes desempeñan un papel clave en los hábitats donde viven. Foto: Getty Images

Una vez entrenados, los elefantes tailandeses se venden por hasta 80,000 dólares, una inversión colosal que hay que rentabilizar.

Una tarea fácil para los parques de atracciones, como el de Mae Taeng, cerca de Chiang Mai (norte), que acoge a hasta 5,000 visitantes por día.

Con una pata en el aire y un pincel en la trompa, Suda realiza cinco cuadros bajo los aplausos de los visitantes que pagaron 50 dólares de entrada. Sus lienzos, que parecen estampas japonesas, se venden por hasta 150 dólares. Luego llega el momento más esperado: el paseo a lomos de elefante.

Muchos refugios y santuarios ya no ofrecen este tipo de paseos, boicoteados cada vez por más turistas occidentales.

Pero la mayoría, en Tailandia, ofrece una actividad igualmente polémica: bañarse con el animal.

“Se desaconseja fuertemente. Es estresante, especialmente cuando tiene que interactuar con jóvenes demasiado entusiasmados, puede generar lesiones a los turistas”, señala Jan Schmidt-Burbach de la World Animal Protection.

El objetivo es colocar al visitante lo más cerca posible del paquidermo para que tenga la sensación de que rentabiliza la entrada. Por eso se le deja alimentarlo, cepillarlo y cuidarlo.

Una vez que se va, el viajero no ve el lado oscuro: en algunos “refugios” los elefantes están encadenados durante horas, se les obliga a dormir sobre hormigón y están mal alimentados.

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Es importante que los turistas visiten santuarios que sí protejan a los animales. Foto: Getty Images

De los 220 parques de elefantes registrados en el país, aunque muchos prometen un turismo más ético, “solo una decena garantizan condiciones de vida satisfactorias”, según World Animal Protection.

Es el caso de ChangChill, una pequeña estructura cerca de Chiang Mai, en medio de arrozales. En unos meses ha revolucionado su funcionamiento para garantizar un bienestar óptimo al animal.

Aquí lo observamos respetando una distancia de 15 metros. “No los obligamos a hacer lo que no harían instintivamente”, explica el director Supakorn Thanaseth.

Por eso “están menos enfermos, más tranquilos”. Los riesgos de accidente debido al estrés del animal “han disminuido mucho” aunque los mahouts conservan un gancho para casos de emergencia.

ChangChill espera ser rentable en la temporada alta, pero solo podrá recibir unos 40 turistas diarios y acoge a solo seis elefantes.

Una gota de agua. Tailandia cuenta con casi 4,000 individuos en cautiverio y su número aumentó un 30% en 30 años.

Reintroducirlos en su hábitat natural no es posible por falta de espacio y podría desencadenar conflictos con las personas, señala la autoridad turística tailandesa.

Los expertos estiman que hay que organizar el sector, que carece de regulación. Pero las autoridades no parecen tener prisa por poner orden en este lucrativo negocio.

Un informe de asociaciones de defensa de los derechos de los animales preconizaba el año pasado un control más estricto de los elefantes cautivos.

Una vez “domesticado”, el animal es considerado como simple ganado según la ley tailandesa, a diferencia de los elefantes salvajes, que sí están protegidos.

 

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Muchos elefantes son maltratados en Tailandia. Foto: Getty Images

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