Mi opinión
Desde hace algunos meses vengo colaborando con el Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPDRS), una aguerrida ONG boliviana empecinada en construir las herramientas que se necesitan para vigorizar los espacios rurales de nuestra región, esos territorios tan poco valorados por quienes detentan el poder en esta parte del continente y donde viven, hay que recordarlo siempre, nuestros compatriotas más pobres. El IPDRS a través del Movimiento Regional por la Tierra y el Territorio está tratando de recopilar mil historias de poblaciones campesinas, indígenas y afrodescendientes que con sus luchas y sacrificios han consolidado la propiedad de sus tierras.
Para los investigadores del instituto visibilizar esas conquistas resulta fundamental si es que se quiere construir desarrollo fuera de las ciudades y ordenas la casa de todos.
Cuatro de los casos que ha publicado el movimiento en su web han sido desarrollados por mí: el de los compañeros de la Asociación Mabosinfron, en la provincia de Purús, en Ucayali; el de Ema Tapullima y el comité de turismo de Puerto Prado, en Loreto; el de los shiringueros de la empresa Ecomusa, en Madre de Dios y el de los comuneros de Santa Catalina de Chongoyape, en Lambayeque. Precisamente de este último caso hablé en el coloquio que convocó el IPDRS en La Paz el lunes pasado aprovechando mi presencia en territorio boliviano.
Debo decir que el convite organizado por Karen Gil del equipo del instituto me encantó. Fue una linda oportunidad para compartir con los amigos bolivianos algunas impresiones que he ido recogiendo durante mis últimos viajes por el Perú, Ecuador, Colombia y Bolivia sobre el turismo, una actividad desdeñada por los teóricos que tanto bien está ocasionando, precisamente, en los espacios rurales que se pretende impulsar.
Me ratifico, a la distancia, en lo que dije al terminar la conversa respondiendo a algunas atingencias muy razonadas de los participantes: Pese a lo ideologizado que está el tema del Turismo Rural (o como quiera llamársele: turismo étnico, TRC, turismo sostenible, etc.), los modelos que se vienen implementando en Sudamérica rural son muy importantes para la recuperación y puesta en valor de los territorios en manos de las poblaciones en el campo. Eso me queda claro. El turismo rural en casi todas sus manifestaciones ha servido para construir ciudadanía, mejorar las economías locales, levantar la autoestima colectiva y, sobre todas las cosas, generar los puestos de trabajo que se necesitan para complementar los que producen las actividades tradicionales.
Les dejo esta breve revisión del caso africano hecho por una inteligente periodista española. Quienes quieren complicar las cosas fanfarroneando con teorías cargadas de ideologías decimonónicas no toman en cuenta que el turismo, según cifras últimas de la OMT, representa el 10 % del PBI mundial, el 7 % del comercio internacional y el 30 % de las exportaciones de servicios en el planeta. Uno de cada once empleos en el mundo depende de esta industria. Que los capitanes del sector y las tribus viajeras se estén interesado en los cada vez más golpeados territorios rurales es una bendición, una oportunidad que no se debe desperdiciar.
En 2016, África recibió a 56 millones de turistas, un 5% de los viajeros del mundo según datos de la Organización Mundial del Turismo. Para 2030, los pronósticos hablan de un incremento de hasta 134 millones. Esto podría convertir al turismo en un motor de desarrollo sostenible si se promueve su forma más responsable, tanto para el visitante extranjero como el local. Tal como advertía recientemente Fadi Noutchemo, directora de desarrollo de negocios de la Asociación Africana de Profesionales de la Aviación: “El turismo puede ser una forma de evitar la despoblación rural en África”.
Para la Organización Internacional del Trabajo, el turismo es uno de los principales contribuyentes para la creación de empleo: «En particular para las mujeres, los jóvenes, los trabajadores migrantes, las comunidades rurales y los pueblos indígenas y tiene numerosos vínculos con otros sectores. Como consecuencia, el turismo puede conducir a la reducción de la pobreza y a la promoción del desarrollo socioeconómico y del trabajo decente”. El sector podría representar una oportunidad para las comunidades más cercanas a los principales epicentros turísticos de África –—básicamente zonas de playa y reservas naturales—, tanto como un revulsivo para el éxodo rural. La diversificación de las actividades económicas en las zonas rurales de África, con un creciente peso del turismo responsable y sostenible, podrían ser, en un futuro, un freno para las migraciones masivas hacia las ciudades o las zonas periurbanas y una oportunidad para el desarrollo sostenible.
El turismo responsable es un modelo que busca la sostenibilidad social, económica y medioambiental en los lugares de destino. En él, se fomenta el respeto a las culturas indígenas y se promueve su desarrollo, así como se busca proteger el medioambiente a partir de la incorporación de energías renovables, criterios de bioconstrucción o la producción ecológica de los productos que se consumen en los establecimientos turísticos.
Para ilustrar algunas de las iniciativas que ya se están llevando a cabo en ciertas partes del continente africano y ver de qué forma el turismo puede llegar a mejorar la vida de las comunidades, hemos visitado distintos proyectos hoteleros que están ofreciendo oportunidades de empleo sostenible, apoyando y ensalzando la importancia crucial de las culturas autóctonas, utilizando energía solar o hidráulica, o fomentando proyectos educativos a los más jóvenes tanto como alfabetizando a los adultos.
1. Virunga Lodge (Ruanda)
Situado entre el Lago Burera y los volcanes Virunga, este pequeño hotel de montaña suele albergar a grupos de turistas que se desplazan a la zona para poder ver a comunidades de gorilas en peligro de extinción. Con bungalós que reflejan la arquitectura local, de techos de pizarra y paredes anchas para proteger del frío, los visitantes cuentan con comodidades de lujo pero con instalaciones sensibles con el medioambiente como inodoros de poca presión y energía solar, que limitan la luz en las habitaciones y obligan a reunirse alrededor del fuego con los demás huéspedes.
Desde 2004, el hotel emplea a un grupo de danza compuesto por miembros de las comunidades circundantes, que ofrecen una muestra de Intore, la música y el ballet tradicional ruandés. Además, a partir de una fundación creada por el propio establecimiento, se ha electrificado la zona, beneficiando a 63 familias de la región. Aparte de emplear a personal local, se han incrementado las actividades productivas de los vecinos de las aldeas de Sunzu, Nyagatoki y Bugeyo a partir de un proyecto de cultivo de champiñones que se sirven como plato estrella en el restaurante o la financiación de cinco apicultores de Kyambura, cuya miel se puede comprar y degustar durante los desayunos. Varias decenas de mujeres de los alrededores, que fabrican y tejen utensilios de rafia, generan ingresos para sus familias a partir del comercio justo generado de vender su artesanía, impulsado por el hotel.
2. Nkwichi Lodge (Mozambique)
En el norte de la parte mozambiqueña del Lago Malawi, donde es conocido como Lago Nyassa, hay un Edén africano ejemplar gestionado por una empresa innovadora dedicada a la conservación de su prístina orilla y al desarrollo sostenible de dieciséis aldeas circundantes. Parte de la Fundación Manda Wilderness, se trata de un modelo de negocio que reinvierte sus ganancias para impulsar el desarrollo en una región castigada por veinticinco años de guerra civil y marginada geográficamente de la alejada capital del país. La falta de carreteras que comuniquen Nkiwchi, cuyo nombre deriva del sonido que la fina arena de su paradisíaca playa emite al pisarla, hace que este proyecto inmerso en una de las regiones más vírgenes de Mozambique sea un complemento necesario a actividades humildes como la agricultura de subsistencia. Sin él, gran parte de la población local se vería abocada a la migración hacia zonas urbanas y periurbanas.
Alrededor de este hotel de lujo y ecosostenible, se han construido doce escuelas que proporcionan educación primaria a los niños y niñas de las aldeas, en su mayoría hijos de los propios trabajadores. También se ha construido la primera clínica materna de la región de Cobué, incidiendo enormemente en la salud de las mujeres de la región. Y se ha procurado el sustento para unos 500 agricultores locales, que proporcionan lo necesario para los huéspedes pero que también consiguen vender su excedente al exterior. Un responsable de los proyectos, residente permanente en el lodge, se encarga también de la organización de actividades socioculturales como un Festival de Gospel que alberga a decenas de corales de la zona, así como talleres de formación en horticultura o reciclaje.
3. Mushroom Farm (Malawi)
No toda la oferta de turismo responsable es para bolsillos privilegiados, ni mucho menos. Sobre todo en Malawi, que siendo uno de los países más pobres del mundo, lleva años atrayendo a mochileros de Sudáfrica o Estados Unidos, así como de otros puntos del planeta.
Casi en la cima de la montaña de Livingstonia, en la localidad de Manchewe, hay un reducto de paz con sobrecogedoras vistas a la Bahía de Nkhata, uno de los lugares más visitados del país. Llamado “El Huerto de Setas” por estar situado en una ladera de la montaña en el que los hongos crecen con mucha facilidad, se trata de un pequeño y humilde albergue que funciona como empresa social, respetuosa con el medioambiente, el desarrollo comunitario sostenible y el empoderamiento local. Desde 2004, este negocio ha llevado la electricidad a la aldea a partir de energía hidráulica generada en las cascadas frente a las que se erige; ha apoyado al primer estudiante universitario del pueblo; y ofrece clases de alfabetización para adultos. Y todo, a partir de las ganancias generadas de la hospedería, que se reparten de forma equitativa con la comunidad local.
Con la autosuficiencia y la ecología en la base de su filosofía, el albergue ofrece menús vegetarianos elaborados a partir de su propia cosecha o a partir de los productos ecológicos que compran a los agricultores de la zona. Paradigma de ecoturismo y bio-construcción, el agua proviene de un manantial natural, y la luz, de la utilización de placas de energía solar. Además, sus curiosos lavabos almacenan los desechos humanos para generar compost para abonar los huertos, trabajados a partir de la permacultura. Su bungaló más solicitado, el “Cob”, es un precioso espacio privado construido con tierra, agua y paja, que se inspira con la arquitectura autóctona. Siendo el alojamiento más humilde, se trata de uno de los más inspiradores de nuestra lista.
4. Kyaninga Lodge (Uganda)
Emplazado ante un impresionante telón de fondo, el Lago Kyaninga, antiguo cráter de un volcán dormido, y frente las Montañas de la Luna o Rwenzori, al oeste ugandés, este exquisito alojamiento fundado por el inglés Steve Williams, es único en su especie. Construido enteramente con madera autóctona y alzado como el mayor motor de ocupación en la zona, este lujoso alojamiento para bolsillos privilegiados es una factoría para el desarrollo local. A tan solo dos horas del Parque Nacional Queen Elizabeth, el destino de safaris más conocido de Uganda y uno de los que tiene mayor Biodiversidad del mundo, Kyaninga atrae a amantes de la naturaleza por doquier.
Ejemplo de ecoturismo, el establecimiento se abastece básicamente con energía solar, que proporciona electricidad y agua caliente a las distintas cabañas, elevadas encima de un precioso bosque virgen. En tan solo seis años, este hotel ha reforestado la flora indígena, amenazada por la presión demográfica y el cambio climático. De esta forma, la fauna ha empezado a restablecerse en el cráter y cuenta con cada vez más comunidades de monos Colobus, vervet y un sinfín de aves que los empleados dan a conocer al visitante, transmitiendo un profundo respeto por el ecosistema local. En los alrededores del hotel, todo el mundo conoce a Steve, que es sinónimo de prosperidad, formación para el personal y buena gestión de los recursos.
LA REVOLUCIÓN DEMOGRÁFICA AFRICANA
Desde la era de las independencias, las migraciones del campo a la ciudad debido a la falta de oportunidades han revolucionado las tendencias demográficas en Africa. El 14% de población urbana que había en 1950 ha alcanzado el 40% en menos de 70 años. Y África ha pasado de ser el continente con los índices más bajos de población en ciudades al que más rápidamente se urbaniza.
Mientras las tendencias apuntan a que para 2050 la mitad del continente vivirá en ciudades, sobre todo por la falta de oportunidades en el campo, un reciente ensayo del Instituto de Estudios de Seguridad en África sostiene que el crecimiento urbano está superando al desarrollo institucional y económico necesarios. Lo que dificulta que las ciudades puedan asegurar viviendas adecuadas, acceso a servicios básicos como el agua potable o el saneamiento, creación de empleo productivo o seguridad alimentaria para todos sus habitantes. En el último informe del estado de las ciudades del mundo, Naciones Unidas también señala que una mala planificación y diseño urbano pueden conducir al aumento de las desigualdades, la inseguridad y el crecimiento de asentamientos informales, con impactos desastrosos sobre el medioambiente a partir del aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero.
5/4/2017